“La Verdad es siempre victoriosa” (Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, pág. 380). Hace pocos años tuve una experiencia que atestigua la validez de esta declaración.
En 1982, me trasladé a otro lugar con el propósito de emprender un negocio. El proyecto era financiado por una compañía que estaba en otro estado. Esa compañía era dueña del ochenta por ciento de nuestra nueva aventura, y yo podía ganarme el restante veinte por ciento. Aun cuando hubo muchas lecciones que aprender en esta empresa, nuestros esfuerzos tuvieron éxito. A fines de febrero de 1985, habíamos vendido un poco más de ocho millones y medio de dólares en equipo, y teníamos más de mil clientes satisfechos.
Al mes siguiente, la casa principal, repentinamente, dio por terminado mi empleo sin causa alguna. Me di cuenta de que esto estaba mal, puesto que habíamos cumplido con nuestra parte del contrato. En ese momento, era dueño del veinte por ciento de las mercancías en existencia, había cumplido perfectamente bien con todo lo prometido, y la compañía subsidiaria estaba ganando muy bien.
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