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La función del hombre es expresar a Dios

Del número de junio de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


El hombre, la idea más elevada de la creación, debe funcionar de acuerdo con el propósito para el cual Dios, su Principio divino, lo creó. Ha sido creado por un amoroso Padre-Madre Dios para desempeñar una función específica: expresar la naturaleza de Dios. Esa es la razón de su existencia. La causa divina gobierna su efecto de una manera absoluta. Y el hombre, en su ser verdadero, es el hijo, el efecto, la emanación de la gran Causa Primera que es Dios.

El hombre espiritual, el representante amado de su Principio divino, Dios, nunca puede ser separado de ese Principio, y jamás puede dejar de dar evidencia de su unidad con el Principio, el origen divino de su ser, o fracasar en su intento.

La Sra. Eddy nos enseña: “Aprendemos en las Escrituras, como en la Ciencia divina, que Dios lo hizo todo; que El es el Padre y Madre universal del hombre; que Dios es Amor divino: por tanto, el Amor divino es el Principio divino de la idea divina llamada hombre; en otras palabras, el Principio espiritual del hombre espiritual. Ahora bien, no perdamos de vista esta Ciencia del hombre, mas percibámosla claramente; entonces veremos que el hombre no puede ser separado de su Principio perfecto, Dios, por cuanto una idea no puede ser arrancada de su base fundamental”.Escritos Misceláneos, pág. 186.

La comprensión de este hecho espiritual nos capacita para demostrar progresivamente el estado del hombre como reflejo de Dios, ayudándonos a ser honestos, puros, amorosos, misericordiosos, respetuosos de las leyes. Al expresar las cualidades de Dios en la vida diaria, experimentamos el gozo de sentir nuestra unidad con Dios, de comprender que, en realidad, nuestra naturaleza es como la de Dios, o semejante a Dios.

Este sentido de bondad, de armonía con el Principio divino, el Amor, trae seguridad y felicidad a nuestra vida. Cuando funcionamos de acuerdo con el Principio divino, sentimos la armonía, paz, gozo y seguridad que brinda esta unidad consciente con el bien. La Sra. Eddy explica: “Para ser verdaderamente feliz, el hombre debe armonizar con su Principio, el Amor divino; el Hijo debe estar de acuerdo con el Padre, en conformidad con Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 337.

Jesús es nuestro ejemplo y Mostrador del camino. El comprendía tan claramente su unidad con su origen divino que pudo decir: “Yo y el Padre uno somos”. Juan 10:30. Esta comprensión permitió a Cristo Jesús ser un representante tan puro de su Padre, que pudo demostrar a la humanidad la manera en que una vida llevada de acuerdo con el Principio divino podía estar libre de las imposiciones de la mortalidad. El funcionaba con libertad, poder y autoridad, porque la mentira de que el hombre es material y mortal no lo afectaba ni engañaba.

Esta mentira de la mortalidad quisiera persuadirnos de que tenemos una mente privada y propia por medio de la cual pueden operar sus falsas sugestiones. Si consentimos a esta creencia estamos, en esa medida, abriendo el camino por el cual el pensamiento de la mente mortal pretende tener expresión en nuestra vida. Es como si nos forzaran dentro de un molde de mortalidad donde no cabemos. ¡Pero el hijo infinito de Dios no puede ser forzado dentro del molde de un mortal! Cuando tratamos de funcionar dentro de la esfera limitada de la mortalidad, cuando tratamos de ser algo que realmente no somos ni podemos ser jamás, no lo logramos. El Principio divino no cede la autoridad que tiene sobre el hijo de Dios a falsos modos de pensamiento. El hombre no puede adaptarse, ni siquiera temporariamente, a un molde de mortalidad.

Un estudiante de Ciencia Cristiana aprendió esto por medio de una dolorosa experiencia, pero que, al fin, resultó en maravillosa iluminación y crecimiento espirituales. Parecía como atrapado en un difícil problema de relaciones con alguien muy allegado a él. A medida que pasaba el tiempo la situación empeoraba, y el estudiante vio que sentía odio y venganza hacia la otra persona. Esto era tan contrario a su naturaleza normal y afable, que se sintió acongojado y consternado.

Lo que hacía la situación aún mas penosa era que parecía que él no podía ayudarse a sí mismo. Sentía que el error en su pensamiento era como una corriente que no podía controlar, que lo arrastraba.

