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El temor que domina a un país se puede vencer

Del número de diciembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Todos los días leemos en el diario noticias de los levantamientos políticos y sociales en todo el mundo. En un país tras otro, los pueblos están exigiendo libertad económica y política, y el derecho a la autodeterminación y a la democracia. Las confrontaciones entre los pueblos y sus gobiernos pueden llegar a ser violentas y trágicas, tal como lo ilustran los tristes sucesos de la plaza Tiananmen en Beijing.

Como sudafricana de color, estoy muy familiarizada con esas aspiraciones y levantamientos políticos. Mi país ha experimentado una violencia terrible y, como mis compatriotas, he sentido agudamente las tensiones y rumores que pueden difundirse por todo un país. El temor, tal como el fuego en la maleza, se propaga muy rápido. Se propaga por medio del teléfono, la televisión, la radio y los periódicos, y afecta a todos. Puede propagarse por la palabra que circula de boca en boca, especialmente cuando los medios de información están amordazados o restringidos. ¿Qué pueden hacer los ciudadanos individualmente, para ayudar a traer paz y curación a una situación candente?

A través del valor moral, respaldado por la comprensión espiritual, podemos hacer mucho para revertir los rumores y temores que quisieran enemistar un vecino con otro. Para comenzar, podemos traer a nuestras conversaciones, sea por teléfono o en persona, un espíritu de esperanza y paz proveniente del Cristo. Negándonos a ser portadores de malas noticias infundadas, ayudamos a detener la propagación de temores y rumores. Pero podemos ir aún más lejos. Al ir adquiriendo una mayor comprensión de la totalidad de Dios, el Amor divino, y de la nada de todo lo que sea desemejante a Dios, podemos dominar en forma directa el temor, desafiando su origen, autenticidad, autoridad y autorización para actuar. ¿Tiene su origen en Dios? ¿Podemos establecer su veracidad? ¿Quién le da al temor poder o el derecho de exigir obediencia? ¿Quién lo comisionó o lo sancionó?

Una vez que el temor se ve frente a esta clase de ataque espiritual no puede sobrevivir. Es revertido hacia donde se origina: ninguna parte. Cuando el temor desaparece, la armonía y la paz que parecían haber sido desplazadas son restablecidas. Cuando aprendemos a estar más vigilantes y alerta ante anuncios que infunden temor, éste ya no puede ejercer un efecto negativo sobre nosotros. El superar científicamente el error incluso sirve de trampolín para nuestro progreso hacia el Espíritu. Aprendemos a dejar de reaccionar a las influencias externas y a responder en cambio a nuestra voz interior, la "voz callada y suave" de la Verdad, que eternamente nos habla de la bondad, la paz y la armonía de Dios, las cuales son constantes.

Cuando en un país el temor se vuelve extremo, la gente a veces se encierra en sí misma, volviéndose indiferente al mal que los acosa. Se vuelven semejantes a robots, ni muertos ni vivos. Simplemente, existen. Es absolutamente esencial hacer frente a este temor paralizante con una activa resistencia espiritual. Mediante el poder del Cristo podemos expulsar el temor de nuestro pensamiento. Podemos ver que la sugestión de indiferencia y el encerrarse en sí mismo son una irrealidad que no tiene lugar en el pensamiento ni poder para paralizar. En lugar de encerrarse en uno mismo ¿por qué no invertir el proceso, expulsar el temor y manifestarse abiertamente en expresiones de amor?

En mi propio país, Sudáfrica, ésta es, sin duda, la gran necesidad. Ya sea que seamos blancos o negros, podemos abrirnos y extender una mano amistosa a través de la barrera del color. El hecho de que las leyes del apartheid hayan separado a la gente por décadas, no significa que no podamos llegar a ser amigos y a conocernos, unos a los otros. Después de todo, ¿no tenemos todos un solo Padre, Dios? ¿Y acaso no nos enseña la Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) que Dios creó una sola clase de hombre, el hombre espiritual? Sobre esta base podemos reconocer y sentir nuestra hermandad con toda la gente independiente de raza y color.

