Cuando era joven tuve una dificultad en la espalda que me producía dolores muy agudos. Tenía dificultad para hacer las actividades más comunes: estar de pie, sentarme y, especialmente, caminar. Esta condición con el tiempo fue diagnosticada como espondilitis anquilosa. Me prescribieron fuertes dosis de medicina para combatir la inflamación, y me dijeron que tenía que aprender a vivir con el problema.
Bien, traté numerosas dietas especiales, quiropedistas, ejercicios que hice fielmente por años, fisioterapia, visualización positiva, sicoterapia, medicina manipulativa y homeopatía. Leí cuanto libro pude encontrar sobre artritis y sobre la sicogénesis de la enfermedad. Nada fue de mucha ayuda, o por mucho tiempo. Estaba imposibilitada de trabajar, mi matrimonio terminó y perdí mi hogar.
Mi segundo esposo era estudiante de Ciencia Cristiana. Cuando oí sobre la Ciencia Cristiana por primera vez, no estaba en lo más mínimo interesada en ella. Mi esposo y yo íbamos por separado a nuestras respectivas iglesias los domingos. Por ese entonces yo estaba asistiendo a una iglesia cristiana muy popular, que tenía servicios de curación, y me sentía muy amada y feliz allí. Sin embargo, mis dificultades físicas no disminuyeron; vivía una vida muy restrictiva.
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