Existe una criatura muy merecedora y digna de ser amada a quien usted posiblemente esté descuidando. Esta querida criatura es usted, ¡su verdadero ser!
Si siente que no se le ama, quizás necesite percibir más esas cualidades propias de un niño que nos llevan a percibir en mayor medida nuestra verdadera identidad, y que, de hecho, son expresiones de nuestra verdadera naturaleza espiritual. No es de sorprender que sintamos cierta duda sobre el identificarnos con las cualidades que son propias de un niño. Puede que nos sintamos lejos de tal inocencia, y hay muchas fuerzas que quisieran militar en contra de esas cualidades en nosotros y aun en los niños pequeños. Pero aunque parezca estar perdida o criticada, podemos reclamar para nosotros esa naturaleza semejante a la de un niño, defenderla, y también dar testimonio de esa naturaleza en los demás.
¿De qué manera? El punto de partida puede ser un sentido mejor, más espiritual, de la fuente de esta inocencia, Dios. La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) revela que Dios es Amor y Verdad, nuestro Padre y Madre amoroso y tierno. ¡Qué gozo es comprender que, como Su reflejo, el hombre es Su hijo amado, inseparable de El! Esta comprensión da comienzo a la recuperación. Despierta en nosotros la esperanza de que somos algo más de lo que parecemos ser, y fomenta una regeneración espiritual que es tan natural como es nuestro deseo de regresar al hogar.
¿Cuáles son algunas de las cualidades naturales de un niño que podemos descubrir en nosotros? Para empezar, en el despertar espiritual hay inocencia moral; hay felicidad, un sentido de admiración, receptividad a todo lo que es nuevo y bueno, sencillez, confianza, flexibilidad. Nos acercamos más a nuestra verdadera naturaleza a medida que somos más agradecidos y afectuosos, a medida que expresamos las cualidades de compasión, obediencia, generosidad, espontaneidad, franqueza y vigor. A menudo, vemos estas cualidades en nuestros hijos. Las cualidades que admiramos en ellos también incluyen naturalidad, autenticidad, salud, intuición. El niño no contaminado por la falsa educación, goza de las cosas sencillas. Ese niño no tiene temor ni prejuicio; es dócil, flexible, valiente; nunca se cree autosuficiente, no es hipócrita, ¡es amoroso! Las acciones de tal niño representan la semejanza que los hijos de Dios tienen con El.
¿Qué quisiera borrar las cualidades que atribuimos a nuestros hijos, y que todos podemos expresar? Un relato bíblico nos sugiere la respuesta. El rey Herodes, celoso de su poder mundano, en un esfuerzo por asegurarse de matar al niño Jesús, ordenó matar a todos los niños varones de dos años o menos. Ver Mateo 2:16. ¿Cuál es el pensamiento a la manera de Herodes que, si pudiera, mataría al niño que hay en nosotros? Es la mentalidad carnal, que resiste el sentido espiritual del hombre como el hijo de Dios. Y una fase especialmente agresiva de esta resistencia es la creencia de que tenemos que ser algo que no somos para poder tener madurez, para poder ser adultos aptos. Al ser aquello para lo que Dios nos creó en vez de lo que el mundo nos insta a ser, ¿estamos perdiendo algo, o somos menos queridos, o no nos estimamos mucho ?
¡No! El hombre real es la idea de Dios, el hijo de Dios. Ciertamente, Dios tiene que estar satisfecho con Su propia imagen, o idea. Y el hombre refleja la satisfacción de Dios. De manera que debemos conocer mejor a este hombre real.
En el Apocalipsis, se nos habla de las obras de Dios, que fueron creadas para Su complacencia. ¡Dios se goza en Su propio hijo amado! ¡Ese es el hijo que verdaderamente somos! Por lo tanto, la naturaleza pura e inocente del hombre real es creada, mantenida y apreciada por Dios, y es segura, completa e indestructible.
Por cierto, el mero hecho de ser joven, no es virtud. La inmadurez —un ego semejante al de Peter Pan— no es lo que buscamos. No podemos encontrar al hombre de Dios en “un país de ensueños”. Pero Jesús prometió el reino de los cielos a aquellos que están dispuestos a ser como un niño, humildes, puros y, por medio de esas cualidades propias de un niño, crecer espiritualmente y comprender al hombre a la semejanza de Dios.
