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Deseo compartir el siguiente testimonio como prueba de que las...

Del número de diciembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Deseo compartir el siguiente testimonio como prueba de que las verdades enseñadas por la Ciencia Cristiana, sobre la naturaleza espiritual de Dios y del hombre, traen como resultado maravillosas curaciones.

Durante muchos años intenté corregir, sin ningún éxito, por medio de dieta y ejercicios, un problema de apetito descontrolado y peso excesivo. Al darme cuenta de que la dieta y el programa de ejercicios no estaban solucionando el problema, decidí que solamente mediante una total confianza en Dios podría encontrar curación permanente. Llamé a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara por medio de la oración, y la curación no se hizo esperar.

El practicista y yo hablamos acerca de una declaración sobre humildad que hace la Sra. Eddy en Escritos Misceláneos (pág. 1): ''La consciencia, al elevarse, acumula renovadas formas y un singular fuego de las cenizas del yo que se va desvaneciendo, y renuncia al mundo''. Una forma renovada era lo que yo había estado deseando, pero tenía que aprender que esta nueva forma no podía encontrarse en un físico más perfecto, sino, más bien, en una comprensión espiritual más correcta de mí mismo. Había estado concentrando todos mis esfuerzos en mi apariencia externa más que en mi pensamiento, que era el que, en realidad, requería mi atención.

Entonces me dediqué a descubrir que mi identidad real tiene su origen y existencia en Dios, la Mente, y no en un cuerpo material. Aprendí que, puesto que Dios es Vida, no podía ser tentado a creer que el alimento podía añadir algo bueno a mi vida, que se pudiera agregar a lo que Dios, en Su ilimitada bondad, ya había provisto para el hombre.

También oré para adquirir más disciplina. Medité profundamente sobre la declaración de Cristo Jesús: ''Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados'' (Mateo 5:6). Entonces me di cuenta de que mi hambre verdadera era por una mejor comprensión de Dios. Descubrí que mi apetito desordenado disminuía a medida que aumentaba mi entendimiento de la bondad de Dios y de Su presencia, así como mi comprensión de que El ya había satisfecho mis necesidades de una manera espiritual.

En el pasado, cuando me sentía excitado, nervioso o deprimido, yo comía. Ahora me doy cuenta de que comer en exceso no era una solución para esos problemas. A medida que oraba para comprender cómo Dios satisfacía espiritualmente mis necesidades diarias, las ocasiones de excitación, nerviosismo o depresión disminuyeron, y con ellas el deseo de comer en exceso.

Al practicar diariamente estas verdades sanadoras llegué a obtener una mejor comprensión del amor de Dios hacia el hombre, y una creciente admiración por Su creación armoniosa. En menos de un mes había alcanzado el peso adecuado y mi apetito se había normalizado. El efecto de esta curación ha sido permanente desde hace seis años.

Realmente estoy agradecido por las enseñanzas de la Ciencia Cristiana, que explican prácticamente el poder sanador de Dios como fue enseñado y demostrado por Cristo Jesús.


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