Todos los días leemos en el diario noticias de los levantamientos políticos y sociales en todo el mundo. En un país tras otro, los pueblos están exigiendo libertad económica y política, y el derecho a la autodeterminación y a la democracia. Las confrontaciones entre los pueblos y sus gobiernos pueden llegar a ser violentas y trágicas, tal como lo ilustran los tristes sucesos de la plaza Tiananmen en Beijing.
Como sudafricana de color, estoy muy familiarizada con esas aspiraciones y levantamientos políticos. Mi país ha experimentado una violencia terrible y, como mis compatriotas, he sentido agudamente las tensiones y rumores que pueden difundirse por todo un país. El temor, tal como el fuego en la maleza, se propaga muy rápido. Se propaga por medio del teléfono, la televisión, la radio y los periódicos, y afecta a todos. Puede propagarse por la palabra que circula de boca en boca, especialmente cuando los medios de información están amordazados o restringidos. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos individualmente, para ayudar a traer paz y curación a una situación candente?
A través del valor moral, respaldado por la comprensión espiritual, podemos hacer mucho para revertir los rumores y temores que quisieran enemistar un vecino con otro. Para comenzar, podemos traer a nuestras conversaciones, sea por teléfono o en persona, un espíritu de esperanza y paz proveniente del Cristo. Negándonos a ser portadores de malas noticias infundadas, ayudamos a detener la propagación de temores y rumores. Pero podemos ir aún más lejos. Al ir adquiriendo una mayor comprensión de la totalidad de Dios, el Amor divino, y de la nada de todo lo que sea desemejante a Dios, podemos dominar en forma directa el temor, desafiando su origen, autenticidad, autoridad y autorización para actuar. ¿Tiene su origen en Dios? ¿Podemos establecer su veracidad? ¿Quién le da al temor poder o el derecho de exigir obediencia? ¿Quién lo comisionó o lo sancionó?
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