Una amiga blanca que visitó mi comunidad quedó realmente asombrada al descubrir que nuestra cocina era moderna y estaba equipada con los accesorios más novedosos. ¡Ella pensaba que ni siquiera teníamos electricidad! Y vive a solo quince minutos en auto de mi ciudad. Podemos terminar con los estereotipos manteniendo la perspectiva verdadera del hombre y ajustándonos a ella en forma práctica, al poner esa perspectiva en acción viviendo de manera semejante al Cristo.

La sumisión a un sistema injusto sin ofrecer oposición alguna, y cooperando pasivamente, hace que el oprimido sea tan responsable como el opresor. Nos volvemos parte del problema y no de la solución. En un mensaje dirigido a los Científicos Cristianos titulado “Obediencia”, en Escritos Misceláneos, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, explica claramente la necesidad de mostrar responsabilidad individual al tratar con el pecado, ya sea en nosotros o en los demás. Ella escribe: “Somos responsables de nuestros pensamientos y acciones; y en lugar de secundar las maquinaciones de otros al obedecerlas — para luego lamentaros del infortunio — levantaos y derrotad a ambos. Si un criminal induce al incauto a cometer un crimen, nuestras leyes castigan al incauto por complicidad en el hecho. Cada uno es responsable de sí mismo”.

A mediados de 1985, cuando los disturbios en nuestra área habían llegado a su punto más álgido, había comités ad hoc operando en las calles. Se obligaba a la gente a concurrir a reuniones y a los llamados “tribunales populares”, donde se dictaban sentencias despiadadas que gente cruel e indiferente se encargaba de hacer cumplir. Se impedía a los estudiantes concurrir a las escuelas, y a los estudiantes internos se les obligaba a regresar a sus hogares bajo amenaza de que si no lo hacían sus casas serían incendiadas. Mi familia estaba particularmente expuesta, pues vivíamos al lado de un prominente activista en cuya casa se realizaban reuniones.

Al orar y examinar la situación, vimos claramente que no íbamos a ser partícipes del mal, que los dictámenes del mal no iban a intimidarnos ni a someternos, ni aun bajo la amenaza de que iban a incendiar nuestra casa. Tomamos partido en contra de la violencia y la brutalidad, y una noche recibimos un llamado informándonos que esa noche iban a incendiar nuestra casa. Llamamos a un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara con nosotros y le dedicamos especial atención al Salmo 91 con su promesa de la protección de Dios.

Al orar, el mal, que disfrazado de temor ocupaba nuestros pensamientos, quedó desarmado. Fuimos liberados de ser víctimas del temor y nos convertimos en dueños de la situación. Las amenazas del mal cesaron. Un versículo de Job nos impartió seguridad: “El libertará al inocente, y por la limpieza de tus manos éste será librado”. Nos resultó muy útil recordar la experiencia de la Sra. Eddy ante una situación similar. En Mensaje para 1902, ella escribe: “En la década del ochenta, me fueron enviadas cartas anónimas amenazándome con hacer volar el salón donde yo predicaba; sin embargo, nunca perdí mi fe en Dios, ni informé a la policía de estas cartas, como tampoco busqué la protección de las leyes de mi país. Me apoyé en Dios, y estuve a salvo”.

En nuestra área la mayor parte de las familias fueron visitadas por vigilantes que, bajo amenaza, las instaron a retirar a sus hijos de las escuelas donde estaban de alumnos internos. A nosotros no nos visitaron. De hecho, nuestros hijos permanecieron en la escuela, y una de nuestras hijas, que daba sus exámenes finales, pudo ir diariamente a la ciudad, a pesar de las barricadas colocadas en las rutas por estudiantes en huelga. Le fue bien en sus exámenes y pudo comenzar la universidad al año siguiente. No nos sometimos al mal ni fuimos partícipes de la intimidación y la violencia. Desafiamos el mal mediante la oración apoyada en el poder de la comprensión de cuál era la verdad de la situación: la realidad de la armonía de Dios y Su gobierno perfecto del hombre.

