No creo que haya ningún cristiano en el mundo que, en un momento u otro, no haya tratado de imaginarse cómo deben de haber sido los comienzos. Me refiero a los comienzos del cristianismo.
Tal vez este deseo de saber surja inesperadamente. Podría ocurrir cerca de la Pascua o en alguna noche serena cercana a la Navidad.
Esta es una buena búsqueda. Es semejante al recuerdo que guardamos de las historias bíblicas que aprendimos hace años cuando éramos niños, y que aún permanecen en nuestra memoria con la maravilla y el encanto de la inocencia y la receptividad de la niñez. Aun después de llegar a adultos y de volvernos más “realistas”, estas cosas aún nos hacen sentir seguros. Aunque podamos sentir que hemos perdido esa cualidad de la niñez, hay algo poderoso e intemporal que no puede perderse por completo, como la maravilla de contemplar en el cielo los millones de estrellas que podemos ver por la noche.
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