Mi paso de la adolescencia a la edad madura, en una de las ciudades más grandes de los Estados Unidos, no fue fácil. El ambiente que me rodeaba desde que empecé a cursar el séptimo año de mis estudios, incluía la fácil obtención de drogas, el desenfreno en las relaciones sexuales premaritales y la violencia. Estos problemas de ninguna manera estaban relacionados con la clase baja únicamente; las clases media y alta también se veían afectadas.
Las influencias estabilizadoras en mi vida, en ese ambiente, eran la Ciencia Cristiana y el afecto de mi familia, que era muy unida. La Ciencia Cristiana me proporcionó un claro sentido de lo bueno y de lo malo, y una manera radicalmente nueva de ver lo que me rodeaba. Me hizo comprender que ser Científico Cristiano significaba ser distinto, pero de una manera buena. Me di cuenta de que las sensaciones de insuficiencia, soledad y confusión, podían sanarse mediante la oración. No tenemos por qué creer que esas sensaciones forman parte de nosotros o que necesitamos ocultarlas. El Cristo, el cual nos da prueba del cuidado de Dios y de Su influencia sanadora, puede eliminar esas sensaciones, las cuales son realmente falsas sugerencias acerca de nuestra naturaleza verdadera. Al recurrir a Dios en procura de ayuda, de la manera que la Ciencia Cristiana lo revela, vemos que se cumple la promesa de Cristo Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. Mateo 11:28.
La Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana fue una influencia importante en mi vida. Hizo que las verdades espirituales que estaba aprendiendo acerca de Dios y del hombre cobraran vida, y me enseñó la naturaleza práctica de ellas. Debido a la sinceridad y bondad de los maestros sentí que podía hablar con ellos o con un practicista de la Ciencia Cristiana acerca de los desafíos que se me presentaban, con la seguridad de que mis problemas no trascenderían a nadie más. La forma en que esas personas me hablaban no era condenatoria o sermoneadora, sino compasiva y alentadora. Incluso cuando no me comportaba de acuerdo con las normas que me enseñaban, el saber que esas normas eran, en realidad, mi protección, me ayudó a enmendarme y volver al sendero que yo realmente quería seguir.
La norma de la Ciencia Cristiana no es un conjunto de meras reglas que inhiben nuestra diversión. Por el contrario, promueve el gozo y la satisfacción genuinos y nos protege de la pena inevitable que viene por hacer lo que sabemos que está mal. La obediencia a la elevada norma moral de la Ciencia Cristiana no nos hace parecer “raros”, sino que puede hacer que se nos respete e, incluso, que se nos admire (aunque posiblemente otras personas no lo admitan abiertamente). El sometimiento a la presión social de tomar bebidas alcohólicas, o de usar drogas, y la entrega a las relaciones sexuales premaritales, puede ocasionar estragos a nuestro propio respeto y, realmente, obstruir nuestros esfuerzos por ser felices y tener éxito en la vida.
El aprender a apreciar que los Diez Mandamientos y el Sermón del Monte, de Cristo Jesús, son una tierna indicación del amor de Dios para con nosotros, hace que sea mucho más fácil obedecerlos. El hacerlos parte de nuestra vida diaria, nos acerca más al Amor divino que es el Principio, y sentimos la mano guiadora de Dios en nuestra vida. El efecto de esto refuerza nuestra habilidad para aprender, para intensificar nuestras amistades morales y afectuosas, e incluso, nos da la fortaleza mental para ser mejores atletas, pintores, músicos o cualquier otra cosa. Sea cual fuere la dificultad que estemos enfrentando —con nuestra familia, con nuestros estudios o nuestro noviazgo— podemos experimentar siempre la mano ajustadora de Dios cuando recurrimos a El. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana”.Ciencia y Salud, pág. 494.
Las equivocaciones que cualquiera de nosotros pudiera hacer, ya sea como adolescentes o adultos, no son parte de nuestra identidad verdadera. No nos marcan para siempre. Siempre podemos dar vuelta a la hoja, hallar satisfacción y tener éxito. Por supuesto, esto requiere que hagamos un cambio en nuestros pensamientos y acciones, y que los pongamos en armonía con las leyes de Dios. Esto significa descubrir nuestra identidad verdadera hecha a imagen y semejanza del Alma, Dios. A pesar del monto de nuestras equivocaciones pasadas o del conjunto de las presiones que nos rodeen, no estamos atados a la inmoralidad o al temor. Dios, la Mente divina, puede sacarnos de cualquier condición desconcertante o desdichada. Si dudamos de nuestra habilidad para cambiar, debemos saber que es el poder del Espíritu, reflejado en nosotros, lo que nos libera del alcohol, de las drogas o de las relaciones inmorales. Es el poder divino lo que desarma las tentaciones y los temores que se presentan cuando tratamos de enmendarnos. La mera voluntad humana no puede, por sí sola, lograrlo, pero Dios sí puede.
