Cuando pensamos en alguien que fue valiente, ¿en quién pensamos? ¿Pensamos en alguien en el pasado? Por supuesto, no necesariamente en alguien en un pasado lejano, sino en cualquier persona que ha hecho un acto de valentía.
¿Qué decir de quienes ya son valientes ahora mismo? Personas que están haciendo algo que exige una fe formidable en el poder del bien para vencer el mal mientras están “en peligro”. Pensando retrospectivamente es relativamente fácil discernir la valentía. Después que el humo de la batalla se ha disipado y se conoce el resultado, la valentía, con frecuencia, brilla con más claridad.
La Biblia, por supuesto, contiene relatos sobre muchos hombres y mujeres valientes. Pero si leemos nuevamente esos relatos sin pensar acerca de sus resultados, empezamos a vislumbrar lo que es la valentía antes de conocer el resultado. Por ejemplo, consideremos a alguien como Moisés. Dejó atrás su vida en Egipto. Vivió en Madián durante varios años. Tuvo una esposa e hijos que nada tenían que ver con su vida anterior en Egipto o con su educación. Su regreso a Egipto fue probablemente en lo que menos pensó. Y, no obstante, en todo momento, algo se estaba fermentando. Finalmente regresó.
Pienso que su esposa era valiente. No sé exactamente la edad de sus hijos, pero es probable que fueran valientes también. Siguieron a su padre y a su madre en lo que tuvo que haber parecido una situación sumamente riesgosa. Ellos debieron de haber tenido cierto conocimiento del poder protector de Dios en la vida de Moisés.
En la Biblia hay relatos sobre personas menos conocidas que fueron valientes o que aprendieron a ser valientes. Por ejemplo, pensemos en José de Arimatea. Antes que Cristo Jesús fuera arrestado y crucificado, José de Arimatea fue uno de los seguidores secretos de Jesús. Pero después de la crucifixión, fue valientemente a Pilato y se hizo cargo de la custodia del cuerpo de Jesús. Nicodemo, quien visitó a Jesús al abrigo de la noche, actuó de la misma manera. Ver Juan 19:38–40. Aun cuando es probable que no hayan apreciado plenamente cuán importantes eran sus actos, pronto lo supieron. La Biblia está llena de relatos similares sobre almas valientes menos célebres.
La valentía se destaca en las vidas de esas personas, valentía cuando parece que se ha llegado a los límites de la vida humana y que era necesario hacer algo extraordinario. La cualidad de la fortaleza y buena voluntad espirituales para actuar parece algo muy valioso que, según todos los relatos bíblicos, redime la vida humana. La valentía, basada sobre la profunda convicción espiritual y amor hacia Dios y el hombre se ve, una y otra vez, que da significado a la vida. Hoy en día hay quienes hacen esa clase de decisiones.
Aun cuando las decisiones políticas y morales variaron considerablemente durante las décadas de los 60 y 70, concernientes al conflicto en Vietnam y al movimiento en pro de los derechos civiles en los Estados Unidos, hubo ejemplos de valentía en que hombres y mujeres hicieron lo que hicieron debido a profundos discernimientos morales. Durante la década de los 80, hubo quienes tomaron decisiones igualmente difíciles y peligrosas para preservar la vida humana y el futuro de este planeta. Algunos de esos hombres y mujeres valientes se conocen públicamente, como el representante anglicano, Terry Waite, tan conocido por sus esfuerzos en procura de la liberación de los rehenes en el Oriente Medio. Otros jamás se conocerán fuera de un pequeño círculo familiar o de amigos y colegas. Los nombres y la reputación de algunos serán mancillados por quienes, al menos por un tiempo, ejercen amplio control sobre los informes que describen acontecimientos humanos.
Es difícil pensar sobre la valentía porque, cuando surgen situaciones para demostrarla, el común impulso físico es generalmente el de retroceder. O los actos de valentía que exigen los diarios acontecimientos no siempre parecen valerosos al comienzo. El trabajo terrenal, duro y no correspondido, con frecuencia precede actos de valentía. Por cada héroe verdadero que merece respeto público, ha habido generalmente años de sacrificio y privaciones que fundamentaron la proeza.
La Sra. Eddy tenía un elevado concepto de la valentía dondequiera que se manifestara. Por ejemplo, se refirió con afecto a alguien que la apoyó cuando algunos críticos la ridiculizaron por los originales temas metafísicos sobre los cuales ella escribió en Ciencia y Salud. Esa persona fue Bronson Alcott —el padre de Louisa May Alcott— quien públicamente elogió su libro. Acerca del Sr. Alcott escribió: “Cuando la luz de una amistad tras otra pasa de la tierra al cielo, encendemos en su lugar el resplandor de alguna realidad imperecedera. La memoria, fiel a la bondad, guarda en sus cámaras secretas a esos caracteres de índole más sagrada, los más valientes que no se rinden, los más firmes en el sufrimiento, los más dispuestos a renunciar. Así fue el fundador de la Escuela de Filosofía de Concord, el difunto A. Bronson Alcott”.Pulpit and Press, pág. 5.
