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La Biblia: una guía confiable

Del número de diciembre de 1990 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tal vez, la mayoría esté de acuerdo en que a través de los siglos la gente ha recurrido a la Biblia, más que a ningún otro libro, en busca de ayuda y consuelo. ¿Pero pueden estar de acuerdo en algo más respecto a la Biblia? ¿Qué otro libro ha sido el centro de tanta controversia? La gente discrepa sobre su significado, exactitud histórica, propósito, traducciones y aun hay quienes están en desacuerdo sobre la geografía de los tiempos bíblicos. Todo esto puede contribuir a que dudemos de la veracidad de los hechos bíblicos, a que nos preguntemos por qué recurrir a la Biblia en busca de ayuda o por qué debemos confiar en lo que dice.

Hace poco más de un siglo, Mary Baker Eddy descubrió que existe una ley de Dios que se puede probar y que se evidencia a lo largo de la Biblia; una ley que, cuando la reconocemos y comprendemos, es más poderosa que cualquier ley física. El libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, nos ayuda a demostrar esta ley de Dios, el Amor, para nosotros mismos. Escuchar espiritualmente es el primer paso para conocer y sentir el Amor divino o la realidad espiritual ahora, con tanta certeza como cuando se escribieron las primeras narraciones y la sabiduría de la Biblia.

Cuando se desarrollaron los relatos del Antiguo y del Nuevo Testamento, aquellos que escuchaban espiritualmente reconocieron a Dios como creador y causa del universo. Y se dieron cuenta de que cuando recurrían a Dios de todo corazón, y tomaban consciencia de El como todopoderoso, siempre presente y al cuidado de Su creación, la ayuda que necesitaban aparecía tan inevitablemente como la caída de una piedra cuando se la deja librada a su propio peso. Los mares se abrían. Se producían lluvias, la salud se restablecía. Podían depender de Dios y de Su ley, y sus experiencias y revelaciones espirituales literalmente hicieron historia, compartiendo esta verdad importantísima de la ley de Dios de tal manera que nadie pudiera olvidarla.

Dado que gran parte de la Biblia fue transmitida verbalmente, luego copiada, vuelta a copiar, revisada y traducida durante cientos de años, está sujeta, de hecho, a errores y contradicciones. Pero muchos pensadores sinceros también reconocerán que nada pudo ocultar por completo la verdad absoluta percibida y demostrada por los hombres y mujeres de los tiempos bíblicos que escuchaban con su sentido espiritual.

En nuestra época pensamos en función de un universo gobernado por la ciencia y la ley, con mucha más facilidad que quienes vivieron en siglos pasados; de modo que es natural que en esta era la Ciencia Cristiana, el Consolador prometido por Cristo Jesús, nos hable del Cristo, la Verdad, en un lenguaje espiritualmente científico. A medida que estudiamos lo que explica sobre la Biblia, podemos reconocer la Ciencia, o el conocimiento verdadero de Dios y de Su ley a través de las Escrituras, y aprender a probarla por nosotros mismos con humildad paso a paso.

Por ejemplo, con la luz que la Ciencia Cristiana arroja sobre la Biblia, muchas personas han sido sanadas mediante la verdad y la inspiración espirituales que encontraron en la historia del Antiguo Testamento de los tres hebreos que salieron ilesos del horno ardiendo en fuego, aun cuando este relato ha sido bastante cuestionado por los eruditos de la Biblia.

Hace algunos años tuve ocasión de recordar a aquellos tres hombres en el libro de Daniel, cuando sobre mi mano se derramó accidentalmente caramelo de melaza hirviendo (a 150 grados C). De pronto percibí que el daño como consecuencia del contacto con el calor intenso no podía ser una ley irreversible, o Sadrac, Mesac y Abed-nego se hubiesen quemado. La verdad era muy clara: “No existe tal ley”. Sin duda era una creencia generalizada, pero no la actividad invariable de la causa real y del efecto real gobernados por el Principio divino, que constituye la ley. Me pareció lógico que la razón por la cual los hombres no sufrieron daño fue que rehusaron reconocer que el fuego, o el rey que había ordenado meterlos en el horno, tuvieran poder para quebrantar su confianza en el único Dios o en la relación con El. Reconocieron únicamente el poder de Dios y estuvieron a salvo.

