Durante una conferencia de educadores para las escuelas públicas almorcé con siete personas de diversas culturas. En nuestra mesa había personas de ocho ciudades representando cuatro países. Al comenzar a hablar, en seguida me di cuenta de que el cuadro mental que tenía yo de esos países era realmente bastante negativo. No es fácil determinar exactamente cómo nos hemos formado esas imágenes. Sin embargo, cada una de esas personas contradecía esas impresiones. Eran sumamente inteligentes y dedicadas, a cualquiera le gustaría tenerlas por vecinos.
De la enorme desemejanza entre las impresiones negativas que tenía y el verdadero carácter de estas personas surgió esta pregunta: "¿Cuánta excelencia y bondad perdemos de vista cuando las imágenes distorsionadas eclipsan el concepto que tenemos del prójimo?" Y aún más importante, ¿cuánto realmente perdemos, es decir, cuánto nos limitamos, cuando conceptuamos a los demás como separados de la inteligencia, del amor y de la integridad pertenecientes al hombre por ser el reflejo espiritual de Dios?
Realmente no podemos conocer a otra persona si imaginamos que alguien puede vivir separado de Dios, el bien infinito. Aun al pecador más cruel o brutal se le debe ver responsable y capaz de responder a la ley moral y espiritual. Debemos admitir que esto no siempre parece ser verdad, sin embargo Cristo Jesús debe de haberlo comprendido así. No sólo encomendó a la ley de Dios a aquellos que eran buenos con él, sino que también encomendó a la justicia divina a Judas, Herodes y Pilato. No era su intención perjudicar a nadie.
Por ejemplo, cuando Pilato le recordó a Jesús que tenía el poder de crucificarlo o liberarlo, Jesús respondió: "Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba". Juan 19:11. Aun en su hora amarga, Jesús se negó a ver que alguno pudiera estar separado de la ley de Dios. La posición radical de Jesús casi conmociona cuando se la lleva a su conclusión lógica. Mas su convicción espiritual de la totalidad de Dios y de nuestra inseparabilidad de El fue lo que desarrolló su gran amor.
Nosotros podemos desarrollar esa clase de amor hoy; quizás sea más necesario que nunca en esta época que, a veces, parece estar tristemente eclipsada por imágenes dolorosas de personas envueltas en conflictos, sufrimiento, materialidad y empobrecimiento espiritual. Muchas veces siento la inspiración de dirigirme a los relatos de curaciones en los escritos de la Sra. Eddy —los últimos capítulos tanto de Ciencia y Salud como de Escritos Misceláneos— y mientras los leo comienzo a sentir esa clase de amor y cómo transforma la vida de las personas.
El elemento unificador en estos relatos es que cada persona fue sanada al leer Ciencia y Salud. Pero detrás de ese factor hay otro: alguien tuvo el interés suficiente de ayudar, de poner el libro al alcance de esa persona.
El cristianismo surge de vidas que han sido cuidadosamente atendidas con amor y compasión, y se cultiva por el valor que nace de la esperanza espiritual. En algún momento deberá comprenderse totalmente que nuestro destino espiritual no se puede cumplir mientras creamos que algunos están destinados a vivir junto a Dios, mientras que otros poseen una resistencia indescriptible e inmutable a la espiritualidad.
La conferencia educativa a la que asistí estaba dedicada al progreso en los derechos humanos y civiles. Tal progreso descansa en la percepción espiritual que sabe que todos somos merecedores de algo mejor, algo por encima y más allá de las espantosas limitaciones humanas. Necesitamos ser personas perceptivas, sin miedo de ver a cada hombre, mujer y niño como el hijo de Dios, Su imagen y semejanza espirituales capaces de expresar ahora Su bondad. Así, comenzaremos a abandonar los temores de que nosotros o los demás no podemos o nunca lograremos ser mejores.
La Sra. Eddy tenía esta percepción. La aprendió mediante los desafíos de su propia vida que forjaron su primera esperanza cristiana en un instrumento de gracia divina. Todos tenemos esta capacidad espiritual.
Al escribir sobre lo que ella vislumbraba dijo: "La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, cobijando bajo sus alas a enfermos y pecadores. Mi esperanza cansada trata de ver la realización de ese día feliz en que el hombre reconocerá la Ciencia del Cristo y amará a su prójimo como a sí mismo —en que comprenderá la omnipotencia de Dios y el poder sanador del Amor divino en lo que ha hecho y está haciendo por la humanidad. Las promesas se cumplirán. La hora de la reaparición de la curación divina se presenta en todo tiempo; y quienquiera que ponga su todo terrenal sobre el altar de la Ciencia divina, bebe ahora de la copa del Cristo y es dotado del espíritu y del poder de la curación cristiana".Ciencia y Salud, pág. 55.
"Ese día feliz" puede manifestarse en nuestra vida hoy mismo. Estar imbuidos de esta esperanza no es diferente a la experiencia de aquellos que "quedaron sanos" estando a un paso del Maestro. Ver Mateo 14:36. Una vez imbuidos de esta esperanza, sólo es menester compartirla porque el amor de Cristo está en nosotros.
Hay un sinnúmero de personas que esperan lo que ofrece la Ciencia del Cristo. ¡Esto no ha cambiado en el último siglo ni en los últimos veinte siglos! La pregunta es: ¿qué estamos haciendo al respecto?
El éxito del cristianismo no depende de la brillantez de unos pocos grandes hombres ni de acciones dramáticas que causan impresiones profundas. Es más bien una marejada de poder que se va acumulando, creada por la combinación de la creencia y al acción de incontables personas comunes como ellos mismos; va tomando impulso a medida que se difunde hasta que, a través de irresistibles convicciones mutuas, a su paso lo eleva todo hacia nuevas alturas de belleza y perfección.
15 de agosto de 1988.
Reimpreso con permiso de Context,
publicado por Claretian Publications;
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