Un día de primavera al atardecer, cuando nos disponíamos a dejar de trabajar en la granja que operamos mi socio y yo, noté por el oeste un cúmulo de nubes de muy mal aspecto. Normalmente, me voy directamente a mi casa, pero, esa tarde, me sentí especialmente impelido a quedarme con la cosecha para cuidar y proteger el maíz.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!