Me gustaría compartir con ustedes algunas de las bendiciones que he recibido por medio de la Ciencia Cristiana. En cierta ocasión, había estado padeciendo durante cinco años de una llaga en un dedo del pie, condición que había sido diagnosticada como incurable. En 1972, me sometí a una operación quirúrgica para este dedo, pero el problema persistía. Poco después, conocí la Ciencia Cristiana. Un tío mío, que había estudiado Ciencia Cristiana por mucho tiempo, que vivía en Kinshasa, vino a visitarnos. Pues bien, el libro que tenía, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, me interesó, de manera que lo abrí. El primer pasaje que leí fue éste: “La curación física en la Ciencia Cristiana resulta ahora, como en tiempos de Jesús, de la operación del Principio divino, ante el cual el pecado y la enfermedad pierden su realidad en la consciencia humana y desaparecen tan natural y tan inevitablemente como las tinieblas ceden lugar a la luz y el pecado a la reforma” (pág. xi).
Unos pocos años después de eso, me interesé más en la Ciencia Cristiana. Pero todavía creía que podía sanar con medicamentos. Pensaba que la curación mediante la Ciencia Cristiana era dudosa, prácticamente imposible. En 1974, fui a un hospital para una segunda operación del dedo. Pero una vez más, mi sufrimiento fue inútil porque la llaga continuó después de la operación.
En el próximo año no usé medicamentos, y mi dedicación a la Ciencia Cristiana y la comprensión de la misma habían aumentado. En 1977, me afilié a La Iglesia Madre. Dejé en manos de Dios el problema de la llaga; ahora estaba esperando una curación espiritual, y trabajando por lograrla. Un año después, sané por completo. Un pasaje que traté de vivir durante aquel tiempo fue éste del libro de Job (22:21, 23): “Vuelve ahora en amistad con él, y tendrás paz; y por ello te vendrá bien... Si te volvieses al Omnipotente, serás edificado”. Con esta curación, vi que nada es imposible para Dios.
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