¿Es el Espíritu o la materia lo que sostiene al hombre?
El enfoque que la Biblia da de este tema tan importante proporciona una prueba concreta y categórica del poder de Dios para mantener la fortaleza y el vigor del hombre. Por ejemplo, en el Antiguo Testamento el libro de Isaías declara: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán y no de fatigarán”. Isa. 40:31. Y desde el monte de inspiración, el Salmista proclama: “Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios... [él es] el que sacia de bien tu boca de modo que te rejuvenezcas como el águila”. Salmo 103:2, 5.
Hace poco tuve la oportunidad de descubrir mi verdadera fuente de energía durante un largo viaje en auto por el medio oeste de mi país. Mi esposa me acompañaba; teníamos que cubrir más de dieciséis mil kilómetros en seis semanas. Poco después de iniciado el viaje, me sentí bajo la presión intensa del poco tiempo que teníamos para terminar nuestro recorrido. Al comentar esto con mi esposa, me recordó, muy oportunamente, que era mi punto de vista sobre la situación lo que necesitaba un cambio inmediato, y no la actividad humana.
Recordé entonces la historia bíblica del profeta Elías y su huida al desierto. Enfrentado persecuciones, sucumbió a los temores y limitaciones materiales, y hasta pidió a Dios que le quitara la vida. Cuando dormía debajo de un enebro, un ángel le tocó dos veces. En ambas ocasiones fue invitado a comer torta y beber agua. Luego “se levantó... y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios”. 1 Reyes 19:8.
Elías comprobó que Dios nos provee de todo lo indispensable para nuestro mantenimiento. Esas intuiciones espirituales (o ángeles) que lo sostuvieron, se convirtieron en un factor importante en mi experiencia. Percibí que Dios no sólo nos proporciona la oportunidad de probar Su omnipresencia, sino que también nos da la capacidad para solucionar todo problema que enfrentemos. Razoné que no se necesitaba algo exterior, ni un sentido humano de descanso suficiente o de un cambio de itinerario. Lo importante era cómo estaba encarando toda la situación. Comencé a ver que la verdadera energía realmente tiene un origen divino; que Dios es la Vida de todo, y, por lo tanto, es el poder motivador de la energía y del ser.
Al igual que en la experiencia de Elías, el pensamiento agobiado, pesado e incierto que estaba sintiendo, fue destruido por medio de la seguridad y la fe. Las presiones que me atormentaban cedieron al orden y a la paz. La debilidad fue reemplazada con fortaleza y vigor espirituales, y todo temor fue eliminado al comprender y sentir el gran amor y protección de Dios. Me sentí totalmente libre, y continuamos nuestro viaje inspirados, gozosos y satisfechos.
Sobre este tema, la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Cuando llegamos al límite de nuestra resistencia mental, deducimos que nuestra labor intelectual se ha prolongado lo suficiente; pero cuando comprendamos que la Mente inmortal siempre está activa y que las energías espirituales no pueden agotarse, ni puede la denominada ley material infringir los poderes y recursos dados por Dios, podremos descansar en la Verdad, renovados por la certeza de la inmortalidad, lo opuesto de la mortalidad”.Ciencia y Salud, pág. 387.
Puesto que la verdadera energía es divina y omnipresente y el hombre, como idea de Dios, expresa Sus cualidades, podemos reclamar esta continua corriente de vitalidad espontánea en nuestra experiencia diaria. De esta manera, comenzamos a evaluar el crecimiento, no como el proceso de envejecimiento de un mortal, sino como el desarrollo de la idea de Dios, expresando Su gracia, belleza y entendimiento. En este proceso, la consciencia humana alcanza la comprensión de la realidad divina de la Vida como fuente infinita de desarrollo y perpetuidad.
Si la energía se basara en el crecimiento y la madurez materiales, podría estancarse, volverse pasiva, pesada y aun consumirse. Esto no ocurre con la energía espiritual. Es inherente a la identidad espiritual y eterna del hombre creado a la semejanza de Dios y sostenido por el Principio divino. Es esta autoridad divina lo que motiva, gobierna y sostiene al hombre.
La vida de Cristo Jesús ejemplificó este poder espiritual sostenedor. La Biblia nos dice que “fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo”. Después de haber ayunado durante varios días, una de las tentaciones que se le presentaron fue el desafío de convertir las piedras en pan para mitigar su hambre. Apelando a su naturaleza idéntica al Cristo, contestó citando las Escrituras: “No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. El Evangelio nos dice que después que resistió todas las tentaciones, “el diablo entonces le dejó; y he aquí vinieron ángeles y le servían”. Ver Mateo 4:1–11.
El Cristo, la Verdad, que animaba a Jesús, impartía la energía divina del Espíritu, que contrarrestaba y destruía las leyes materiales. La autoridad del Maestro fue incuestionablemente la voluntad de Dios en acción. Su ejemplo sentó un precedente para que toda la humanidad lo siguiera. Su promesa resuena a través de las épocas: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Juan 10:10.
Como en la época de Jesús, así hoy en día, la humanidad se aferra, muy a menudo, a la creencia en la materia como causa, y busca la energía a través de medios materiales. Las creencias populares de que es vital para la salud complementar la alimentación con vitaminas y suplementos nutritivos; que los esteroides pueden aumentar la habilidad atlética, y que el alcohol puede estimular las actividades sociales y de negocios, han sido, a menudo, aceptadas.
¿Cómo hacemos para cambiar de trayectoria, para dejar de confiar en suplementos y estimulantes materiales, y experimentar la naturalidad de la energía divina?
La autoridad bíblica nos muestra nuestra naturaleza verdadera como la expresión permanente de Dios. Al aceptar esta verdad, no nos dejaremos tentar por la creencia de que la enfermedad o la debilidad pueden imponerse al cuerpo, puesto que la salud no es una condición material; tampoco procuraremos darle vida a la materia, dado que la materia no tiene sustancia verdadera. De igual modo, nos será posible probar que no hay trabajo desagradable ni rutina tediosa que pueda minar nuestra inspiración o que pueda ser motivo de desaliento. Es nuestra responsabilidad estar conscientes de nuestra naturaleza espiritual como el hombre a la semejanza de Dios, porque, de esa forma, el poder espiritual será nuestro estímulo natural y la única fuerza vivificadora.
Nuestra naturaleza espiritual constituye nuestra única sustancia verdadera, y nuestra vida humana se eleva y se regenera a medida que incorporamos tales elementos de la energía espiritual como amor, inteligencia, comprensión, integridad, armonía, pureza. Estos, y un sinnúmero más, modelan nuestra naturaleza a la semejanza de Dios.
Al igual que Elías recibió alimento y agua en el desierto, y Jesús confió solamente en Dios, el Espíritu, como su única fuente de subsistencia, nosotros también podemos escuchar los mensajes angelicales que nos elevan por encima de la tentación del materialismo hacia la verdad que renueva nuestra vida cotidiana produciendo actividad y fortaleza ilimitadas.
Entonces vemos que el hombre no es una víctima del esfuerzo excesivo y la presión. Permanece al nivel de la perfección espiritual porque Dios es la raíz misma de su ser. A medida que este hecho espiritual se acepte, estas palabras del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, se aplicarán sin equivocación alguna: “Sintamos la energía divina del Espíritu, que nos lleva en vida nueva y no reconoce ningún poder mortal o material capaz de destruir cosa alguna. Regocijémonos de que estamos sometidos a las divinas ‘autoridades... que hay’ ”.Ciencia y Salud, pág. 249.
