Tengo mucho por lo que estar agradecida. Tenía cinco años de edad, y era una de seis niños, cuando una vecina que era Científica Cristiana dio a conocer estas enseñanzas a mi madre, prestándole literatura sobre Ciencia Cristiana. Muy pronto, mi madre pidió prestado un ejemplar de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy en la biblioteca de la localidad.
Mi madre era miembro desde hacía mucho tiempo de otra denominación religiosa, y aunque ella tenía profundas reservas sobre lo que le habían enseñado, encontró las enseñanzas de la Ciencia Cristiana difíciles de aceptar. Una vez, mientras leía Ciencia y Salud, tiró el libro, determinada a no volverlo a leer. Pero pronto lo tomó y continuó leyéndolo. De hecho, leyó todo el libro muchas veces, y tuvo, para su sorpresa, una curación instantánea de una severa quemadura.
No mucho después, todos nosotros fuimos matriculados en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana de una iglesia filial, a la que mis padres habían empezado a asistir. Desde ese momento, nuestra familia dependió solamente de la Ciencia Cristiana para la curación, y muchas enfermedades asociadas con la niñez, así como los efectos de accidentes, fueron resueltos.
Desde mi temprana niñez, yo había sido tratada por los médicos de un recurrente problema de los oídos, que me causaba gran dolor. Uno de los médicos dijo a mi madre que probablemente perdería totalmente la facultad de oír para el tiempo en que llegara a adulta.
Después que comenzamos el estudio y la práctica de la Ciencia Cristiana, se llamó a una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí cuando la condición surgió de nuevo. Hubo mucho temor que vencer. Estuve ausente de la escuela por una semana hasta que mis oídos supuraron y pude regresar a la escuela. Estando sentada en la sala de clase el primer día de mi regreso, súbitamente pude oír. Yo me estaba quedando sorda de manera tan gradual, que no había estado consciente de esto hasta que pude oír de nuevo. Es difícil describir mi asombro y regocijo cuando pude oír a los pájaros cantando afuera, y el ruido del tránsito en la calle. Más que todo, yo sabía que el amor de Dios por mí había traído la curación.
En la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana había aprendido que la naturaleza de Dios es Amor, y sentí la necesidad de saber y comprenderlo mejor a El. Me aprendí de memoria la definición de Dios dada en Ciencia y Salud en la página 587. Pensé mucho acerca de esta definición, y me aferraba a ella siempre que me sentía enferma o atemorizada. Fue tan maravilloso saber que tenía un Dios que me amaba, quien estaba siempre presente para consolarme y sanarme. A un niño no se le puede dar un mejor regalo que el de comprender espiritualmente la proximidad de Dios.
Toda mi vida he sentido amor por los animales, y he estado muy agradecida al aprender que, en realidad, todas las criaturas de la creación de Dios son espirituales y perfectas.
Como estudiante del último año en la escuela secundaria, pude ganar dinero para comprar un caballo, algo que por mucho tiempo yo quería hacer. El caballo (una yegua), estaba al cuidado de un familiar, quien no era Científico Cristiano, en una finca situada a dos horas de camino en auto de mi casa en la ciudad. Poco después de llegar a la finca, la yegua tuvo un saludable potrito, y yo disfrutaba mucho el estar con ellos durante los fines de semana.
Un día mi pariente llamó con malas noticias. El había encontrado la yegua en muy mal estado, cojeando de una pata. Parecía estar con gran dolor y rehusaba comer. Mi pariente me dijo que él había llamado a un veterinario, quien había dicho que la yegua tenía una pata fracturada. El veterinario razonó que los costos médicos para tratar de salvarla, incluso un largo viaje al hospital para animales, excederían muchas veces lo que ella valía. También era muy dudoso que el tratamiento pudiera tener éxito. El veterinario había pedido mi permiso para sacrificar la yegua.
