Se me educó en la Ciencia Cristiana, y asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana hasta la edad de veinte años. Si bien fui testigo de curaciones en nuestro hogar mientras crecía, no empecé a estudiar seriamente esta Ciencia hasta el año 1954, cuando estaba encarando un problema de carácter físico con mi hijo menor, que en ese entonces tenía cuatro años de edad.
El asistía a un jardín de infantes en ese tiempo, y, de pronto, empezó a cojear muy visiblemente. Las autoridades de la escuela me notificaron que esto les preocupaba porque podría indicar una seria condición contagiosa. Me pidieron que lo tuviera en casa y que consultara a un médico. Los abuelos paternos del niño no eran Científicos Cristianos, y querían que yo consultara al mejor médico ortopédico en la ciudad de San Francisco.
Los especialistas concordaron en que mi hijo tenía la enfermedad de Perthes. Es un deterioro del fémur superior, donde encaja en la cavidad de la cadera. Debido a que este hueso estaba cariado, mi hijo empezó a cojear. Se me aconsejó que lo tuviera en cama y que no se debía apoyar en esa pierna. Los especialistas diagnosticaron que una pierna sería más corta que la otra. Dijeron que mi hijo tendría que usar muletas por un tiempo, y después sería necesario elevar el tacón de su zapato.
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