Finalmente, el cuerpo comenzó a funcionar en forma anormal. En la garganta le apareció una protuberancia que le impedía tragar. Se sentía físicamente muy incómodo; pero aún más dolorosa que la discordancia física del cuerpo era la congoja mental que experimentaba por la falta de amor.

Pasó una noche en vela. No podía tragar; se sentía culpable, atormentado, en agonía mental y física.

Una vez más elevó su oración a Dios para obtener iluminación de modo de poder encarar la situación sobre una base científica. Le vinieron pensamientos como éstos. Se dió cuenta de que no debía intentar hacer lo que no le era posible hacer. Puesto que era una idea de Dios, la semejanza del Amor, en realidad era incapaz de odiar. Comprendió que, en verdad, no podía dejar de funcionar de acuerdo con el Principio divino que le había dado el ser, y que no había poder alguno capaz de forzarlo a funcionar mal bajo órdenes erróneas.

Vio que ese problema en verdad nada tenía que ver con su cuerpo ni con otra persona. Era simplemente la pretensión de la mente mortal de que podía encontrar un medio para desviarlo del sentido verdadero de ser el hombre espiritual de Dios. Nada podía hacer que se viera como un mortal capaz de actuar en contra de su naturaleza como el reflejo y expresión exactos de Dios, su origen divino, de aquel Dios que es el Amor mismo.

Estos pensamientos consoladores y angelicales de la verdad científica y sanadora tenían sentido; se volvieron más vívidamente reales y sustanciales en su consciencia que el sufrimiento que parecía haberlo mesmerizado. De lo primero que se dio cuenta fue que ya había amanecido, y que estaba completamente libre de la protuberancia en la garganta. Los sentimientos de odio y deseos de venganza también comenzaron a disiparse.

Aunque no se comunicó inmediatamente con la otra persona, sabía que la curación se estaba realizando. Se sentía como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Ya no sentía más la tensión de tener que aparentar ser alguien aparte de su verdadera naturaleza; ya no se sentía separado de la expresión espontánea de su naturaleza pura como el hijo de Dios.

Ahora su vida incluía un sentido normal de gozo, un entusiasmo natural por vivir, sin una tristeza abrumadora ni penoso dolor. Una relación armoniosa con su amigo fue el resultado directo de la liberación de su pensamiento.

Mientras meditaba sobre las implicaciones de esta curación, se dio cuenta, con creciente claridad, de que el cambio de pensamiento que había experimentado había sido inevitable. Las creencias falsas que se había permitido abrigar no tenían Principio, poder o ley que las sostuviera o mantuviera. No tenían ninguna misión ni función que desempeñar. Jamás habían formado parte de la consciencia real, y, por lo tanto, no podían utilizar su pensamiento impidiéndole representar a su Principio divino, Dios, y haciéndolo así funcionar mal o no funcionar con amor y bondad.

Ahora comprendía más claro el hecho espiritual de que el funcionamiento del hombre no puede ser improductivo. El Amor divino, el Principio, no lo permite. Las ideas de Dios siempre tienen un propósito, una razón de ser, y permanecen eterna y constantemente bajo el gobierno de la Mente divina.

Vio que la discordancia es siempre el resultado de un sentido de funcionamiento inadecuado. Se le hizo claro que, a pesar de que había pensado que estaba actuando y pensando independientemente, en realidad nunca había tenido la opción de ser bueno o malo, de amar u odiar. El tenía que ser bueno y amable porque esa era la forma en que Dios lo había creado. Dios el Principio, hace que Su idea, el hombre, funcione en perfecto acuerdo con El.

Obviamente esta era la razón por la que había sido tan duro para él “dar coces contra el aguijón”; Hechos 26:14. pensar y actuar en forma contraria u opuesta al Principio divino.

Nos liberamos del funcionamiento mental inadecuado cuando comprendemos que el hombre es creado por Dios y que no puede actuar en contra de Su ley. Dios, el Principio del hombre, es la ley para Su idea, el hombre, manteniéndolo perpetuamente como Su reflejo armoniosamente gobernado.

Dios causa en nosotros el querer hacer, y el hacer sólo lo que es bueno. Este gobierno invariable es lo que nos mantiene a salvo de la miríada de falsas pretensiones de la mente mortal, que quisieran operar como ley en nuestra experiencia.

No hay poder que pueda perturbar, invertir o retardar el funcionamiento espiritual y eterno del hombre, que está en perfecto acuerdo con su Padre-Madre Dios. El ser verdadero del hombre, completo y por siempre intacto en el Amor divino, está siempre demostrando la evidencia del gobierno amoroso del Principio.

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