Cuando comencé la escuela secundaria, vivía en el campo a ocho kilómetros de la escuela, y mis padres tuvieron que proporcionarme un medio de transporte para poder llegar. Todos los días iba y venía de la escuela en mi caballo Pinto.
Ese día en particular, había llovido; más tarde llovió otro poco y continuaba lloviendo cuando Pinto y yo emprendimos el regreso a casa. Yo dejaba que Pinto anduviese por las huellas de las carretas y por las huellas que dejaban los pocos autos que por allí pasaban, porque así le resultaba más fácil.
Vi que se acercaba un auto, de modo que hice que Pinto saliese de la huella y se acercara a la cerca, para esperar allí hasta que el auto hubiese pasado. Algo debió asustar a Pinto, y saltó justo delante del auto, y, por supuesto, el auto lo golpeó. Se tambaleó pero no se llegó a caer.
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