¿Qué significa su empleo para usted? ¿Es más o menos una necesidad desagradable, un medio de obtener cosas materiales, una rutina aburrida, o, por el contrario, una ocupación completamente satisfactoria, una vocación, un gozo?
En un concierto al que hace poco asistí, me causó profundo interés ver la concentración total que expresaba el pianista. Se notaba que no estaba consciente de sus alrededores, sino identificado con la música, gozando de ella. No me podía imaginar que tal artista considerara jubilarse; seguramente que él desearía continuar con el trabajo que le permitiera expresar cualidades tales como inteligencia, discernimiento, inspiración, sensibilidad y dedicación, cualidades que perduran porque la fuente de ellas es la única Mente divina, Dios.
¿Es posible para todos nosotros sentir gozo en nuestro trabajo? Aunque Cristo Jesús no ignoraba el pesar, habló abiertamente de su gozo. Se podría decir que Jesús era un ejemplo de quien está totalmente unido a su trabajo. Logró hacer más en tres años que cualquier otra persona antes o después de su época. A través de los evangelios sabemos que él sanó toda clase de enfermedades — incluso la ceguera congénita, la demencia, la lepra y la parálisis — reformó a los pecadores, resucitó a los muertos, caminó sobre las aguas, calmó las tempestades y, finalmente, resucitó triunfante después de tres días en la tumba. También hizo la siguiente promesa: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”.
¿Qué trabajo podría ser más gozoso o satisfactorio que el de seguir el ejemplo del Maestro, es decir, glorificar a Dios por medio de la curación? !Nuestro trabajo es sanar! Y en libro Ciencia y Salud, la Sra. Eddy hace estas fascinantes declaraciones: “La Mente divina legítimamente le exige al hombre toda su obediencia, afecto y fuerza. No se hace reserva para lealtad menor alguna”.
¿Qué lugar tiene, pues, nuestra ocupación humana? ¿Cómo puede nuestra labor como estudiante, madre, ingeniero, vendedor, ejecutivo de empresas, agricultor, maestro o artista, satisfacer tal exigencia? A veces pensamos que tenemos que posponer el trabajar para Dios hasta un tiempo más conveniente: “Cuando me reciba”, “Cuando haya criado a mis hijos”, “Cuando me jubile del trabajo”, en otras palabras, “algún día”. Cuando he tenido la tentación de posponer el trabajo para Dios, me ha sido útil recordar lo que dijo la Sra. Eddy: “Todas mis horas le pertenecen a Dios”. Citado en We Knew Mary Baker Eddy (Boston: The Christian Science Publishing Society, 1979), pág. 173.
El posponer nuestro trabajo para Dios, es posponer nuestro gozo. No tenemos dos carreras para alternar: trabajar para Dios y trabajar para nosotros. Solamente tenemos una carrera: ser aquello para lo que Dios nos creó, amar y servir a Dios y a nuestros semejantes. Cualquiera que sea nuestra ocupación humana, nos puede traer muchas oportunidades para expresar y compartir el bien, y así glorificar a Dios.
Pero, ¿qué pasa si nuestra ocupación nos trae frustraciones en lugar de gozo? Quizás pensamos que estamos en la profesión equivocada, o que no estamos progresando como debiéramos. Hace pocos años yo estaba exactamente en esa situación. Después de muchos años de trabajar con gran satisfacción en el magisterio, uno de mis superiores comenzó a humillarme y atacarme. La seguridad en mí misma disminuyó y dejé de sentir satisfacción en el trabajo. Di los pasos para encontrar otro trabajo, pero sin resultado alguno. Entonces, finalmente recurrí a Dios de todo corazón y oré, como había aprendido a hacerlo en mi estudio de Ciencia Cristiana, para lograr un resultado armonioso.
Un domingo por la mañana vino a mi pensamiento una idea tan claramente — una idea sobre mi actitud hacia esta mujer — que fue como si las palabras hubiesen sido habladas. Reconocí el mensaje como una paráfrasis de un pasaje del Génesis. La Biblia nos dice que Jacob luchó “con un hombre” (o lo que nosotros podríamos llamar un ángel) toda la noche. A la mañana siguiente, cuando su antagonista le pidió que lo dejara, Jacob respondió: “No te dejaré, si no me bendices”. Mi mensaje fue de esta manera: “No te dejaré, hasta que tú la bendigas a ella”. Sentí que Dios me estaba hablando a mí, demostrándome que la única manera de resolver el problema era amando, no temiendo, odiando o tratando de escapar.
Entonces comencé a esforzarme por amar a la persona que estaba viendo como mi enemiga. Me mantuve firme teniendo presente que el hombre es la verdadera imagen de Dios, y tuve que admitir que esa era su identidad real así como la mía. Me esforcé por sentir compasión y perdón sinceros y comprender mejor que la única Mente, Dios, estaba gobernando a todos.
También examiné mi propia actitud, y recibí algunas sorpresas. Me di cuenta de que era yo la que necesitaba ser menos obstinada. Finalmente estuve dispuesta a aceptar un nombramiento en el magisterio al cual me había estado resistiendo. Hablé con mi superior sobre mi decisión y recibí una respuesta positiva y agradecida. En las semanas subsiguientes vi que esta tarea me brindó más satisfacción que todo el resto de mi trabajo. Como resultado adicional de mi fuerzo devoto por amar más, desaparecieron la aspereza e injusticia que había estado experimentando. Las relaciones en el trabajo fueron nuevamente armoniosas. Dos años más tarde me jubilé antes del tiempo establecido, lo cual me permitió dedicarme por completo a la práctica de la Ciencia Cristiana, algo que atesoraba desde hacía mucho tiempo. Al ver esta experiencia en retrospección me doy cuenta de que mi único empleo verdadero era ver y amar al hombre perfecto.
Nuestro empleo no está a merced de circunstancias, personas o condiciones materiales, nuestro empleo es la tarea gozosa de reflejar todas las cualidades bellas de la Mente divina, nuestra única Mente. Tenemos el privilegio de seguir el ejemplo de Jesús, de enfrentar y superar — por medio del poder que Dios nos otorga — todo lo que nos prive a nosotros o a nuestros compañeros de trabajo del gozo y satisfacción que con todo derecho nos pertenecen.