Alcott brindó firme confianza, consuelo y afectuoso reconocimiento a la inspiración de la Sra. Eddy. Esto ocurrió en los primeros días de la Ciencia Cristiana antes que miles de personas hubieran sido sanadas y hubieran dado testimonio de la oración sanadora cristianamente científica. Nos esperan oportunidades para que expresemos nuestra valentía antes que el púlpito y la prensa modernos comprendan la ley divina en la que se basan las enseñanzas de la Ciencia Cristiana.
Habrá momentos en que tengamos que apreciar otras cosas mucho más que la estima temporaria de la opinión humana en las ciencias sociales, la religión y la medicina. Esto no significa que pasemos por alto esas importantes disciplinas. En su significado metafísico, la Ciencia Cristiana las ve fundamentalmente como canales por los cuales llegará a la humanidad la idea espiritual del hombre como el reflejo o expresión de Dios.
Se necesita valentía en la investigación cristianamente científica a medida que la concepción humana procure ir más allá de sus conocimientos o comprensión actual en cuanto a Dios, el hombre y el universo. La Ciencia Cristiana empieza con la profunda verdad de que el hombre no tiene vida separada de Dios, Vida y Amor divinos. A medida que percibimos las poderosas implicaciones de esta verdad espiritual, nos sentimos inquietos bajo las limitaciones que nos impone el pecado y la enfermedad. Surge entonces un despertar espiritual que nos hace examinar por segunda, tercera y más veces, las enseñanzas de Cristo Jesús, y entonces nos hacemos preguntas que no desaparecerán. Preguntas como: ¿Qué se necesita ahora para traer a nuestra experiencia, en mayor medida, la vida que procede totalmente de Dios y que es expresada en la curación espiritual?
Una cosa que podemos hacer es valientemente atrevernos a encarar la cuestión de la curación cristiana y desarrollar el carácter moral y la comprensión espiritual que nos capacitan para curar mediante la oración científica. Podemos decidirnos con valentía a dedicar nuestro tiempo, trabajo y abnegación lo cual nos guiará hacia un concienzudo estudio de las Escrituras para obtener sus lecciones más profundas. Podemos decidirnos a explorar los requisitos espirituales y cristianos que se encuentran en todas partes de Ciencia y Salud y hallar la forma de incluirlos en nuestra vida diaria y deseos. Esta clase de prioridad opera cambios profundos en la naturaleza humana y continuará por días, por años, y llegaremos a ser valientes.
Escribiendo sobre la promesa en el Evangelio según San Juan, de que tenemos “potestad de ser hechos hijos de Dios”, Juan 1:12. la Sra. Eddy dijo: “Afirmar una entidad aparte de Dios, es negar la filiación espiritual del hombre; pues reconoce otro padre.. . Es valiente a toda prueba el que se atreve en esta época a refutar el testimono de los sentidos materiales con las verdades de la Ciencia, y por ello llegará al estado verdadero del hombre”.Escritos Misceláneos, pág. 183.
Para el sentido personal —el sentido de valor y deseo basado sobre la creencia de que la vida está contenida por completo dentro de los límites de la materia— el precio de la innovación espiritual, el valor moral y la valentía, es nada menos que el sacrificio de sí mismo. En el grado en que confiemos en el sentido personal y material para que nos diga quiénes somos, cuánto valemos, y lo que es la vida, el precio de la valentía es elevado, tal vez sumamente elevado. Mas para un sentido espiritual más profundo —el sentido que nos revela la naturaleza eterna y espiritual del hombre como hijo de Dios— la exigencia de valentía no presenta amenaza; trae una promesa. Incluso es una invitación para acercarse a Dios y descubrir lo que realmente es el hombre.
Necesitamos ser valientes. Necesitamos descubrir y desarrollar el profundo valor para confiar en nuestro sentido espiritual en cuanto a Dios y el hombre. Para el sentido personal, lo irónico es que tal valentía nos hace más modestos, más sabios, y menos propensos a hacer decisiones que no están apoyadas por la fiel dirección infalible de Dios y Su amor misericordioso. Moisés, los profetas, María Magdalena, San Pablo, no fueron imprudentes. Los hombres y mujeres realmente valientes —y los hijos— aprenden a ser sabios. Valorizan más la vida de sus semejantes, porque han llegado a amar la Verdad y al Amor divinos en grado máximo. Nosotros también podemos ser valientes. Podemos atesorar las exigencias morales y espirituales de la Vida, de tal manera, que nuestra valentía esté moderada por la misericordia y nuestras acciones sean seguidas por la curación espiritual, regeneración y transformación morales.
A medida que desarrollemos esta clase de carácter y comprensión espirituales, no sólo responderemos al mandato de Jesús de ser pescadores de hombres, sino que seremos merecedores de esa confianza y estaremos capacitados para satisfacer las exigencias de su mandato.