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Un libro que sana

Del número de septiembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Pensar que la lectura de un libro pueda resultar en una curación física y hacer que el pecado parezca absurdo, es algo que va más allá de la credulidad humana. La primera vez que busqué curación leyendo Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, no sabía realmente qué esperar. Pero, en poco tiempo, sané de una grave enfermedad. Poco después, tuve una rápida curación de una lesión que recibí en una cancha de fútbol.

Traté de comprender cómo habían ocurrido estas curaciones basadas en la lectura de un libro. Al principio especulé que era cuestión de mantener mentalmente en el pensamiento una imagen de lo que podría ser un organismo normal y saludable. No obstante, sabía que en los casos en que había sanado ni siquiera había pensado en tales cosas. Entonces, durante un breve período de tiempo traté de volver a ciertos conceptos teológicos previamente admitidos para encontrar una explicación. Trataba de concebir que Dios me conocía tal como un ser humano conoce a otro. Y, después, que Dios — como una influencia entre muchas — operaría un cambio en mí.

Pero pronto vi la insuficiencia de tal concepto, porque conducía a una percepción limitada de Dios, que permitía que algunos sufrieran, pecaran o se enfermaran y otros no. Fue entonces cuando consideré las curaciones efectuadas por Cristo Jesús, y lo que él dijo respecto a tales curaciones. Jesús tenía una completa confianza en que Dios estaba siempre presente y que era invariable e inmediato en Sus respuestas, como cuando dijo justamente antes de resucitar a Lázaro: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes”. Juan 11:41, 42. Comencé a percibir que había una relación entre la curación y el deseo individual de aceptar una idea más elevada acerca de Dios.

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