Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

¿Te amas a ti mismo?

Del número de diciembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


Es importante amarse a sí mismo. Antes de que realmente podamos amar a los demás en un sentido verdadero, y ser amados recíprocamente, debemos amarnos a nosotros mismos.

Pero, ¿cómo? Si no hemos llegado a ser lo que queríamos, si no sentimos que valemos mucho, si no nos sentimos amados ni merecedores de ser amados, lo que necesitamos es obtener una comprensión más clara de Dios y una nueva opinión de nosotros mismos.

La Ciencia Cristiana, en armonía con la Biblia, enseña que Dios es el bien, que El posee todo el poder y que El es Amor. ¡Imagínese, el Amor posee todo el poder! Necesitamos ver la magnitud del Amor, sentir su ternura, y ver que nuestro ser verdadero es la emanación misma del Amor.

Somos infinitamente valiosos para Dios. El nos creó. El nos preserva, y jamás podemos desviarnos de la perfección con la que El nos ha creado. El es Espíritu, y el hombre que El ha creado es espiritual y no está sujeto a debilidades y limitaciones, sino que siempre es maravilloso y magnífico. Claro que, a menudo, esto no es evidente. Sin embargo, es la realidad, porque lo que Dios creó debe expresar Su naturaleza y, en efecto, lo hace.

La Sra. Eddy ha definido al Espíritu como "sustancia divina; Mente; Principio divino; todo lo que es bueno; Dios; sólo lo que es perfecto, sempiterno, omnipresente, omnipotente, infinito".Ciencia y Salud, pág. 594. Pensar acerca de nosotros mismos como espirituales, reflejando la "sustancia divina", exige que veamos más allá de lo superficial.

Cristo Jesús, por medio de su labor sanadora, nos dio amplia prueba de que la naturaleza verdadera del hombre es espiritual, íntegra. El demostró que cuando esta naturaleza genuina es reconocida y comprendida, se manifiesta mediante curaciones aquí mismo, en la escena humana.

Tuve una experiencia que, en parte, ilustra esto. Por muchos años no sentí mucho aprecio por mí mismo. No tenía muchos amigos y pasaba solo la mayor parte del tiempo libre. No esperaba que otros me apreciaran o quisieran pasarlo conmigo porque creía que había muchas cosas en mi carácter que distaban de ser buenas. De modo que me empeñé en cambiar. Pero, aunque las cosas mejoraron un poco, los problemas que con mucho afán me empeñaba en solucionar reaparecían. Esto reafirmó mi creencia de que eso que tanto quería cambiar en mí, era parte de mi naturaleza y no se podía cambiar.

Lo que más quería era que me amaran. En mi adolescencia había descubierto que, a menudo, la gente que estaba enferma o que sufría recibía gran cantidad de atención y conmiseración. De manera que empecé a pretender que estaba enfermo para atraer la atención. Para mí, esto era lo más cercano al amor que podía esperar recibir. Hice esto durante varios años, y aunque en efecto recibía atención, cada vez se me hacía más difícil soportarlo. Finalmente, con la ayuda de un Científico Cristiano, pude dar fin a esta charada, pero todavía no me sentía amado ni merecedor de ser amado.

En ese momento comencé a recurrir a Dios en serio, sabiendo que la única solución real vendría de El. Cuando hice esto, me di cuenta de que trataba de aferrarme a dos conceptos acerca de mí mismo. Estaba tratando honradamente de obtener una comprensión de mi verdadera naturaleza espiritual, pero al mismo tiempo pensaba que era un mortal egoísta y torpe. Finalmente, fue claro que sólo uno de estos conceptos podía ser el verdadero. O Dios me había creado a Su imagen y, por lo tanto, era en verdad bueno o, en realidad, era incompetente y no merecía ser amado.

Esto me preparó para el paso siguiente. Obtuve un sentido de lo que es el amor de Dios. No me había estado sintiendo bien, y parecía que era justificado el deseo de obtener conmiseración y atención. Sin embargo, me di cuenta de que no era eso lo que necesitaba. Lo que en realidad necesitaba era comprender que, como el hijo amado de Dios, no podía recibir más amor del que ya tenía.

Comencé a pensar acerca de algunos de mis colegas, gente que había llegado a estimar mucho. Comprendí que nunca habían tenido que hacer nada para que yo los quisiera. No tenían que hacer que yo sintiera conmiseración por ellos o causarme una buena impresión. El amor que sentía por esta gente estaba simplemente allí. Existía. Y luego comprendí que el amor de Dios es así. El simplemente ama. No tenía que obtenerlo o que ganarlo.

Todos los sentimientos pasados de que no valía nada o que no era amado desaparecieron. Había realmente obtenido una vislumbre del hecho de que yo existía en el amor de Dios, que este amor me rodeaba y yo lo expresaba. Y comprendí que esto era igual para todos; que ninguno era, en su ser verdadero, indigno de amor.

Podemos amarnos a nosotros mismos, porque no es a una personalidad encantadora o aburrida o pecadora a la que debemos amar, sino a la imagen de Dios. "Vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Gén. 1:31. Esto incluye a cada uno de nosotros.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / diciembre de 1989

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.