Esta idea de Dios, el Espíritu divino, como la única causa que nos gobierna, fue tan clara para mí en ese instante, que rehusé aceptar otra ley, y también estuve a salvo. Nunca sentí molestia alguna y al mano, ni siquiera estaba roja.

Hace poco, perdí el equilibrio y evité caerme apoyándome con la mano en una estufa de leña que había estado encendida todo el día. Nuevamente, recordar esa historia me ayudó a vencer la creencia en una ley opuesta al bien y a reconocer solamente la actividad de Dios, el bien, como real. En un par de horas me libré del dolor y a la mañana siguiente no había ninguna evidencia que indicara qué mano había apoyado en la estufa.

Pero ¿qué decir a todas las preguntas que esa historia sugiere? ¿Es cierto que tres hombres fueron metidos en un horno que había sido calentado siete veces más de lo habitual, porque rehusaron adorar a los dioses, o falsas creencias, de la gente de esa época? ¿Y realmente salieron sin haber sido tocados por el fuego, sin siquiera olor de fuego, como dice la Biblia? No es necesario que la duda se apodere de nosotros si personas a quienes respetamos nos dicen que no creen que eso haya sucedido jamás. Sólo necesitamos escuchar la verdad espiritual contenida en ese relato y a lo largo de la Biblia, y probar esta verdad en nuestra vida.

El Génesis describe al hombre como creado a imagen y semejanza de Dios. A medida que nos reconocemos como hijos de Dios, el Espíritu, comenzamos a comprender que, en realidad, sólo hay una ley verdadera, la ley de Dios, el Amor, que merece y exige toda nuestra lealtad. Cuando somos fieles a esta ley, estamos en efecto orando con la oración del pensamiento espiritualizado, cuyos resultados se han manifestado durante miles de años. Y podemos confiar en que esa oración nos libra de cualquier amenaza de peligro, aun si el peligro pretende actuar como ley.

La Sra. Eddy probó y demostró la interpretación espiritual o Ciencia de la Biblia que había descubierto, a través de años de notables curaciones; ella escribió en Ciencia y Salud: “El hecho central presentado por la Biblia es la superioridad del poder espiritual sobre el poder físico”. La Sra. Eddy fue una sincera estudiante de la Biblia y sabía que había errores en los textos bíblicos. Afirma: “Pero equivocaciones tales no pudieron oscurecer enteramente la Ciencia divina de las Escrituras, visible desde el Génesis hasta el Apocalipsis, ni tergiversar la demostración de Jesús ni anular la obra curativa de los profetas, quienes previeron que 'la piedra que desecharon los edificadores' vendría a ser 'cabeza del ángulo' ”.

Jesús probó y vivió el Cristo, la Verdad, plenamente y esto lo convirtió en el Mesías de la profecía, el Salvador de la humanidad o Mostrador del camino. Sus enseñanzas y ejemplo están a nuestra disposición ahora mismo para que los sigamos paso a paso en nuestra propia demostración de lo que significa ser el hijo amado de Dios. Jesús nos dijo: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

El Libro de libros puede o no ser una historia infalible, una geografía exacta o una traducción perfecta de su letra. Pero es un manual de poder espiritual científicamente demostrable. Siglos de profunda devoción y amor nos han traído este invalorable tesoro de la ley de Dios que sana y regenera. A través de la Ciencia de la Biblia, podemos usar este amado libro con más confianza, aprendiendo regla por regla para probar por nosotros mismos la verdad espiritual que nos revela.

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