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Especial para la Navidad: aprendamos a amar a nuestros familiares

Del número de diciembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Nuestras reuniones de Navidad siempre se hacían en la casa de mi abuela, durante la última semana de diciembre. Sea cual fuere la ciudad donde estuviéramos viviendo, emprendíamos el regreso al “hogar” a Pittsburgh. Ya estaba oscuro y era tarde cuando las luces de nuestro auto enfocaban la entrada de la casa y papá decía: “Hemos llegado”. Mi hermano y yo, que dormíamos, despiertos a medias salíamos tambaleando del auto, a veces sobre nieve recién caída, y entrábamos en la cocina con su gran mesa redonda de nogal. Lo primero de todo era el beso de la abuela, después los abrazos, los tazones llenos de cocoa, las promesas de visitar a la tía Lilí y ayudar a hacer galletitas a la mañana siguiente. Por último, subíamos a los dormitorios y nos metíamos en nuestras camas cuyas sábanas parecían pedazos de hielo sobre los dedos de los pies, mientras se oían en el aire sonidos fantasmales que venían de los trenes de carga nocturnos que se movían junto al fangoso río Allegheny.

Al día siguiente, la casa se colmaba de familiares que exclamaban: “¡Pero cómo han crecido!” y de risas, de comentarios sobre el pavo, de montones de paquetes cuyo contenido tratábamos de adivinar, junto con la preparación de guirnaldas de palomitas de maíz para decorar el gran árbol de Navidad.

Mientras tocaba villancicos en el piano vertical de tía Lilí comencé a preguntarme dos cosas: ¿Por qué teníamos que reunirnos siempre con la familia en esa época del año? Y ¿qué tenía que ver eso con los pastores, los ángeles y el nacimiento del niño Jesús?

Cuando pregunté por qué todos venían a lo de la abuela para reunirse —yo sabía que algunos de los adultos no querían hacerlo porque los había oído decirlo— mamá me dijo: —Lo vas a comprender cuando seas más grande. Venimos porque queremos ver felices al abuelo y a la abuela. La Navidad significa familia y amar a la gente, ya sea que te gusten realmente o no. Tú sabes que es parte del hecho de ser cristiano.

Pero eso yo no lo sabía. No sabía que fuese algo tan simple.

—Piensa en el Sermón del Monte. Cuando uno se compenetra de su contenido, comprueba que se trata de amar a Dios y a los demás.

Pensar en el Sermón del Monte en su totalidad parecía demasiado para hacerlo de golpe. Pero después de un tiempo, pude comprender lo que ella quería decir, por lo menos en parte. Cristo Jesús dijo muchas cosas sobre cómo comportarse con los familiares. El dijo: te sentirás más contento si te esfuerzas porque haya paz; no juzgues a los demás ni te enojes con ellos. También dijo: no desees lo que pertenece a otro, haz el bien a los demás y perdónalos si no son buenos contigo. Mira dónde construyes tu casa para que no se venga abajo cuando hay tormenta. Y además Jesús dijo: atribuye toda la gloria a Dios. Ver Mateo, caps. 5–7.

En mi Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana yo estaba aprendiendo los Diez Mandamientos y las Bienaventuranzas que Cristo Jesús enseñó a sus seguidores. Yo sabia que otras personas y otras familias en otros países habían celebrado su nacimiento año tras año durante casi dos mil años. Pero excepto por el hecho de cantar villancicos y escuchar a la abuela leer de la Biblia el relato de Navidad, mis familiares no hablaban mucho acerca de lo importante que era Cristo Jesús.

—¿Por qué es tan importante el niño Jesús? —le pregunté a la tía abuela Lilí un día que estaba en la parte que ella ocupaba de la casa, mientras buscaba el acompañamiento de “Noche de paz”.

—Vaya pregunta, niña, pregúntaselo a tu mamá —me respondió—. Pero te diré lo que pienso yo. Todos se dejan llevar por toda esa propaganda e intercambio de regalos y probablemente olviden el punto importante con respecto a la Navidad.

—Tía Lilí, ¿el niño Jesús fue nuestro “amado Salvador” tal como dice la letra de “Noche de paz"? ¿Qué es un Salvador?

