Mis padres se interesaron en la Ciencia Cristiana cuando yo tenía ocho años de edad y, desde entonces, no he confiado en ningún otro sistema de curación.
Recuerdo que de niña yo decía que nunca subiría a un avión. Pero muchos años más tarde mis padres vivían en Bermuda y quise ir a pasar mis vacaciones con ellos. El viaje por barco habría restado cuatro días de mis vacaciones, por lo tanto, decidí hacer de tripas corazón y viajar en avión. El vuelo fue muy tranquilo, pero debido a mi temor llegué muy enferma a mi destino. Comprendí que el hacer de tripas corazón no era la manera cristianamente científica de resolver el problema.
Comencé a orar acerca de la situación. El Himno 53 del Himnario de la Ciencia Cristiana me fue de gran ayuda en futuros vuelos. La primera estrofa dice:
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