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PARA NIÑOS

La curación de Pinto

Del número de marzo de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando comencé la escuela secundaria, vivía en el campo a ocho kilómetros de la escuela, y mis padres tuvieron que proporcionarme un medio de transporte para poder llegar. Todos los días iba y venía de la escuela en mi caballo Pinto.

Ese día en particular, había llovido; más tarde llovió otro poco y continuaba lloviendo cuando Pinto y yo emprendimos el regreso a casa. Yo dejaba que Pinto anduviese por las huellas de las carretas y por las huellas que dejaban los pocos autos que por allí pasaban, porque así le resultaba más fácil.

Vi que se acercaba un auto, de modo que hice que Pinto saliese de la huella y se acercara a la cerca, para esperar allí hasta que el auto hubiese pasado. Algo debió asustar a Pinto, y saltó justo delante del auto, y, por supuesto, el auto lo golpeó. Se tambaleó pero no se llegó a caer.

El conductor del auto miró hacia atrás, y supongo que debe haber pensado que todo estaba bien. Por lo tanto, continuó su marcha y yo continué la mía montada en mi caballo el resto del trayecto hasta mi casa. Cuando iba entrando a casa, vi a mi papá parado cerca del granero conversando con el Sr. Gómez, un vecino que había criado muchos caballos. “Mire la pata trasera de Pinto. Va a tener que sacrificar a ese caballo, pues le quedará la pata rígida por el resto de su vida y no va a servir para nada”.

Salté de mi caballo y miré la pata trasera. Tenía un tajo profundo hasta el hueso, y la piel colgaba totalmente desprendida. Comencé a llorar, y mi papá me tomó de la mano y me llevó adentro de la casa, mientras él buscaba su revólver. Cuando entramos, mamá nos salió al encuentro y nos preguntó qué sucedía. Papá le contó lo que pasaba con Pinto.

Bueno, mi mamá hacía muy poco tiempo que había comenzado a estudiar Ciencia Cristiana, pero a través de su confianza en el poder de Dios ella me había sanado cuando tuve fiebre, en una sóla noche. También papá había sanado de un ataque de fiebre del heno, de modo que cuando ella dijo: “Guarda tu revólver, simplemente lleva a Pinto al granero, dale de comer y de beber, y limpia la herida”, así lo hizo mi papá.

Mamá comenzó a hablarme. Me dijo lo que la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”.Ciencia y Salud, pág. 514. Me dijo que me secara las lágrimas y que simplemente tuviera presente que Dios estaba cuidando de Sus criaturas, incluso de Pinto.

Me fui a mi habitación y comencé a pensar en algunas cosas que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. La Biblia comienza con un relato de cada cosa de la creación espiritual de Dios, cómo El hizo la luz, las aguas, la tierra y los seres vivientes; y El vio que cada uno de ellos era bueno. Luego, cuando todo estuvo terminado, El lo contempló, y vio que era bueno en gran manera. Esto me hizo sentir segura de que Dios no sólo estaba protegiendo a Pinto, sino que también estaba atento a toda Su creación y eso incluía guiarme para conocer Su verdad.

Esa noche, sencillamente me fui a dormir, sabiendo que Dios estaba cuidando tanto a mi caballo como a mí. No sentía miedo ni tristeza. A la mañana siguiente, me levanté muy temprano y fui al granero a ver a Pinto. Para mi sorpresa, la piel de la pata había comenzado a adherirse de nuevo. A los treinta días nuevamente iba y venía de la escuela con Pinto, y gané una mención por no haber faltado ni llegado tarde a la escuela ni una sóla vez.

Esta curación siempre ha significado mucho para mí. Aun hoy, cuando el temor y la tristeza tratan de atraparme, recuerdo esta curación y sé que cuando confiamos en Dios y en Su poder, El no nos falla.

Las experiencias de curaciones en los artículos del Heraldo se verifican cuidadosamente, incluso en los artículos escritos por niños o para niños.

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