Un día de primavera al atardecer, cuando nos disponíamos a dejar de trabajar en la granja que operamos mi socio y yo, noté por el oeste un cúmulo de nubes de muy mal aspecto. Normalmente, me voy directamente a mi casa, pero, esa tarde, me sentí especialmente impelido a quedarme con la cosecha para cuidar y proteger el maíz. Al cabo de una media hora, una intensa granizada estaba amenazando destruir nuestra plantación de maíz, que ya tenía una altura de casi trece centímetros.
En momentos como éste, no parece posible negar que las fuerzas de la materia tienen completo control sobre la creación, y que Dios tiene casi ninguno. Sin embargo, Dios es el Padre creador único de todo. La Biblia nos dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” Gén. 1:1. y “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Juan 1:3.
Lo que Dios crea está siempre en acción, a cada instante, aquí y ahora; y aún más, es pletórico. Y a medida que reclamamos nuestra habilidad para ceder a este hecho espiritual, nada puede impedir que esta creación se manifieste en nuestra experiencia.
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