Cuando me interesé por la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens), hacía ya unos dieciséis años que era alcohólica. Además, fumaba mucho y constantemente estaba bajo el cuidado de un médico. No obstante, consideraba que beber y fumar no eran problemas. Siempre creí que los problemas estaban en el mundo y que yo necesitaba esas muletas para soportarlos. Tenía tres hijos, y un marido que trabajaba muchas horas. Me era difícil encarar lo que parecía ser una gran responsabilidad.
No comencé a estudiar Ciencia Cristiana para ayudarme a mí misma. Teníamos un hijo con problemas físicos y pedí ayuda para el niño. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le expliqué que yo no sabía nada acerca de la Ciencia pero que quería probarla. No le hablé de mis problemas. Ella fue muy amable y me pidió que visitara una Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana y pidiera prestados ejemplares de la Biblia, de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, y también las Concordancias de esos libros, y así lo hice.
La practicista me alentó para que empezara mi estudio buscando referencias en Ciencia y Salud de la palabra Mente con M mayúscula. Dijo que era un sinónimo de Dios. Empecé a leer y, después que leía cada referencia, continuaba leyendo. En las páginas 448–449 encontré esta declaración: “Si vosotros mismos estáis atados por el pecado, os será difícil libertar a otro de las ataduras de la enfermedad”. Esto llamó mi atención y me detuve allí. Sentí que el pasaje tenía cierto significado para mí. Al pensar sobre esta frase, empecé sencillamente a orar: “Dios mío, por favor muéstrame lo que debo hacer”.
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