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Respuesta de una lectora

La práctica del perdón

Del número de septiembre de 1988 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En el Heraldo de diciembre de 1986, publicamos un artículo titulado “Perdón en Beirut”. Este artículo (que se publicó por primera vez en el Christian Science Sentinel del 20 de enero de 1986) cuenta la experiencia de Margaret Powell, una Científica Cristiana, ante las graves lesiones que recibiera su prima Mary Lee en el bombardeo a la Embajada de los Estados Unidos en Beirut. Ella decía que su relación con su prima era muy íntima; eran como hermanas. Al marido de Mary Lee lo mataron durante el ataque.

La Sra. Powell voló a Beirut para ayudar a su prima. En el artículo, ella relata cómo venció el temor y cómo se dio cuenta de que era posible perdonar a la luz del amor de Dios.

Recientemente, una lectora escribió a la Sra. Powell sobre las lecciones que ella había aprendido sobre el perdón. Pensamos que esta carta los conmoverá a ustedes tanto como nos conmovió a nosotros. Su autora nos ha permitido compartir extractos de la misma.

Queridísima Margaret:

Al leer su artículo en el Sentinel, no pude contener las lágrimas. Pude sentir su comprensión, su progreso, y pude identificarme con cada una de sus experiencias. Tuve una experiencia similar, pero nunca supe cómo compartirla hasta que leí sus palabras especiales: “Puede poner en práctica el perdón en su propia experiencia. Tenemos que empezar por algún lado”.

Mi marido fue asesinado por un convicto prófugo cuando estaba en viaje de negocios. Aun en el momento en que esto sucedió, me invadió un profundo sentimiento de perdón hacia el individuo, sabiendo que él debía de haber estado perturbado y que no estaba en su sano juicio. Después, al pensar más sobre él, me di cuenta de que yo no podía, y nunca quería ser juez de sus malas acciones. Tenía tres hijos pequeños y sabía que, como Científica Cristiana, no podía mentirles. Quería explicarles lo que había pasado y quería hacerlo con amor, incluso con amor hacia esa persona. Durante esa época, los niños y yo nos mantuvimos muy unidos; dormíamos juntos, hablábamos juntos y siempre en términos de amar a cada uno y perdonar a todos. Nunca sentí que pudiera hacerlo de otro modo. Todas las noches orábamos juntos para aprender más de nuestro “verdadero Padre-Madre”. Tenía que asegurarles a los chicos que no podían ni debían apoyarse solamente en mí, una madre humana, sino que Dios era su verdadero Padre-Madre.

Nunca quise que mis hijos sintieran odio o ira hacia los demás, y [oraba para ver] cómo podía fomentar en ellos el amor por sus semejantes.

Mis vecinos estaban llenos de recelo y confusión. Mi marido fue primero secuestrado por varios días; después lo asesinaron y lo dejaron en un campo. Estuvo en todos los noticieros por alrededor de tres semanas; venía gente constantemente a preguntarme qué podían hacer o decir. Sentían que sus oraciones no ayudaban. Los invitaba a pasar a nuestra sala y les decía con gran convicción que sus oraciones sí ayudaban.

Pasó el tiempo, y toda la familia creció en entendimiento. Por la manera en que yo respondía a la situación, me daba cuenta de que estaba progresando realmente. Cuando surgían comentarios como: “¿Por qué no hace algo contra ese hombre?”, todavía me encontraba pensando: “Dios está a cargo de él, y yo no tengo nada que ver con acusaciones, sino que debo amarlo como a otra idea de Dios”.

Después, tuve que hacer frente a muchas entrevistas con abogados y a numerosas tareas desagradables. Una vez, cuando estaba en una playa de estacionamiento en camino a una de las tantas entrevistas con mi abogado, me sentí paralizada de miedo. Iba camino hacia el nivel inferior de un garaje subterráneo; estaba sola y tenía muchos papeles valiosos. Cuando se abrió la puerta del ascensor que daba a un área del estacionamiento oscura y vacía, me quedé helada y sólo pude imaginar el cuadro que la policía había dado de lo que le había sucedido a mi marido. No podía salir del ascensor ni volver al nivel de la calle. Al cabo de varios segundos, me di cuenta de que me había dirigido hacia la parte oscura y, afirmando en oración que Dios estaba conmigo, corrí hasta el coche. Salté adentro y cerré la puerta tras de mí, pero aún estaba aterrada. Después de repetir varias veces “Dios está aquí contigo”, comencé a calmarme, y pronto me di cuenta de que eso me incluía a mí, a mis hijos, y, finalmente, al convicto. Entonces me sentí libre y pude salir del garaje. Tuve que regresar a ese garaje de nuevo varias veces, pero me sentí completamente libre y encontré nueva libertad al amar a mi prójimo.

El convicto fue enviado a prisión, y creo que aún está cumpliendo su condena. Más tarde, me enteré de que él había expresado cierto grado de arrepentimiento.

Han pasado siete años, y tengo un sentido completamente nuevo de libertad. Durante este período de siete años, recibí muchos comentarios de la gente, preguntándome una y otra vez qué podían hacer y cómo era posible que yo amara a esa persona extraviada. Una de las razones por las que me fue fácil perdonar, es que cuando conocí la Ciencia Cristiana — yo tenía sólo doce años — me dijeron que Dios me amaba, punto. No era la mejor adolescente en ese entonces y sentía que debía cumplir con Dios o hacer algo muy grande para ser perdonada. Pero una maestra de la Escuela Dominical me hizo entender tan claramente que Dios me amaba allí mismo, en ese momento, que jamás volví a sentirme perdida o como una mala persona. Si cada persona pudiera saber y sentir que, primero que nada, Dios la ama, ¡qué mundo maravilloso tendríamos! Espero que de alguna manera yo pueda ayudar a otros a sentir que son merecederos de este amor y que son amados.

Estoy muy agradecida por su artículo y por usted haberlo compartido en forma tan hermosa. Realmente me ha conmovido y me ha ayudado a ver cómo compartir ese mismo sentimiento.

Con mucho amor,


Oísteis que fue dicho:
Amarás a tu prójimo,
y aborrecerás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos,
bendecid a los que os maldicen,
haced bien a los que os aborrecen,
y orad por los que que os ultrajan
y os persiguen.

Mateo 5:43, 44

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