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Crecí en la Ciencia Cristiana, y, por medio de ella, he experimentado...

Del número de marzo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Crecí en la Ciencia Cristiana, y, por medio de ella, he experimentado muchas curaciones. Pienso que es hora de compartir un testimonio de curación en las publicaciones periódicas.

Justamente antes de la reunión anual de mi Asociación de Alumnos de la Ciencia Cristiana, mi esposa, mi hija y yo fuimos a la playa en donde íbamos a encontrarnos con unos queridos amigos, también Científicos Cristianos, con el fin de pasar una corta vacación.

Cuando me deslizaba en mi tabla de acuaplano en el mar, me caí de ella y, mientras daba vueltas bajo las olas, la tabla me pegó con fuerza en una cadera. El dolor era muy intenso, y el incidente me impedía enderezarme. La apariencia física era aterradora pues todo ese costado parecía completamente dislocado.

En el momento en que esto sucedió, me aferré mentalmente a la amabilidad, alegría, belleza y todas las pruebas de la presencia de Dios que habían sido evidentes ese día. Resolví que un accidente no iba a privarme de esa alegría. Tuvimos que caminar un largo trecho desde la playa hasta donde estaban los automóviles. Me fue muy difícil caminar ese trayecto, y me sentí muy agradecido por la ayuda de mi familia y amigos.

El día de la reunión de mi asociación, sentí muy fuertemente que no podría asistir. Continué orando, afirmando especialmente que la creación de Dios, el hombre, es eternamente perfecta y por siempre completa. Al aferrarme tenazmente a las verdades espirituales sobre Dios y el hombre, de que Dios es la única causa y de que el hombre como creación Suya está por siempre protegido, y por el amor que sentí expresado a mi alrededor, pude silenciar el argumento de que no podría asistir a mi asociación.

La reunión me llenó de una paz gozosa y del reconocimiento del poder de Dios. Me sentí maravillosamente cerca de Dios al beber ávidamente cada palabra que fue pronunciada en el discurso de la asociación. Ese día, crecí mucho en la comprensión de que, en verdad, yo era el hijo de Dios. Esa tarde, sentí que necesitaba mayor apoyo, entonces llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana, quien aceptó orar por mí. Al día siguiente, tuvimos que manejar por lo menos siete horas para regresar a casa. Todavía sentía mucho dolor, pero razoné que este reto, y la curación que se estaba logrando, ofrecían una oportunidad para glorificar a Dios.

No sé exactamente cuándo el dolor y la deformación física menguaron, pero cuando noté la diferencia, tres días después del accidente, fue como si el problema nunca hubiera ocurrido. Estaba completamente normal. Me había sido posible llenar cada uno de mis pensamientos con amor y verdades espirituales, de manera que la curación sucedió naturalmente y sin que me diera cuenta.

¡No hay forma de expresar adecuadamente cómo me siento con respecto a la Ciencia Cristiana! A través de esta Ciencia, una sensación espiritual de paz y alegría y una comprensión comprobable del poder sanador de Dios están realmente a nuestro alcance.


Quiero atestiguar de la exactitud del relato de la curación de mi esposo. En los últimos diez años, he sido testigo de numerosas curaciones en nuestra familia y he participado del gozo de todas ellas.

Esta curación en particular implicaba el vencer un desorden físico obvio. Lo primero que todos teníamos que vencer era la preocupación perturbadora del cuadro físico. Cuando eso se logró, la curación de mi esposo sucedió rápida y completamente. Esto fue una evidencia más del constante amor de Dios.

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