Cuando comprendemos esto y queremos liberarnos de las drogas y el alcohol, podemos demostrar, mediante el amor de Dios, que éstos no tienen ningún poder químico o sicológico que nos envicie y gobierne. En la Ciencia, la salud, la armonía y la perfección de Dios gobiernan nuestro cuerpo físico, y Su disciplina, dominio propio y pureza gobiernan nuestra consciencia.
La presión de tener relaciones sexuales premaritales también tiene su origen en la afirmación agresiva de que no somos otra cosa que organismos biológicos dependientes de la carne para el placer y el amor. En realidad, somos espirituales, y nuestro placer verdadero consiste en ser la imagen y semejanza del Alma, en hacer el bien y ser buenos, y en amar como Dios ama. A medida que elevemos nuestro concepto acerca de nosotros mismos de la carne al Espíritu, experimentaremos, en ese grado, nuestro dominio espiritual sobre los deseos de la carne. Nadie dice que esto es fácil, o que vendrá de la noche a la mañana. Se requiere una tremenda lucha para estar del lado de la castidad premarital. Tal firmeza no destruye todos los sentimientos sexuales ni borra los afectos genuinos; pero el comprender nuestra innata espiritualidad y nuestra valía como hijos de Dios, nos imbuye de dominio propio y de pureza. La necesidad humana de amar y de ser amados jamás la satisface la carnalidad y el desenfreno físico; las profundas necesidades del corazón sólo puede satisfacerlas el Amor divino. La oración sincera y humilde nos imparte el amor espiritual que supera la sensualidad y conforma nuestra vida con la obediencia a las leyes de Dios. El amor desinteresado, el cual es el único amor verdadero, protege y respeta la integridad moral de cada persona y no haría nada que pudiera disminuir el sentido de dignidad y pureza de otra persona.
Lo que quisiera ofuscarnos y someternos al pecado y al sufrimiento, es la mente carnal o mortal. Mediante los sentidos físicos, ésta quisiera envolvernos en una nube de humo para oscurecer al hombre perfecto que somos. Quisiera nublar nuestro pensamiento para engañarnos y desviarnos. Si creemos que tales pensamientos equivocados se originan en nosotros y son nuestros, hemos caído en el gran engaño de la mente mortal. Debemos reconocer que la manera equivocada de pensar es una imposición externa sobre nuestra consciencia. Los pensamientos de Dios, de pureza, veracidad y amor, que debemos afirmar como nuestros, protegen nuestra manera de pensar contra tales intrusiones. Desplazan la mente carnal y su nube de humo de falsas sugerencias.
Lo bello de la Ciencia Cristiana es que, a medida que vamos experimentando la curación espiritual en nosotros mismos, nos vamos preparando mejor para ayudar a otros. Cuando, mediante el estudio y las demostraciones sanadoras, nos compenetramos verdaderamente de la Ciencia del Cristo, atraemos a otras personas que pudieran necesitar ayuda. Es el Cristo, que brilla a través de nosotros, el que efectúa la atracción y trae a otros el consuelo, el aliento y la curación que puedan necesitar. La Ciencia Cristiana también nos ayuda a estar más atentos a los problemas mundiales, tales como la pobreza, la amenaza nuclear, las guerras y la injusticia racial y social. El comprender tan sólo una molécula de la naturaleza omnímoda del Espíritu, ayuda a destintegrar el mal y el sufrimiento que éste acarrea. Cristo Jesús vio mucho del sufrimiento y la injusticia de su tiempo, no obstante, no dio validez al mal ni aceptó que tenía poder. Su comprensión espiritual dijo del mal: “El ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira”. Juan 8:44. Todos los jóvenes —niños, adolescentes, estudiantes universitarios— tienen una misión dentro del movimiento sanador mundial de la Ciencia Cristiana. Sus oraciones para su bien y el de los demás son armas poderosas de la Verdad que invigorizan a la Iglesia y bendicen al mundo.
