En los tiempos del Nuevo Testamento, había algunos que al adorar a Dios lo hacían de manera ostentosa para que los demás notaran lo piadosos que eran. Se ubicaban en las esquinas de las calles o en las sinagogas, donde hacían un espectáculo de la oración. Cristo Jesús llamó a tales hombres “hipócritas”. Jesús oraba con sencillez. Enseñó a sus discípulos a orar de un modo diferente. Dijo: “Cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6.
Las enseñanzas de Jesús claramente hacen hincapié en la naturaleza accesible de Dios. En realidad, él indicó que quienes oran a Dios como a un Padre afectuoso pueden confiar en que El ya sabe de nuestras necesidades aun antes de que se lo digamos y que El las satisfará. No había que implorar a Dios con palabras, sino reconocer que El es la fuente de todo bien. Jesús consideraba que orar es estar en comunión con un Padre afectuoso, con gozo y en expectativa del bien.
El Maestro debe de haber elegido la palabra aposento para simbolizar el estado mental adecuado para la oración. La palabra nos ayuda a imaginar la “cámara” interior de la consciencia, que necesita estar cerrada al clamor del mundo cuando oramos. Por cierto que en el ajetreo de nuestros deberes diarios es, a menudo, difícil encontrar momentos de tranquilidad para orar. Pero cada vez que estamos conscientes de la presencia y el amor de Dios, tenemos un santuario. Esta consciencia de nuestra unidad con Dios está a nuestro alcance en cualquier parte.
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