— Mamá, ¿podemos comprar un melón?
Mi niño de edad preescolar miró con ansiedad la hermosa fruta que mostraban en el supermercado.
Su pregunta inocente fue como una cuchillada para mí. Una fruta que a todos nos gustaba parecía el máximo lujo a la luz del escaso saldo de nuestra chequera. Yo había hecho cuidadosamente la lista de compras para que el dinero nos alcanzara hasta fin de mes. El melón no formaba parte del plan. Pero me di cuenta de que dos de los artículos que iba a comprar estaban rebajados de precios y el ahorro igualaba el costo de un melón.
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