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¿A dónde nos lleva la búsqueda del bien?

Del número de junio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Por largo tiempo, cuando leía la historia de Abraham en la Biblia, pensaba que Dios, de repente, miró hacia la tierra, encontró a Abraham, y lo escogió para que fuese Su siervo, y que Abraham había tenido poco que ver con el asunto. Tal parecía que Dios había ignorado a miles de otras personas que pudieron haber sido igualmente merecedoras.

Este sentido frío acerca de Dios comenzó a disminuir cuando encontré la Ciencia Cristiana. Aprendí que Dios es la Verdad infinita, el Amor ilimitado, y que el hombre es la expresión del Amor, inseparable de El. ¿Cómo podría haber favoritismo limitador en la Verdad infinita? ¿O algo que no fuera la efusión ilimitada del Amor?

Ahora estoy convencida de que Abraham debe de haber deseado saber qué es Dios, de lo contrario, no Lo hubiese encontrado. ¿Qué fue lo que preparó el corazón de Abraham para poder aprender más sobre Dios? ¿Sería el deseo de un sentido mayor de bien? Es probable que muchas personas durante la época de Abraham estuvieron tan deseosas del bien como lo estuvo él. Pero temerosas o ignorantes de lo que el bien es, buscaron en caminos errados, sometiéndose a muchos dioses y diosas. En el libro Ciencia y Salud, la Sra. Eddy comenta: “El mal es a veces el concepto más alto que tiene un hombre de lo que es justo, hasta que se apegue más firmemente al bien”.Ciencia y Salud, pág. 327.

Aunque Taré, el padre de Abraham, continuó en la adoración politeísta de los dioses de Mesopotamia, en algún momento el corazón de Abraham debió de haberse apartado de este tipo de adoración. Me parece que este alejamiento —este deseo profundo de conocer lo que es verdadero, junto con una disposición para responder a los mandatos de Dios— pudo haber sido lo que preparó a Abraham para captar una nueva visión de Dios.

Si nos ponemos por un momento en el lugar de Abraham, reconoceremos qué humildad y valor, qué sabiduría y fe, él incorporó para poder apartarse de las arraigadas teorías de su época. Hoy en día, aquellos que estudian Ciencia Cristiana están en una situación similar. Ante la creencia prevaleciente de que el poder es material —ya sea militar, monetario, nuclear, biológico, político, personal o magnético— el único Dios, quien es Espíritu, a veces parece estar ausente. Necesitamos estar alerta para reconocer que el poder es solamente del Espíritu, y necesitamos obtener un sentido apropiado del bien.

En una ocasión, busqué por meses una casa, pero sin resultados. Había planeado exactamente lo que necesitaba y quería, pero no estaba realmente interesada en las exigencias espirituales. Como todos los dioses falsos, el razonamiento material del cual yo estaba dependiendo probó ser ineficaz, improductivo. Confundida, totalmente descorazonada, y, finalmente, sumisa, me aparté completamente del razonamiento material y sus falsas imágenes. Con todo mi corazón, recurrí a nuestro sabio y poderoso Padre, y oré ferviente y humildemente: “Ponme donde pueda yo hacer el mayor bien”.

Me sentí más fuerte y confié más en Dios. Sabía que era el Cristo que había inspirado mi oración y no mi interés por un sentido material del yo. Era el Cristo que me estaba demostrando la naturaleza espiritual que Dios me había otorgado y lo que estaba causando que me apartara de lo egoísta e improductivo a lo útil y altruista. Recurriendo al Padre, no me podía mantener interesada en mí misma y satisfaciéndome a mí misma. Cuando había cedido a la razón personal, solamente quería estar donde lo bello y lo conveniente estuviesen a mi alcance. Pero ahora estaba preparada para estar donde yo pudiese hacer el mayor bien, sea cual fuere el ambiente.

