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La estrella de Belén sigue brillando

Del número de diciembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

The Christian Science Monitor


"... y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo". (Mateo)

En todas las épocas la gente se ha preguntado: ¿Qué era esa estrella que vieron los magos en aquel oscuro cielo de Judea? En la era de la fe la gente la vio como un hecho sobrenatural, una señal de Dios. En nuestra era científica, cuando parece que a todo se le debe dar una explicación física para que sea creíble, los estudiosos han formulado teorías que postulan que se trató de una configuración inusual de los planetas, o de un cometa, o de una nova.

Pero al buscar una explicación física, se pierde de vista lo más importante. Los cometas, las novas y las conjunciones de planetas aparecen y desaparecen. Ha habido miles en la historia de la humanidad. Cualquiera que haya sido el acontecimiento astronómico ocurrido aquella noche, no sería más que una nota al pie de una página de la historia si no hubiera tenido lugar un evento de tan mayor importancia.

Aquella noche, algo más estaba brillando, algo tan maravilloso, tan por encima de la comprensión humana, que iba a cambiar toda la historia. En un simple establo para ganado, un niño de Luz había nacido, un niño distinto de cualquier otro en la historia humana, un niño que se convirtió en un hombre cuyas palabras y obras de curación demostraron que él era el Hijo de Dios, la Luz del mundo.

Este fue un acontecimiento tan maravilloso que incluso la naturaleza pareció anunciarlo, la Luz espiritual manifestándose en luz. Y, sin embargo, ¿quién sabe cuántas personas miraron hacia el cielo, se admiraron ante la belleza de lo que veían, y luego continuaron su vida como siempre? Para ellos fue una maravilla del cielo, y nada más. Pero para aquellos que tenían ojos para ver y oídos para oír — algunos hombres sabios, y unos simples pastores que cuidaban sus rebaños en los campos — en aquella noche se manifestaron plenamente el propósito divino y la señal espiritual.

La Biblia nos relata lo que ellos presenciaron y lo que sintieron en su corazón. Y las palabras del mensajero angelical que habló a aquellos pastores espiritualmente despiertos, aún resuenan en todas las épocas: "No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor".

La verdadera luz de la estrella de Belén no era física; era espiritual, un mensaje divino alboreando en el pensamiento humano. El fenómeno visto por el ojo humano como luz y gloria angelical, no fue sino la señal externa, u objetivación, de un profundo avance espiritual en la consciencia humana. La “Luz verdadera” había nacido al mundo, iniciando un despertar espiritual que aún continúa.

¿Cuál fue ese mensaje resplandeciente? En palabras sencillas, fue: Dios es nuestro Padre y el hombre a Su imagen es el hijo de Dios. Esta idea divina es eterna, siempre ha sido la verdad del ser del hombre. Aunque las condiciones materiales parecen esconder este hecho divino, la luz que brilla dentro de nosotros no se puede apagar. Podemos encontrar evidencia de la divinidad del hombre en la bondad, el amor y las aspiraciones espirituales que brillan, por más débilmente que sea, en todo corazón humano. Cada uno de nosotros ha sido bendecido con “aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre; [y que] venía a este mundo”. (Juan)

En la historia humana vemos que esta Luz divina brilla aún más intensamente en la vida de personas de pensamientos espiritualizados y santos. Pero en Jesús brilla más que en cualquier otro. ¿Por qué? ¿Qué hace que el advenimiento de Jesús sea tan especial, sea causa de gran gozo? Es que él, más que todos los demás, literalmente personificó esta idea divina, Cristo, y nos mostró las posibilidades espirituales del hombre a la semejanza de Dios. La humanidad necesitaba desesperadamente su ejemplo para demostrarnos lo que podíamos ser, lo que verdaderamente somos: los amados hijos de Dios.

En estas Navidades, podemos todavía regocijarnos en el mensaje de la Navidad en Escritos Misceláneos: la verdadera Luz aún está brillando en la oscuridad, y la oscuridad nunca la ha apagado. Como escribe la Sra. Eddy en un artículo sobre la Navidad: “La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de la Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana — que calma los temores del hombre, lleva sus cargas, lo llama a la Verdad y al Amor y a la dulce inmunidad que éstos ofrecen contra el pecado, la enfermedad y la muerte”.

En esta época, la estrella de Belén brilla más luminosa ante una nueva maravilla: el advenimiento de la curación espiritual genuina tal como enseña la Ciencia Cristiana. Aunque todavía está en su infancia, este método de curación, que participa de la naturaleza del Cristo, ha capacitado a miles de personas para seguir el ejemplo de Jesús y ser liberados de la enfermedad y de toda forma de pecado. Cumple la promesa de Jesús: “El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también”.

Como antaño, algunos se maravillan ante este fenómeno, se preguntan qué puede significar, y luego siguen su vida normal. Otros se mofan y buscan alguna explicación física o sicosomática para esta reaparición de la curación cristiana. Otros, como Herodes, matarían al “niño”, temerosos ante la amenaza a su reino y su poder. Pero otros, atraídos por la luz de la Verdad, buscan el significado de estas señales y maravillas modernas. En la Ciencia ellos encuentran nuevamente al Cristo, y son sanados.

La estrella de Belén está brillando. Está resurgiendo un amanecer espiritual. ¿Quién discernirá las señales y vendrá a ver al nuevo niño prometido, la curación cristiana?

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