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Gozo que surge de las cenizas del pasado

Del número de marzo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Pasamos mucho tiempo recordando pasadas experiencias, amistades, relaciones, logros, fracasos, a veces con alegría, a menudo con tristeza y lamentos. Podemos tratar de compensar un recuerdo con otro y así encontrar cierto grado de satisfacción y paz. ¡Si sólo pudiéramos olvidar todo lo que es desagradable y doloroso y estar conscientes únicamente del bien! Bueno, sí podemos. Pero esto se logra solamente mediante un despertar espiritual al poder del bien infinito.

Cuando yo tenía quince años de edad, mi padre comenzó a abusar de mí sexualmente, y esto continuó por varios años hasta que me resistí tan vehemente y definitivamente que dejó de molestarme. Pero la pena y el sufrimiento mental eran casi insoportables.

Me sentía desilusionada, herida, avergonzada. El resultado fue que me cerré a todo lo que normalmente da alegría y a las actividades comunes, y sentí que no tenía buenas relaciones con nadie, especialmente con mi madre.

Tuve que estudiar mucho para concentrarme en mis estudios y pasar los grados. Como pude, terminé mis estudios secundarios e ingresé a la universidad. Después que me casé, conocí la Ciencia Cristiana y comencé a estudiar con toda sinceridad y de todo corazón esta hermosa verdad. Con la ayuda compasiva y amorosa de una practicista de la Ciencia Cristiana, sané en seguida de una dificultad física muy seria.

Luego di un paso más en mi renacimiento espiritual. Le había pedido ayuda a una practicista para que orara por mí porque estaba sufriendo de una afección de la piel muy severa y de la pesada carga mental que me agobiaba. Un día, esta persona me dijo: “Si usted pudiera olvidar el pasado, creo que sanaría hoy mismo”.

Fue entonces que me di cuenta de que, en efecto, eran los recuerdos tristes y candentes que me mantenían atada a la enfermedad y al sufrimiento. Pero, ¿cómo podía liberarme de ellos? Recurrí a Dios en oración como jamás lo había hecho antes. Sintiéndome humanamente desamparada, con profunda humildad y plena fe en la Verdad, me esforcé por lograr un mejor entendimiento de Dios, el bien infinito.

Empecé a ver que necesitaba hacer algo más que simplemente olvidar un pasado trágico; tenía que superarlo para ver con claridad que ese pasado era irreal y que, por lo tanto, jamás había tenido lugar en mi experiencia ni en la de ningún otro. La Sra. Eddy escribe: “Si se comprendiera que el pecado, la enfermedad y la muerte no son nada, desaparecerían. Como el vapor se disuelve ante el sol, así el mal se desvanecería ante la realidad del bien. El uno tiene que ocultar al otro. ¡Cuán importante es, pues, escoger el bien como la realidad!” Ciencia y Salud, págs. 480–481.

Comprendí que sólo mediante la Ciencia del Cristo, mediante el entendimiento y aceptación de la totalidad de Dios y de la nada del mal, podía probar que lo único verdadero es el bien. Mediante una disciplina del pensamiento día a día, de hecho, minuto a minuto, y viviendo de acuerdo con esto, pude superar el hábito morboso de sufrir por un pasado desdichado y comenzar a construir mi vida sobre el reconocimiento del bien presente. Aunque no fue humanamente fácil, al dirigir mi pensamiento y mis esfuerzos en esa dirección, tuve la certidumbre divina de que la paz era mi derecho natural.

Durante este desinteresado y consagrado estudio, encontré la referencia al “fuego del fénix” en una de las cartas publicadas de la Sra. Eddy. Fue escrita para algunas filiales de la Iglesia de Cristo, Científico. En esta carta ella escribe: “Una gran sanidad, un algo poderoso enterrado en la profundidad de lo que no se ve, ha obrado una resurrección entre vosotros, y ha surgido de súbito como amor viviente. ¿Qué es este algo, este fuego del fénix, esta columna de nube de día que ilumina, orienta y guarda vuestro camino? Es la unidad, el vínculo de la perfección, la gran expansión que abarcará al mundo, la unidad que desarrolla nuestro pensamiento más íntimo en lo más grande y bello, la suma de toda realidad y de todo el bien”.The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany, pág. 164.

Según un diccionario, el fénix era un ave legendaria que vivía quinientos o seiscientos años. Al cabo de ese tiempo hacía una pira funeraria para sí misma y le prendía fuego, y luego se levantaba otra vez de sus propias cenizas. De ahí que el fénix sea un símbolo de la inmortalidad.

Medité mucho sobre este símbolo: levantarse de sus propias cenizas, de una existencia indefensa y sin esperanzas al reconocimiento gozoso de la propia lozanía, libertad e inmortalidad. Lenta pero segura, la luz alboreó en mi consciencia de que la Vida era, es y siempre ha sido Dios, el bien, y que el hombre era y es la expresión de Dios.

Esta verdad está confirmada por Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino. Mediante su enseñanza y su vida probó la totalidad de Dios, el bien. Al diablo, o el mal, lo llamó “mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44. Podemos, entonces, llegar a la conclusión de que sólo el bien es real.

El mal, que produce desasosiego, angustia, tortura y destrucción —ya sea el mal de hace mil años o de una fracción de segundo— nunca tuvo realidad. Puesto que no es real y en verdad nunca ocurrió, ¿podría acaso privarnos de nuestra felicidad y sentido de realización?

Este reconocimiento que sana no es simplemente un proceso para olvidar, sino la comprensión del ahora del ser gozoso del hombre y de la unidad espiritual que existe en toda la creación de Dios. Y el resultado de este reconocimiento trae salud, paz y prosperidad. También perdón, si es que se necesita, el verdadero perdón que reconoce que, en realidad, no hay nada que perdonar. Comprendí que el mal jamás existió, nunca fue persona, lugar o cosa. Esta luz de la Verdad y el Amor, esta consciencia clara y permanente de mi verdadera inocencia, puso fin a la pesadilla del abuso cometido hacia una niña. Sané por completo. La paz, el gozo y la alegría llenan ahora mis días.

La Biblia nos asegura: “Amados, ahora somos hijos de Dios”. 1 Juan 3:2. ¡Hijos e hijas de Dios! Protegidos por Su cuidado, por siempre libres, reflejando Su gloria, majestad y belleza infinitas. La Sra. Eddy escribe: “Ora bien y demuestra tu oración; canta con fe”.Miscellany, pág. 203. ¡Canta! Cantemos en nuestro camino feliz al reino de la gloria, donde percibimos, sin la menor sombra de duda, que nuestra única memoria genuina es la consciencia presente del bien infinito.

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