Casi toda la experiencia humana se enfoca en el sentido material del yo: en alimentar, en vestir, en albergar, en descansar, en educar, en emplear, en entretener a este yo. Ensimismados en esta búsqueda, a veces nos es difícil entender firmemente lo que Dios es y lo que el hombre es como la creación de Dios. Como el testigo, la expresión, del Espíritu divino, el hombre verdadero tiene que ser espiritual, completo, y tiene todo el bien; él no es material. Nuestras necesidades legítimas son profundamente espirituales. Solamente el Espíritu y su creación tienen vitalidad, poder, evidencia genuinas, como lo enseñó Jesús cuando dijo: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha”. Juan 6:63.

A través de la Ciencia Cristiana encontramos que el Cristo aún nos está guiando para comprender al Espíritu y al hombre espiritual. El Cristo nos estimula a entregar los motivos pecaminosos y egoístas, y darle la bienvenida al bien espiritual.

Por ejemplo, en mi oración para encontrar una casa, aprendí que primero tenía que ampliar mi concepto de hogar. Pensé en esta declaración de la Sra. Eddy, anotada por un miembro de su casa: “ ‘El hogar no es un sitio, sino un poder. Encontramos el hogar cuando llegamos a la comprensión completa de lo que es Dios’ ”. Citado en Twelve Years with Mary Baker Eddy por Irving C. Tomlinson (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1966), pág. 156. Mi pensamiento se iluminó al yo vislumbrar algo nuevo de la constancia, la omnipotencia y la omnipresencia de Dios. Capté que así como nos sentimos más como en nuestro hogar donde podemos expresarnos mejor, de la misma manera estamos más cerca de nuestra verdadera naturaleza cuando captamos que Dios es el hogar verdadero del hombre.

En dos semanas, encontré una casa que sobrepasaba mi viejo plan. Tan importante como esto fue el hecho de que pude ser útil a los vecinos, inclusive a una mujer, quien recientemente me dijo que, aunque yo no lo sabía, yo la había salvado de suicidarse.

Recurrir al Padre no es algo que nosotros hacemos independientemente de Dios. Es nuestra respuesta natural a lo que ya es verdadero en nosotros; el Cristo nos revela nuestra relación afectuosa e íntima con Dios, quien es el bien infinito.

Cristo Jesús probó la relación del hombre con Dios, el bien. Sus obras sanadoras demostraron que esta relación es inquebrantable. El dependió absolutamente de Dios para su fortaleza, su vida y su amor. Jesús enseñó: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.

En su descubrimiento de la Ciencia del Cristo, la Sra. Eddy demostró que nosotros, también, podemos recurrir completamente a Dios para todo bien. Al recurrir a Dios, estamos recurriendo a la ley y al poder divinos, porque ambos son de Dios y nunca de la materia. Al nosotros comprender este hecho espiritual y seguir la dirección de Dios en nuestras vidas, los ajustes necesarios ocurren en la experiencia humana, como en mi caso, cuando necesité y encontré un lugar en el cual podía hacer el mayor bien.

Es muy consolador saber que nuestras necesidades humanas son bondadosamente satisfechas cuando recurrimos no parcial, sino completamente, a nuestro Padre, el bien infinito. Pero, aún más importante: es profundamente alentador que cuando buscamos una base más elevada para nuestras vidas, podemos confiar en El para que nos guíe hacia ella.

La nueva misión del hombre no es la de adorar ni la de aniquilar a los animales, sino que es una clase de supervisión, está llena de peligros, y, con frecuencia, nos hace recordar la caridad que se expresaba en el siglo diecinueve. Lo que se necesita no es simplemente construir santuarios para animales y extensos parques zoológicos, sino un cambio total en nuestra actitud mental. Tenemos que reconocer que la facultad de hablar, que nos ha dado poder sobre estas criaturas que anteriormente reconociéramos como hermanos, tiene que acarrear con ella una apropiada medida de responsabilidad.. . podemos recuperar ese sentido de hermandad que nos ayudará a establecer un sentido de la unidad de la creación. Es una fe que todos podemos compartir.

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