Había visto parte de un programa de televisión cuyo enfoque era el desempleo causado por la reducción de trabajos en una zona en particular; esto me dejó triste y preocupada. Parecía que la lealtad de esos trabajadores a una compañía, sus años de experiencia en cierta rama de trabajo y su buena productividad, habían sido reducidos repentinamente a la nada. Parecía casi imposible hallar un nuevo empleo. No había vacantes para las que ellos estaban capacitados: mucha gente para muy pocos empleos. Otros empleos parecían inaceptables porque estos trabajadores estaban muy calificados para desempeñarlos.
Como Científica Cristiana, sentí que no podía pasar “de largo” Lucas 10:31. o decir: “Gracias a Dios que no estoy en esa situación”. Me dispuse a orar de manera positiva sobre las graves implicaciones financieras y morales de esa situación de desempleo, y sobre las frustraciones que traería a sus víctimas. Sabía que la verdad espiritual repudia las sugestiones de inseguridad, temor y escasez; todo lo que pretendiera amenazar la seguridad de la familia y la armonía de cualquiera de los hijos de Dios.
Empecé a decir el Padre Nuestro, cuyas primeras palabras “Padre nuestro que estás en los cielos”, Mateo 6:9. nos dan ese maravilloso sentido de unidad con nuestro Padre. A medida que oraba, empecé a darme cuenta de que tenía tanto la oportunidad como la responsabilidad de rodear con amor a toda la humanidad. Cuando terminé el Padre Nuestro, pensé en la ley divina de justicia y misericordia, la que siempre está en operación en bien de Su creación. Fue esta ley la que capacitó a Cristo Jesús para alimentar a más de cinco mil personas con cinco panes y dos peces. Ver Mateo 14:15–21. Lo que para la vista mortal parecía tan limitado, para el sentido espiritual era una manifestación de sustancia infinita disponible ahí mismo. Y después de que todos habían sido alimentados, se recogieron siete canastas de los pedazos que habían sobrado.
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