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No sequía, sino “agua viva”

Del número de diciembre de 1989 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Agua” es una palabra importante en la Biblia y se usa frecuentemente al describir el tierno cuidado de Dios por Su creación. En el libro de Isaías, leemos: “Los afligidos y menesterosos buscan las aguas,... seca está de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. En las alturas abriré ríos, y fuentes en medio de los valles; abriré en el desierto estanques de aguas; y manantiales de aguas en la tierra seca... para que vean y conozcan, y adviertan y entiendan todos, que la mano de Jehová hace esto”. Isa. 41:17, 18, 20.

Estas palabras podrían tomarse literalmente, pero el encuentro que Cristo Jesús tuvo en Samaria con la mujer samaritana, junto al pozo de Jacob en la ciudad de Sicar, nos señala una dimensión más profunda. Habiéndole pedido algo de beber, él prosiguió a indicar que tenía “agua viva” para ofrecerle. Refiriéndose al agua en el pozo, dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed”. Y entonces prometió: “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. Juan 4:10, 13, 14.

¿Qué quiso decir Jesús cuando usó la palabra “agua” de esta manera? ¿Sana esta agua lo que podría describirse, metafóricamente, como sequía?

¿Estamos creyendo que carecemos de lluvia, comida, conocimiento, o amor? Entonces estamos aceptando la sugestión de sequía. O tal vez haya una carencia de empleo, de hogar o de salud. Jesús dijo que el reino de los cielos estaba cerca, presente, allí y en ese mismo momento. Este reino es “el agua viva”. El Maestro sanó a los enfermos y pecadores, y ayudó a los que tenían otras necesidades. De esta manera les trajo el reino, el agua viva.

La Sra. Eddy percibió que la base de las obras sanadoras de Jesús se halla en la totalidad de Dios. Ella vio que Dios (definido por Jesús como Espíritu) es el único creador, el Padre amoroso del hombre. El universo de Dios —Su reino— es completo y perfecto. Allí no hay sequía, ni hambre ni ninguna clase de carencia.

Por lo tanto, la sequía —ya sea que se presente como una carencia física o aun mental— nunca es real. Es una creencia errónea en la consciencia falsa que Pablo llama “mente carnal”, una creencia de que el reino de Dios, la única Mente divina, no está a nuestro alcance, que no es perfecto, y que no somos ciudadanos de ese reino.

Tal vez parezca que estamos pasando por un desierto totalmente yermo. Nuestra provisión de agua —de amor y amabilidad, ternura y bondad— quizás casi se haya acabado, y nuestra disposición para ser amigables, bondadosos y pacientes quizás esté casi agotada. Pero no tenemos que aceptar esas creencias erróneas, basadas en el testimonio de los sentidos materiales y apoyadas por una manera de pensar material y aprensiva. Podemos utilizar nuestras facultades otorgadas por Dios para reconocer la provisión inagotable del Espíritu. Al hacerlo, el temor asociado con la falsa creencia comenzará a ceder. Comenzaremos a ver vislumbres —conceptos inspirados— de la existencia real, la creación de Dios.

Estas vislumbres, por más humildes que sean, eliminarán el error específico que nos ha estado afligiendo. Cada vislumbre es como un trago de agua viva de Cristo. Tales vislumbres, una vez obtenidas y reconocidas con agradecimiento, pueden permanecer con nosotros y fortalecernos. Y así veremos en nuestra vida la confirmación de la promesa de Jesús: “El que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás”. Obtendremos pruebas de la relación inseparable que tenemos con nuestro Padre.

La transformación de Pablo en su camino a Damasco, su repentino, decisivo y dinámico encuentro con el Cristo, la Verdad, es un ejemplo inolvidable de las vislumbres de la Verdad, de los hálitos sanadores, los cuales debemos esperar y tratar de obtener. No es necesario que busquemos estas fuentes y recursos más ricos desesperada o ansiosamente, temiendo que las aguas se acaben. Y no tenemos que temer que vayamos a perder nuestras percepciones ya obtenidas. Podemos saber que tenemos lo que necesitamos, no solamente para nuestro propio bien, sino para poder compartirlo con nuestros semejantes.

La Sra. Eddy nos aconseja compartir nuestro entendimiento con el prójimo sin temor. Ella escribe en Ciencia y Salud: “Millones de mentes sin prejuicios —sencillos buscadores de la Verdad, fatigados peregrinos, sedientos en el desierto— esperan con anhelo descanso y refrigerio. Dadles un vaso de agua fría en nombre de Cristo y jamás temáis las consecuencias”.Ciencia y Salud, pág. 570.

Los testimonios que damos en las reuniones vespertinas de los miércoles o que enviamos a las publicaciones periódicas de la Ciencia Cristiana, son formas de compartir las vislumbres del poder siempre accesible del Cristo, la ley que gobierna el reino de los cielos. También compartimos el agua sanadora del Cristo al vivir diariamente la verdad y el amor en los cuales confiamos.

Recordemos que no tenemos que crear la inspiración. Siempre ha estado aquí, rebosando. Pero tenemos que compartirla. Innumerables maneras se nos presentarán a medida que oremos para que nos sean señaladas. Según sea nuestro amor por la humanidad sabremos, individualmente, dónde pueden ser más útiles nuestras aptitudes. La Sra. Eddy nos asegura: "Todo lo que inspire con sabiduría, Verdad o Amor —sea una canción, un sermón o la Ciencia— bendice a la familia humana con migajas de consuelo de la mesa de Cristo, alimentando al hambriento y dando agua viva al sediento".Ibid., pág. 234.

El hálito espiritual que podemos ofrecer, ayudará a sanar el sentido de sequía que tenga nuestro prójimo. Lo ayudará a él tanto como a nosotros a mantener una provisión espiritualmente abundante de “agua viva”.

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