Cuando era joven tuve una dificultad en la espalda que me producía dolores muy agudos. Tenía dificultad para hacer las actividades más comunes: estar de pie, sentarme y, especialmente, caminar. Esta condición con el tiempo fue diagnosticada como espondilitis anquilosa. Me prescribieron fuertes dosis de medicina para combatir la inflamación, y me dijeron que tenía que aprender a vivir con el problema.
Bien, traté numerosas dietas especiales, quiropedistas, ejercicios que hice fielmente por años, fisioterapia, visualización positiva, sicoterapia, medicina manipulativa y homeopatía. Leí cuanto libro pude encontrar sobre artritis y sobre la sicogénesis de la enfermedad. Nada fue de mucha ayuda, o por mucho tiempo. Estaba imposibilitada de trabajar, mi matrimonio terminó y perdí mi hogar.
Mi segundo esposo era estudiante de Ciencia Cristiana. Cuando oí sobre la Ciencia Cristiana por primera vez, no estaba en lo más mínimo interesada en ella. Mi esposo y yo íbamos por separado a nuestras respectivas iglesias los domingos. Por ese entonces yo estaba asistiendo a una iglesia cristiana muy popular, que tenía servicios de curación, y me sentía muy amada y feliz allí. Sin embargo, mis dificultades físicas no disminuyeron; vivía una vida muy restrictiva.
Mi aprieto vino cuando tenía cuatro meses de gestación y experimentaba aún más dificultades con mi espalda. Mi esposo y yo habíamos orado acerca de la decisión de tener un hijo, y sentimos hondamente que era la decisión correcta para los dos. Sabía que Dios es bueno, y llegué a sentir que, si yo no estaba sintiendo ese bien, tal vez era porque tenía que cambiar mi forma de pensar acerca de cómo se manifiestan las promesas bíblicas en nuestra vida. Decidí recurrir a la Ciencia Cristiana.
Sentí tristeza al dejar mi anterior iglesia; sin embargo, ya no me siento triste. He llegado a apreciar la Ciencia Cristiana por la forma maravillosa en que ha bendecido mi vida.
Cuando regresé a casa del hospital con nuestro bebé, una niña hermosa y feliz, no sabía cómo me las iba a ingeniar. Trabajé con una practicista de la Ciencia Cristiana durante ese período, y estoy sumamente agradecida por la ayuda que me dio por medio de la oración. Día a día oré para saber que siempre recibía la fuerza y entereza que necesitaba, y que en un sentido espiritual, mi verdadera "espina dorsal", por decirlo así, era el Principio divino e inmortal.
El punto decisivo vino una tarde cuando me di cuenta de que si la oración podía cambiar y sobreponerse a la evidencia física, entonces la evidencia no era la indiscutible realidad que ésta parecía ser, y que yo podía y debía refutarla. Aprendí a identificarme a mí misma completamente como una idea de Dios, espiritual y no física.
Mi curación vino más o menos a medida que desafiaba cada vez más los conceptos erróneos acerca de lo que es realmente la salud, y de lo que verdaderamente soy como la semejanza de Dios. Negué la evidencia física, y afirmé el hecho de que no podía estar separada del amor de Dios. Me afirmé en este versículo de Romanos: "Ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna cosa creada podrá separarnos del amor de Dios".
En Ciencia y Salud la Sra. Eddy expresa: "Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones". Aprendí a apoyarme realmente en la base sólida de la Verdad, a poner todo mi peso en la siempre presencia de Dios en lugar de concentrarme en mi propia dolencia. Cuando así lo hice, y sólo cuando así lo hice, la realidad emergió. La curación fue completa cerca de un año después del nacimiento de nuestra hija.
Después de nueve años, durante los cuales sólo podía caminar una cuadra, ahora puedo caminar millas. Es verdaderamente maravilloso el poder hacer algo como lavar el piso, aunque tengo que admitir que ¡me estoy aburriendo de esto! Nuestra familia ha experimentado curaciones de gripe, cortaduras y dificultades en las relaciones.
Las promesas de Dios son verdaderas. Fue la Ciencia Cristiana la que me enseñó a descubrirlas en la Biblia. Al principio yo no quería estudiar la Ciencia y con frecuencia estaba temerosa de que nunca funcionara para mí, pero estoy agradecida por todo el apoyo que me brindó mi esposo, así como por las curaciones que él experimentó de las que fui testigo, y que me impulsaron a seguir estudiando. El siempre tuvo la certeza de que yo sanaría.
He sido bendecida sin medida, al avanzar paso a paso confiando en Dios y comprendiendo que El es la armoniosa y siempre presente ley del bien en nuestra vida.
Delta, Columbia Británica, Canadá
Soy el esposo de Zoë, quien ella menciona en su testimonio. En nuestra primera salida llevé a Zoë al museo en una silla de ruedas. La libertad que ella alcanzó la obtuvo mediante la oración cristianamente científica y su firme apoyo en la Verdad. Su testimonio es un fiel relato de su curación.