La necesidad de desarrollar la capacidad para perdonar y amar a nuestros supuestos enemigos, es muy apremiante. Cristo Jesús no deja dudas respecto a cómo debemos actuar. El dijo: “Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Si erradicamos de nuestros pensamientos la enemistad, eliminamos la condición de ser un enemigo. Destruimos las semillas de la venganza antes de que germinen. Lo hacemos en nuestro propio pensamiento. Si no adoptamos esta posición, seremos víctimas de nuestros propios pensamientos, y sufriremos a causa de nuestro propio odio. Amemos a nuestro supuesto enemigo y construyamos el futuro sobre terreno sólido: el perdón y el amor. La base para este perdón es ver al hombre tal como Dios lo hizo, espiritual y bueno y, por lo tanto, incapaz de actuar de una manera voluble, salvaje u opresiva. En el mismo instante en que invertimos el cuadro material estamos en condiciones de ver mejor al hijo de Dios, perfecto, digno de confianza, honesto y consecuente.

La gente piensa equivocadamente que la riqueza proviene de los recursos físicos de un país. Temen perder esa riqueza debido a la política o a cambios en el gobierno. Pero sin duda alguna, la riqueza de una nación no debe medirse solamente por el oro de sus reservas sino por los talentos, capacidades y cualidades de sus habitantes. Los recursos humanos constituyen un capital que — si fuera invertido, desarrollado y cuidado — se volvería digno de confianza, sin fluctuaciones y permanente. Los recursos materiales se agotan una vez explotados. Pero si la gente tiene libertad para utilizar los talentos que Dios le ha otorgado, el país en su totalidad es bendecido y el resultado es la prosperidad.

Si fundamos y medimos la riqueza por las posesiones materiales de cualquier recurso limitado, es imposible asegurar la disponibilidad de dicha riqueza para todos los habitantes del país. Se producen disparidades que a menudo resultan en disensiones entre dos grupos: el de los que tienen y el de los que no tienen. En cambio si vemos el significado espiritual de la riqueza como el fluir de ideas ricas y talentosas que fluyen de Dios al hombre, sabemos que estas ideas están disponibles en forma abundante para todos. Nuestra meta puede consistir en ayudar a que nuestros semejantes, sin distinción de raza o color, pongan de manifiesto esos recursos tan desaprovechados y que, sin embargo, son ilimitados. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “Si nos apartamos de la riqueza, la fama y las organizaciones sociales, que no pesan ni una pizca en la balanza de Dios, obtendremos una visión más clara del Principio. Si disolvemos las camarillas, nivelamos la riqueza con la honradez, dejamos que el mérito sea juzgado de acuerdo con la sabiduría, obtendremos una visión mejor de la humanidad”.

Si no se opone resistencia al temor, éste nos presenta la situación como un “monstruo de temor” de tal magnitud que nos hace buscar un escape, en lugar de buscar una solución a los problemas que debemos enfrentar, ya sea a nivel individual o social. Debido a que el temor es negativo, nos incita a buscar soluciones que van en detrimento de nosotros mismos y de los demás. Pero si decidimos hacer frente al problema con determinación, confiando en la ley de Dios y en Su poder para establecer lo correcto, seremos guiados a soluciones que son espirituales, permanentes y más satisfactorias.

El temor puede ser eliminado porque no se origina en Dios. Comprendiendo esto, podemos realmente dar la bienvenida a los desafíos que se nos presentan, como oportunidades para demostrar el poder del Amor divino. La misma ley del Amor que salva a la persona salva también al país. De modo que cuando nos sintamos acechados por el temor, ¡hagámosle frente sin titubeos! ¡Invirtámoslo para nuestro propio beneficio! Y crezcamos espiritualmente.


Diré yo a Jehová:
Esperanza mía, y castillo mío;
mi Dios, en quien confiaré...
No temerás
el terror nocturno,
ni saeta que vuele de día.

Salmo 91:2, 5

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