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¡Continúa orando!

Del número de septiembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tomás y su perra eran amigos inseparables. Blanquita era una mezcla de collie y de galgo ruso. Su pelo largo y sedoso era todo blanco excepto por una gran mancha marrón alrededor del ojo izquierdo.

Tomás no tenía hermanos ni hermanas, pero nunca se sentía solo porque siempre podía jugar con Blanquita. Adondequiera que iban juntos ella no lo perdía de vista, en el parque, en las caminatas que Tomás hacía con su papá en las afueras de la ciudad, y en los paseos en el auto de la familia. Cuando Tomás volvía de la escuela, Blanquita corría a recibirlo moviendo la cola y ladrando alegremente.

Cuando Tomás y Jorge, su mejor amigo, estaban en cuarto grado, fueron a pasar un fin de semana al campamento del Sr. Fullerton, en el campo. Blanquita, por supuesto, fue con los niños. El domingo por la mañana, el Sr. Fullerton llevó a Tomás y a Jorge en su auto al pueblo cercano para que fueran a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Dejaron a Blanquita sola en un porche bien cerrado y no volvieron hasta la tarde.

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