Tengo mucho por lo que estar agradecida. Tenía cinco años de edad, y era una de seis niños, cuando una vecina que era Científica Cristiana dio a conocer estas enseñanzas a mi madre, prestándole literatura sobre Ciencia Cristiana. Muy pronto, mi madre pidió prestado un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy en la biblioteca de la localidad.
Mi madre era miembro desde hacía mucho tiempo de otra denominación religiosa, y aunque ella tenía profundas reservas sobre lo que le habían enseñado, encontró las enseñanzas de la Ciencia Cristiana difíciles de aceptar. Una vez, mientras leía Ciencia y Salud, tiró el libro, determinada a no volverlo a leer. Pero pronto lo tomó y continuó leyéndolo. De hecho, leyó todo el libro muchas veces, y tuvo, para su sorpresa, una curación instantánea de una severa quemadura.
No mucho después, todos nosotros fuimos matriculados en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana de una iglesia filial, a la que mis padres habían empezado a asistir. Desde ese momento, nuestra familia dependió solamente de la Ciencia Cristiana para la curación, y muchas enfermedades asociadas con la niñez, así como los efectos de accidentes, fueron resueltos.
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