Mientras yo oía este reporte, inmediatamente recurrí a Dios, afirmando las verdades espirituales que había aprendido en la Escuela Dominical. Yo sabía del amor que Dios tiene por toda Su creación, y estaba confiada en la curación. Dije a mi pariente, quien sabía que mi familia y yo confiábamos en la Ciencia Cristiana para la curación, que despidiera al veterinario y que le asegurara que yo me encargaría del problema. El estaba preocupado, y reiteró que la yegua estaba sufriendo. También estaba temeroso de que los vecinos pudieran pensar que nosotros éramos crueles, pero le aseguré de nuevo que me encargaría de ella, y consintió en despedir al veterinario.
Llamé a mi maestra de la Escuela Dominical, que también era practicista, y hablamos sobre el hecho de que Dios ha creado todas las cosas y las mantiene perfectas en Su creación. A mí me habían enseñado la verdad de esta declaración de Ciencia y Salud: “Todas las criaturas de Dios, moviéndose en la armonía de la Ciencia, son inofensivas, útiles e indestructibles” (pág. 514). Mi maestra amorosamente estuvo de acuerdo en orar conmigo. También me aseguró de que no tenía que estar temerosa de las opiniones negativas de otros.
Después de colgar el teléfono, busqué la cita arriba indicada, y comencé a leer otra vez en el capítulo titulado “Génesis” en Ciencia y Salud las muchas y magníficas referencias sobre la verdadera naturaleza de la creación de Dios. Estas líneas resaltaron: “La Mente, gozosa en fortaleza, mora en el reino de la Mente. Las ideas infinitas de la Mente corren y se recrean. En humildad ascienden las alturas de la santidad” (pág. 514). Yo sabía que este pasaje tenía la verdad sanadora que yo necesitaba, y me afirmé en él.
Ese fin de semana, guié hasta la finca, y encontré a la yegua comiendo yerba y afirmándose un poco sobre la pata, pero la curación aún no era completa. El trabajo de oración prosiguió. Dos semanas después de haberse diagnosticado que la pata estaba rota, mi hermana y yo llevamos los caballos al corral, y estábamos poniendo la barrera de dos estacas para encerrarlos, cuando mi yegua se escapó, saltando sobre la barrera más baja, y salió galopando con la cabeza y cola en alto con aire de triunfo. Normalmente, esta conducta no la hubiéramos aprobado, pero mi hermana y yo reímos con regocijo. La yegua estaba totalmente curada. Después de esto, monté en ella por muchos años, y ella permaneció en perfectas condiciones.
He continuado teniendo caballos desde entonces, y las curaciones que ellos han tenido incluyen las de cojera, un caso de aguadura, y una profunda herida en el menudillo. También ha habido nacimientos armoniosos de potros.
En la universidad, fui miembro de una Organización de la Ciencia Cristiana, así como miembro de una iglesia filial y de La Iglesia Madre. La Ciencia Cristiana fue una ayuda de gran valor en mis estudios. Descubrí que estudiar la Lección Bíblica lo primero en la mañana, me hizo posible cumplir con éxito todas las exigencias en mi tiempo, sin sentir tensión. También, el comprender que el hombre refleja la única Mente, me quitó el terror a los exámenes.
En los años subsiguientes, doy crédito a las enseñanzas de la Ciencia Cristiana por la forma armoniosa en que se ha solucionado la necesidad de provisión y empleo, así como la curación de una lesión en la espalda, dolores en las coyunturas, influenza y catarros. Al mismo tiempo, falsos rasgos de carácter, incluso extrema timidez, también han cedido con la oración. También estoy agradecida por instrucción en clase de Ciencia Cristiana, por haber servido como Primera Lectora en mi iglesia filial, y por mi matrimonio con un Científico Cristiano.
El futuro brilla con esperanzas, y espero mayor crecimiento en el conocimiento y demostración de esta Ciencia. Indudablemente, Dios es bueno.
St. James, Misuri, E.U.A.