—Pregúntaselo a tu mamá.

Se lo pregunté. —Mamá, ¿Jesús fue nuestro Salvador? ¿Qué es un Salvador?

—Es alguien que salva a otros. Jesús vino a salvarnos de hacernos daño a nosotros mismos y de hacer daño a otros. El nos dijo que Dios está siempre con nosotros y que es nuestro Padre y su Padre también.

—Yo pensé que José era su padre.

—José cuidaba de Jesús como un papá. Pero el Padre, Dios, es diferente.

—¿Como el “Padre nuestro que estás en los cielos” del Padre Nuestro? ¿Es como eso? ¿Y qué más?

—Bueno, Jesús es nuestro Salvador porque nos enseñó cómo vivir, cómo orar y cómo amarnos unos a otros y también nos enseñó a sanar. ¿Comprendes?

—Realmente, no.

—Ya lo entenderás algún día.

Ese “algún día” siempre parece estar tan lejos. Pero estaba aprendiendo a orar en la Escuela Dominical y eso me gustaba. En Ciencia y Salud (es el libro de la Sra. Eddy que junto con la Biblia leemos en la Escuela Dominical) dice que orar simplemente no nos hará comprender a Dios, pero el orar y querer obedecerle, sí nos ayuda. La Sra. Eddy dice que no tenemos que hablar mucho de que deseamos ser buenos y comprender a Dios. Ella dice que esto “se expresa mejor en el pensamiento y en la vida”.Science and Health (Ciencia y Salud), pág. 11: “It is best expressed in thought and in life.”

Se me ocurrió que tal vez los pastores y los reyes magos no supieran gran cosa acerca de Jesús, y aun los discípulos, que siguieron a Jesús y comenzaron a enseñar y a sanar, quizás tampoco comprendieran en forma total lo que él era y lo que les dijo. Pero aún así, ellos deben de haber anhelado ser mejores y saber más sobre el hecho de que Dios envió a Su Hijo. El mensaje de que Dios es el verdadero Padre de todos y de que Jesús vino a ayudar a todos a vivir una vida mejor, debe de haberles parecido maravilloso.

Cuando estaba en octavo grado decidí que era bueno para las familias reunirse porque era una manera de tratar de mostrar a través de los hechos la manera en que uno había orado. Además, tal vez las personas que no te caían muy bien habían cambiado o tú habías cambiado. Y era bueno honrar al abuelo y a la abuela.

A veces, llegué a pensar que nuestras reuniones de Navidad eran como si estuviésemos representando escenas de la Biblia, igual que en las representaciones escolares los niños que actúan recitan los versículos de Mateo: “Había pastores en la misma región... Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo... Los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado”. Lucas 2:8, 10, 15. “Vinieron del oriente a Jerusalén unos magos... Y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño”. Mateo 2:1, 9.

Me imaginaba a primos, tías y tíos como pastores, magos y huéspedes de la posada, escuchando las nuevas acerca del Príncipe de Paz. Al principio, imaginar al gritón del tío Elmer, como uno de los magos trayendo incienso, me hizo reír. Pero cuando cantábamos los villancicos y su voz ronca y profunda se destacaba entre las demás, empecé a pensar que, a su manera, él probablemente se sentía en realidad cerca de Dios. El pensar que mi papá quizás pudiera representar el papel del posadero (él también hubiese hecho lo mejor de su parte para ocuparse de una joven pareja que necesitaba resguardo durante la noche) hizo que yo amara a mi papá de una manera un poco diferente.

De modo que nuestra reunión anual para Navidad se convirtió, por lo menos para mí durante un tiempo, en una especie de visita a Belén. Mostraba que estábamos contentos de tener un Padre y que esperábamos que el amor estuviera dondequiera que estuviésemos nosotros. Fue en esa forma que empecé a ver que ya fuera que uno viniera de Pittsburgh, de Praga o de París, cada regreso al hogar (a Belén) podía significar descubrir algo más sobre por qué Jesús es nuestro Salvador y cómo podemos aprender a amarnos más los unos a los otros.

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