Tomás y su perra eran amigos inseparables. Blanquita era una mezcla de collie y de galgo ruso. Su pelo largo y sedoso era todo blanco excepto por una gran mancha marrón alrededor del ojo izquierdo.
Tomás no tenía hermanos ni hermanas, pero nunca se sentía solo porque siempre podía jugar con Blanquita. Adondequiera que iban juntos ella no lo perdía de vista, en el parque, en las caminatas que Tomás hacía con su papá en las afueras de la ciudad, y en los paseos en el auto de la familia. Cuando Tomás volvía de la escuela, Blanquita corría a recibirlo moviendo la cola y ladrando alegremente.
Cuando Tomás y Jorge, su mejor amigo, estaban en cuarto grado, fueron a pasar un fin de semana al campamento del Sr. Fullerton, en el campo. Blanquita, por supuesto, fue con los niños. El domingo por la mañana, el Sr. Fullerton llevó a Tomás y a Jorge en su auto al pueblo cercano para que fueran a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Dejaron a Blanquita sola en un porche bien cerrado y no volvieron hasta la tarde.
Cuando se acercaron a la casa Tomás gritó: —¡Miren! ¡La puerta del porche está abierta y Blanquita no está!
Aparentemente, la perra había dado un salto haciendo correr el cerrojo con las patas. Tomás estaba seguro de que se había escapado para buscarlo. Llamaron a Blanquita y la buscaron por todas partes. Tomás estaba desolado porque no aparecía.
No había ninguna pista que indicara la dirección que pudiera haber tomado. Pero había un hecho importante que Tomás había aprendido desde hacía tiempo en la Escuela Dominical, y empezó a utilizarlo mientras oraba: “Dios está en todas partes”. Tomás pensó que eso significaba que Dios estaba siempre con cada una de Sus criaturas. Blanquita nunca podía escapar de Su amor y Su protección. Tomás estaba seguro de que dondequiera que estuviera, ella estaba rodeada del amor de Dios.
A la mañana siguiente, Blanquita todavía no aparecía. El papá y la mamá de Tomás pusieron anuncios en la columna “objetos perdidos y encontrados” en los periódicos locales y se comunicaron con la Sociedad Protectora de Animales. Pero no obtuvieron ninguna respuesta.
Pasaron días y semanas sin ninguna novedad. Todos los esfuerzos por encontrar a Blanquita fueron inútiles. Durante muchos meses nadie la vio en ninguna parte, ni nadie sabía nada acerca de ella. Desde el comienzo, una parte importante de los esfuerzos realizados por la familia por encontrar a la perra fue la oración. Sentían que Dios era una ayuda presente para ellos y para Blanquita. La mamá de Tomás obedecía el mandato de la Biblia de “orad sin cesar”. 1 Tesal. 5:17. Cada vez que miraba el cuadro con la fotografía de Tomás y Blanquita en el vestíbulo, afirmaba en silencio que Dios, la Mente divina, lo sabe todo. Ninguna individualidad puede jamás estar perdida o separada de su origen divino. Como ideas de Dios, ella, el papá de Tomás y Tomás, todos reflejaban la Mente divina y única que mantiene a todas sus ideas unidas en perfecta armonía. Blanquita también estaba siempre en presencia de la Mente, por lo tanto, la Mente sabía dónde estaba Blanquita y ellos también podían saberlo. La mamá confiaba en las palabras de la Sra. Eddy que dice: “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles”.Ciencia y Salud, pág. 514.
Uno de los himnos de la Sra. Eddy dice “busco y encuentro” el Amor, lo cual nos anima a estar “en guardia y oración”.Himnario de la Ciencia Cristiana, N.° 207. Eso fue precisamente lo que Tomás y sus padres hicieron. Oraron, y confiaron en Dios.
Hacía cincuenta semanas que Blanquita había desaparecido, cuando una noche en que Tomás y su mamá estaban lavando los platos después de cenar, llamó por teléfono el Sr. Fullerton diciendo: — Creo que esta tarde vi a Blanquita mientras volvía al campamento. Pero cuando la llamé por su nombre salió corriendo, y desapareció entre la maleza.
—¡Ahora mismo vamos para allá! Lo veremos dentro de una hora, más o menos, — respondió el papá de Tomás.
Al irse aproximando al campamento del Sr. Fullerton, iban muy despacio esperando divisar a Blanquita. Pero no había rastro de ella. Los tres, junto con el Sr. Fullerton, recorrieron los alrededores cada uno por separado, explorándolos cuidadosamente y llamando a Blanquita por su nombre mientras alumbraban con sus linternas. Pero no hubo respuesta. Contrariado, pero no desalentado, Tomás pensó en el siguiente versículo de la Biblia: “La oración eficaz del justo puede mucho”. Sant. 5:16.
Finalmente, el papá de Tomás dijo: — Se está haciendo tarde. Es hora de volver a la ciudad. El conocía muy bien los caminos de los alrededores y decidió tomar un camino diferente para regresar a casa.
Al avanzar lentamente por un camino angosto, de pronto, las luces del auto enfocaron a un animal de pelaje blanco corriendo a la orilla de la ruta. ¿Sería Blanquita?
El papá de Tomás detuvo el auto a un costado del camino y apagó el motor. Luego, él y Tomás bajaron cautelosamente y se acercaron lentamente al animal a fin de no asustarlo, llamándola suavemente: “Blanquita, Blanquita”.
El animal apenas si se parecía a Blanquita. Las huesudas costillas sobresalían por entre el pelo sucio y enmarañado. En vez del collar de cuero de Blanquita con su respectiva patente, colgaba sólo un pedazo de cuerda deshilachada.
Durante los últimos once meses, Tomás había crecido mucho y su voz había cambiado. El animal no lo reconoció y lo esquivó tratando de desaparecer en la oscuridad. Tomás pensó: “Después de todo, no debe ser Blanquita”.
Pero entonces alcanzó a ver la gran mancha marrón que la perra tenía alrededor del ojo izquierdo. ¡No podía ser otra que Blanquita! Pero ella no mostraba señal alguna de haberlos reconocido. ¿Cómo podrían convencerla de que eran ellos?
Antes, cuando el papá de Tomás jugaba con ella, tomaba el bastón que usaba para caminar y lo levantaba, moviéndolo frente a ella. Ese era el juego favorito de Blanquita. Entonces el papá levantó el bastón sobre su cabeza, repitiendo el mismo movimiento, era una invitación a jugar. Inmediatamente la perra respondió. Saltó hacia adelante moviendo la cola frenéticamente. ¡Era Blanquita!
Nadie supo nunca las penurias que Blanquita había pasado durante su larga ausencia del hogar, pero los meses de separación se olvidaron rápidamente. Tomás y Blanquita reanudaron su compañerismo. Y la familia siempre agradeció a Dios porque habían aprendido a continuar orando.
Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ...
Yo buscaré la perdida,
y haré volver al redil la descarriada,
vendaré la perniquebrada,
y fortaleceré la débil.
Ezequiel 34:1, 16