Hemos estado edificando nuestro muro.
Fuerte como la roca.
Permanecerá.
Como una barrera para los enemigos, un monumento al amor.
Las mentiras y tontas intrigas del error
—tratando de inducirnos a abandonar la obra
que sólo nosotros podemos hacer— ¡fallaron!
Casi todo el tiempo sin amilanarnos (“Oh Dios,
fortalece tú mis manos”),
continuamos edificando. (“Porque cesaría la obra,
dejándola yo para ir a vosotros”.)
Nuestro muro debe quedar terminado, fortificado, sin brechas.
Nuestra obra continúa —cada hora de cada día—
montamos guardia, despiertos, alerta,
pues hemos aprendido,
al edificar piedra sobre piedra,
que los esfuerzos del error son siempre los mismos:
¡conseguir que abandonemos nuestra obra!
Le contestamos: “Yo hago una gran obra,
y no puedo ir”.
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