Cuando contrastamos algunas de las cualidades morales y propias de un niño que hemos mencionado con la puerilidad mortal, vemos diferencias interesantes. Por ejemplo: la valentía propia de un niño en contraste con la impetuosidad pueril; el candor libre de inhibiciones en contraste con la pueril falta de dominio propio; el candor inocente en contraste con la credulidad pueril; el candor seguro de sí mismo en contraste con el orgullo pueril. El orgullo, la ignorancia y la credulidad —de hecho, toda puerilidad mortal y pecado— son temporales, irreales, y deben ser expulsadas para que las cualidades puras y propias de un niño puedan madurar y desarrollarse, y el carácter humano pueda ser evangelizado. Hay pasos que tomar y lecciones que aprender, pero el proceso de expulsar el pecado adelanta nuestro glorioso renacimiento cristiano. Pablo llama este proceso el despojarnos del viejo hombre y vestirnos del nuevo hombre.
¿Qué se requiere de nosotros? ¿Qué debemos hacer? Con discernimiento, debemos ver al mal por lo que es, denunciarlo con valor, y abandonarlo resueltamente. Encontramos gozo en esta gran aventura cuando nos damos cuenta de que no estamos haciendo esto solos. La gentil presencia del poder del Cristo sostiene este santo esfuerzo, para que el hombre creado por Dios salga a la luz. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy describe las cualidades expresadas por el hombre, el reflejo de Dios, como “sabiduría, pureza, comprensión espiritual, poder espiritual, amor, salud, santidad” .Ciencia y Salud, pág. 116. Esta es la naturaleza del hombre: ¡él glorifica a Dios!
Jesús es nuestro modelo perfecto en todo esto. Fue llamado el Cordero de Dios. Aunque no ignoraba al mal, estaba libre de él. En Cristo Jesús, nuestro Mostrador del camino, la inocencia y la pureza iban mano a mano con el poder absoluto de la fortaleza y el dominio. Cuando reconocemos la fortaleza en nuestra propia naturaleza inocente y verdadera como el hijo amado de Dios, es que podemos llegar mejor a los demás con beneficio práctico, incluso a los niños de este mundo quienes necesitan de nuestro cuidado.
¡Cuánto amó Jesús a los niños! En el Evangelio según San Mateo, leemos: “En aquel tiempo los discípulos vinieron a Jesús, diciendo: ¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? Y llamando Jesús a un niño, lo puso en medio de ellos, y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Mateo 18:1–3.
Un requisito cristiano básico para entrar en el reino de los cielos, es el de volvernos como un niño. Otro requisito es el de llegar a ser como el Cristo. Ver Juan 14:6. Y el cielo no es un lugar, sino es la unidad consciente con Dios, nuestro Padre-Madre; es la certeza gozosa de que el amor de Dios incluye todo lo referente a Su idea, el hombre espiritual. Paso a paso, por medio de la inocencia y la naturaleza semejante al Cristo, llegamos a reconocer la presencia de Dios y el hecho consolador de que cada uno de nosotros realmente pertenece a Dios y está incluido en Su reino.
En un discurso dado a la Iglesia que ella fundó, la Sra. Eddy, quien descubrió la Ciencia Cristiana, escribe: “Amados niños, el mundo os necesita —y más como niños que como hombres y mujeres: necesita de vuestra inocencia, desinterés, afecto sincero y vida sin mácula. También vosotros tenéis necesidad de vigilar, y orar para que preservéis estas virtudes sin mancha, y no las perdáis en el contacto con el mundo. ¡Qué ambición más grandiosa puede haber que la de mantener en vosotros lo que Jesús amó, y saber que vuestro ejemplo, más que vuestras palabras, da forma a la moral de la humanidad!” Escritos Misceláneos, pág. 110.
El mantener en nosotros lo que Jesús amó, es una gran decisión. Nunca es muy tarde para reclamar nuestra naturaleza semejante a Dios y vivir como los hijos de Dios, obedientes a Sus leyes, y así ser protegidos y guiados por ellas. Nuestro Maestro, Cristo Jesús, dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis”. Mateo 19:14. Nosotros somos los niños. Y nuestro es el reino de los cielos.
