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Se me educó en la Ciencia Cristiana, y asistí a la Escuela Dominical...

Del número de septiembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se me educó en la Ciencia Cristiana, y asistí a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana hasta la edad de veinte años. Si bien fui testigo de curaciones en nuestro hogar mientras crecía, no empecé a estudiar seriamente esta Ciencia hasta el año 1954, cuando estaba encarando un problema de carácter físico con mi hijo menor, que en ese entonces tenía cuatro años de edad.

El asistía a un jardín de infantes en ese tiempo, y, de pronto, empezó a cojear muy visiblemente. Las autoridades de la escuela me notificaron que esto les preocupaba porque podría indicar una seria condición contagiosa. Me pidieron que lo tuviera en casa y que consultara a un médico. Los abuelos paternos del niño no eran Científicos Cristianos, y querían que yo consultara al mejor médico ortopédico en la ciudad de San Francisco.

Los especialistas concordaron en que mi hijo tenía la enfermedad de Perthes. Es un deterioro del fémur superior, donde encaja en la cavidad de la cadera. Debido a que este hueso estaba cariado, mi hijo empezó a cojear. Se me aconsejó que lo tuviera en cama y que no se debía apoyar en esa pierna. Los especialistas diagnosticaron que una pierna sería más corta que la otra. Dijeron que mi hijo tendría que usar muletas por un tiempo, y después sería necesario elevar el tacón de su zapato.

Después de recibir este diagnóstico, fui a un establecimiento de aparatos quirúrgicos para comprar las muletas. No tenían la medida para mi hijo. Volví por segunda vez, pero no pude conseguirlas.

En ese momento sentí que estaba encarando el problema equivocadamente. Decidí confiar en la Ciencia Cristiana. Me enteré de un practicista en nuestra zona y llevé a mi hijito para que lo viera. El practicista me dijo que fuera a su oficina dos veces por semana durante un tiempo. Oró con regularidad por el niño. Durante ese tiempo mi hijo estaba normalmente activo.

Durante más de seis meses, estudié Ciencia Cristiana y obtuve una comprensión más profunda acerca de Dios. Un día en que estaba estudiando un pasaje bíblico en particular, me vino firmemente al pensamiento que Dios había creado a mi hijo a Su imagen espiritual, la cual es invariable. Después, medité sobre esta declaración en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy: “Las relaciones entre Dios y el hombre, el Principio divino y la idea divina, son indestructibles en la Ciencia; y la Ciencia no conoce ningún alejamiento de la armonía ni retorno a ella, sino mantiene que el orden divino o ley espiritual, en que Dios y todo lo que es creado por El son perfectos y eternos, ha permanecido inalterado en su historia eterna” (págs. 470–471).

Este reconocimiento del verdadero ser de mi hijo — su inalterada naturaleza espiritual — originó un punto decisivo. Pronto me di cuenta de que mi hijo ya no cojeaba.

Mi hijo empezó a ir a la escuela primaria y se dedicaba activamente a los deportes. Con frecuencia ganaba en las carreras que se organizaban en el patio del colegio. A medida que creció y entró a la escuela secundaria, jugó al fútbol y se especializó en el salto con garrocha. A los catorce años, ganó el récord por el salto más alto en el grupo de su edad en California del norte. Sus abuelos y todos los que supieron de su caso prontamente reconocieron que había sanado completamente gracias a la Ciencia Cristiana.

Desde entonces, hace ya muchos años, he sido miembro activo en varias iglesias filiales en distintas ocasiones, como también miembro de La Iglesia Madre. He tenido muchas curaciones; se han resuelto problemas de relaciones; y nuestra familia ha sido bellamente protegida en nuestros viajes por el mundo. Estoy aprendiendo cada vez más a abandonar los planes humanos y a depender de Dios en todos mis asuntos diarios.

Verdaderamente estoy muy agradecida por la Ciencia Cristiana.


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