La Ciencia Cristiana llegó por primera vez a mi vida en un momento de gran necesidad. Acababa de tener una operación quirúrgica, y me habían dado pocas esperanzas para mi recuperación. Yo era un muchacho muy joven en esa época. Una tía, quien era Científica Cristiana, vino a visitarme. Ella estuvo a la cabecera de mi cama por unos minutos; poco después, me enteré de que ella estaba orando en silencio. Desde ese momento, comencé a recuperarme. Esta tía le prestó a mi madre (su hermana) un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y frecuentemente nos enviaba por correo ejemplares de las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana.
Mi madre empezó a estudiar Ciencia y Salud, y encontró en este libro lo que ella estaba buscando. Temprano en el estudio de Ciencia Cristiana, quedé impresionado por la curación de una severa escaldadura que sufrió mi madre cuando se le derramó en su regazo una tetera de té hirviendo. Inmediatamente, ella se retiró a su habitación y leyó de Ciencia y Salud, y, muy pronto, se vio aliviada del dolor. La curación completa se produjo con la sola lectura de este libro.
Antes de nosotros conocer la Ciencia Cristiana, mamá había deseado que sus hijos leyeran la Biblia, y ella nos había enviado a Escuelas Dominicales protestantes. Pero cuando empezamos a recibir literatura de la Ciencia Cristiana, la encontramos de más provecho. Como en nuestra aldea no había una iglesia filial, los niños dejamos de asistir a la Escuela Dominical y aprendimos mucho de nuestro estudio en el hogar, especialmente de las Lecciones Bíblicas que se indican en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana.
Por medio de la práctica de la Ciencia Cristiana, he tenido muchas curaciones físicas, y también he ganado una comprensión de Dios como mi “... amparo y fortaleza, [un] pronto auxilio en las tribulaciones” (Salmo 46:1).
En la época en que yo era un muchacho del campo de diecisiete años de edad, el ir a la universidad en una ciudad grande era algo muy traumático, y tuve muchas oportunidades para practicar las verdades de la Ciencia Cristiana. Gradualmente permití que mis estudios académicos y otras actividades ocuparan el tiempo que dedicaba para el estudio de la Biblia y los escritos de la Sra. Eddy. Los problemas empezaron a acumularse, y, en mi último año, se me presentó una dificultad en los ojos que puso en peligro el que yo pudiera terminar mis estudios.
La dificultad física me despertó; y pedí ayuda a una practicista de la Ciencia Cristiana. Ella me tomó bajo su tutela e inculcó en mí la importancia de estudiar Ciencia Cristiana, y con su tratamiento por medio de la oración, quedé sano de la dificultad de los ojos. Todos los otros problemas también quedaron resueltos con el continuo apoyo de sus oraciones. Mis relaciones con otros mejoraron, hice mejor trabajo en mis estudios, y me eligieron para ser miembro de la fraternidad universitaria Phi Beta Kappa. Me gradué sintiéndome libre y feliz. La Ciencia Cristiana se había convertido para mí en una manera de vivir.
En gran manera he aprendido que “... Dios... suplirá todo lo que os haga falta” (Filipenses 4:19). Llegó un punto en el que el trabajo que yo tenía fue eliminado por antagonismos políticos dirigidos contra mi empleador. Sin embargo, continué trabajando para él por un mes completo sin remuneración. Mientras tanto, pedí a una practicista que orara por mí. Me sentí seguro de que yo estaba en mi justo lugar, y de que Dios, no la política humana, gobierna mi empleo. Hasta rechacé dos ofertas para otros trabajos. Entonces se hizo un arreglo para que yo siguiera trabajando, pero con un salario más bajo del que tenía originalmente. Meses más tarde, cuando dejé el trabajo para asistir a la escuela de derecho, recibí de una fuente imprevista, y en calidad de regalo, una cantidad de dinero que fue casi equivalente a la cantidad que había dejado de recibir al aceptar la reducción en salario. Esta cantidad fue más que suficiente para pagar un año de matrícula. Esta experiencia me demostró que si conscientemente estamos “... en los negocios de [nuestro] Padre”, como percibió Jesús cuando era niño (Lucas 2:49), no nos quedaremos sin recompensa, aunque ésta no se presente por los canales normales como lo es un cheque de salario.
Mientras estaba en la escuela de derecho, viviendo de mis ahorros, recibí una carta de mi iglesia filial comunicándome de una necesidad financiera que tenían. ¿Qué podía yo darles? Había hecho planes para comprar una lámpara para mi rincón de estudios. Recordé lo que la Sra. Eddy ha escrito: “No nos empobrecemos al dar en servicio de nuestro Hacedor ni nos enriquecemos al retener” (Ciencia y Salud, pág. 79). Envié a la iglesia un cheque por el importe del costo de la lámpara. Poco después, me encontré con un amigo quien me dijo que se estaba mudando y que se estaba deshaciendo de algunos muebles. Me ofreció una lámpara. Resultó ser exactamente la misma clase de lámpara que yo había pensado comprar.
He tenido otras pruebas de provisión como resultado de la oración. En una oportunidad, durante una huelga de distribuidores de leche, pude conseguir leche. Y en otra oportunidad, me dieron unas rocas, lo que me permitió completar una pared de retención que yo estaba construyendo. “ ‘¿Podrá [Dios] poner mesa en el desierto?’ ¿Qué no puede hacer Dios?” (Ciencia y Salud, pág. 135.)
La Ciencia Cristiana continúa bendiciendo mis días. Estoy también agradecido por haber recibido instrucción en clase de Ciencia Cristiana a temprana edad. También estoy agradecido por mi dedicada esposa, quien es también una fiel Científica Cristiana. ¿Cómo puede uno expresar adecuadamente en meras palabras su gratitud a Dios por la Ciencia Cristiana?
Sun City Center, Florida, E.U.A.
La Iglesia Madre es La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts. Sus filiales se denominan Iglesias de Cristo, Científico, y Sociedades de la Ciencia Cristiana.
