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En la universidad justo antes de la Navidad

Del número de diciembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¡Trabajos escolares que investigar y terminar, proyectos de laboratorio que completar, exámenes que requieren profundo estudio y, además, todas esas actividades aparte del plan de estudios con las cuales uno se ha comprometido! ¿No parece ésta una escena típica de la universidad justo antes de las vacaciones navideñas?

Cuando el ritmo de las actividades se acelera, los estudiantes empiezan a pensar en las vacaciones, atesorando la idea de tener más tiempo libre para descansar cuando por fin estén fuera del ámbito universitario. Quizás algunos calladamente se hayan prometido a sí mismos reflexionar con mayor profundidad acerca del significado de la Navidad cuando hayan cumplido con todas las obligaciones.

Pero, ¿por qué tenemos que esperar? ¿No debería la vida del Maestro ser honrada cada día? La Navidad es parte de nuestra vida todo el tiempo. Desde el momento de su nacimiento, Jesús ejemplificó al Cristo. Demostró que el Cristo es la manifestación del todo armoniosa de Dios en nuestras vidas. Jesús probó que esta manifestación divina de Dios puede destruir toda sugestión de que somos simplemente seres humanos limitados; y esto es verdad dentro y fuera de la universidad.

Este hecho se aplica especialmente a la escena universitaria antes de la Navidad. Cuando honramos al Cristo, al prepararnos para los exámenes y al cumplir con diversas obligaciones, celebramos el significado más profundo de la Navidad. Al reconocer nuestro derecho otorgado por Dios de expresar inteligencia y perspicacia, discernimiento y retención, de estar alerta y ser afables, demostramos la presencia del Cristo en nuestra consciencia. ¡Esta es una presencia sagrada!

Pensemos en un conocido versículo de Isaías, el cual es muy apreciado sobre todo en la época de Navidad. El razonar espiritualmente a través de su lectura nos puede ayudar a traer el espíritu de la Navidad y la curación a la presión del ambiente universitario: “Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado [estará] sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz”. Isa. 9:6.

En la Ciencia Cristiana nuestra oración consiste en volvernos a la idea-Cristo —elevar nuestros pensamientos por encima del temor, las presiones y la duda— porque a cada individuo le es dado el linaje divino, una herencia espiritual de habilidad y capacidad sin límites, que es suya para reclamar, conocer y demostrar.

Cuando las cosas se ponen frenéticas es bueno preguntarse quién tiene el control. Jesús afirmó su convicción de quién tiene el control cuando dijo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo; y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del que me envió, la del Padre”. Juan 5:30. A medida que seguimos el ejemplo de Cristo Jesús y cedemos a la voluntad divina —reconociendo el control absoluto que tiene Dios sobre nuestro ir y venir— sentimos la presencia del poder de Dios, y esto es el Cristo. Como nos dice Isaías: “El principado [estará] sobre su hombro”. ¡No sobre el nuestro!

“Y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”.

“Admirable” es la presencia del Cristo en nosotros. El discernimiento de la Verdad nos lleva mucho más lejos de lo que humanamente podríamos esperar y da la más alta calidad a nuestros compromisos en la universidad. Nuestro nivel se eleva al nivel que Dios tiene para con sus hijos, ¡la excelencia espiritual!

Se llamará su nombre “Consejero”. De la misma manera, Cristo Jesús se volvía constantemente a Dios en busca de consejo y guía al practicar la ley divina en su vida. ¿No dijo él: “Según me enseñó el Padre, así hablo”? Juan 8:28. El nos mostró que nosotros también podemos volvernos con confianza hacia la Mente divina. La Sra. Eddy declara: “¿Podemos informar a la Mente infinita de algo que no comprenda ya?”Ciencia y Salud, pág. 2. Podemos avanzar cada día afirmando que puesto que el hombre es el hijo de Dios, la sabiduría divina penetra en nuestro pensamiento.

Cuando Jesús fue arrestado en el jardín de Getsemaní y fue llevado ante Pilato, el gobernador romano, él rehusó responder a las preguntas de Pilato. Pilato lo amenazó: “¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?” Jesús respondió: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba”. Juan 19:10, 11. Esa respuesta provino de alguien que entendía que el “Dios fuerte” se expresaba en su ser, y que entendía su derecho a rechazar cualquier otro supuesto poder. El Dios omnipotente está con todos nosotros. Al reflejar Su poder y fuerza, podemos rechazar el agotamiento, la falta de capacidad y el fracaso, con la certeza científica de que no son de Dios y, por lo tanto, no tienen lugar en el hombre, Su imagen y semejanza.

No existe nunca un momento en que “el Padre eterno” niegue el bien a sus hijos. El claro entendimiento que tuvo Cristo Jesús de esta verdad trajo rápidas curaciones, aun a multitudes. El Padre por siempre identifica la idea espiritual en nosotros. El amor de Dios hacia nosotros permanece por toda la eternidad, y ciertamente está con nosotros cada momento de nuestro día. El sostiene con la ley espiritual la vida e inteligencia que nos ha otorgado. Como Mente divina, El nos da a cada uno de nosotros todas las ideas correctas. El desenvolvimiento de estas ideas en la consciencia humana constituye nuestro proceso de educación espiritual en la tierra.

“El Príncipe de paz” ordena que nos liberemos de la inquietud y del desasosiego, de pensamientos perturbadores y agobiantes, que nos liberemos de las presiones. ¡Esa palabra presiones! La presión es temor; es sentirse tan aprisionado que el escape y la liberación parecen imposibles. Precisamente en el momento de sentir presión, el Amor divino inagotable está presente para ser reconocido como la provisión de todo el bien, mostrándonos la puerta abierta del Amor, que ninguna pretensión del error puede cerrar. El Príncipe de paz es el que da la bienvenida en esa puerta abierta.

Podemos aumentar nuestra reverencia por la época de Navidad aun cuando tengamos un horario abrumador. Podemos traer este día a la presencia del Cristo, que ya está en nuestra consciencia. Al sentir el dominio tranquilo que pertenece a los hijos e hijas de Dios, podemos incorporar a nuestra celebración de Navidad nuestros proyectos de laboratorio, nuestros trabajos escolares y nuestros exámenes. Y, al igual que los antiguos reyes magos, traeremos también algo de oro, incienso y mirra.

Honremos esta maravillosa época con el oro de la pureza de nuestro corazón, con el perfume de nuestra gratitud y con el aceite de nuestra inspiración.

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