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En Mi Juventud hice una excursión...

Del número de octubre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


En Mi Juventud hice una excursión bastante larga por un terreno montañoso. Tenía que recorrer grandes distancias de una posada a otra. Una noche me sentía exhausto, pero quería completar mi jornada a una hora determinada. Se me presentó la oportunidad de viajar con un motociclista que me llevaría parte del camino. Sufrimos un accidente y fui expulsado del asiento trasero de la motocicleta. Me llevaron a un hospital en donde me diagnosticaron que tenía fracturada la pelvis.

Como conocía la Ciencia Cristiana desde los catorce años, me dirigí en oración a Dios en busca de ayuda. Sentí con claridad que el hombre habita eternamente en la presencia de Dios, y bajo Su guía, y que yo, por ser Su amado hijo, no podía en realidad sufrir ningún daño. Con esta oración desapareció todo dolor y me sentí perfectamente bien. Tenía conmigo una edición de bolsillo de la Biblia y de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. El estudio de estos dos libros me ayudó a comprender mejor mi relación con Dios. También tenía el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana y estudié la Lección Bíblica de esa semana.

El médico me dijo que debía permanecer acostado, quieto, por lo menos seis semanas para que la fractura sanara, pero a las dos semanas cedió a mi insistencia y me permitió que tratara de ponerme de pie, pero me dijo: “Te acuestas de nuevo inmediatamente”. Sin embargo, yo me sentía bien y pude moverme libremente. Tres meses después estaba trabajando duramente en una cantera sin ninguna dificultad, lo cual confirmó mi curación completa.

Cuando confiamos incondicionalmente en Dios, experimentamos la guía del Amor divino, que nos ayuda en toda emergencia. Mi familia y yo siempre hemos sentido la provisión del Amor divino en los tiempos difíciles que hemos vivido.

Cuando fui llamado a prestar servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial, pensé que esto no formaba parte de la dirección de Dios; yo no podía aceptar que fuera Su voluntad el que yo matara a otra persona. Lo que sucedió fue que me enviaron a una unidad estacionada en la región norte de Noruega. Allí, lejos de los sucesos de la guerra, pude orar por la paz universal, mientras contemplaba la belleza de las regiones polares.

También allí experimenté el poder protector de Dios. Para cumplir con una comisión, debía ir de mi unidad, que estaba estacionada en una isla, a otra localizada también en una isla. Un pescador noruego, quien en su jábega nos traía provisiones desde Tromso, debía llevarme allí. Cuando llegamos, el mar estaba tan agitado que el pescador no pudo atracar en el muelle. A bordo tampoco había un bote de remos, por lo cual decidimos que yo tenía que saltar hasta el muelle. El pescador acercó su jábega cuanto pudo, pero en el momento en que salté la jábega cayó entre dos olas y solo alcancé a tocar el muelle con mis manos. Luego me resbalé y caí.

“¡Dios, sostenme!” fue mi pensamiento inmediato. Y Dios me sostuvo. Al caer, mis pies dieron contra una viga del muelle y acabé sentado en ella. Varios camaradas que habían venido al muelle me ayudaron a subir. Para muchas personas esto puede parecer una coincidencia afortunada, pero yo sentí la presencia divina que preservó de un desastre a alguien que no sabía nadar.

Ya casi al finalizar la guerra, fui herido en una batalla en las cercanías de Berlín. Un fragmento de granada penetró en mi frente. Me sostuve en la verdad de que Dios es la única Vida, indestructible y eterna. Según la opinión de los médicos no era “indispensable” quitar el fragmento por medio de cirugía, de tal manera que no me intervinieron.

Después de haberme dado de alta en el hospital militar, se suponía que debía continuar bajo cuidado médico, pero yo continué confiando en Dios. Aun cuando en un principio sufrí de ataques epilépticos frecuentes, no consulté a ningún médico. En cambio, apliqué mi comprensión de la Ciencia Cristiana. Por medio de mi reconocimiento del hecho espiritual de que yo era en realidad la perfecta creación de Dios, los ataques disminuyeron hasta que finalmente cesaron por completo. Entonces volví a disfrutar de buena salud.

Hace algunos años tuve la siguiente curación. Me apareció una enfermedad de la piel en la cadera. Me volví en oración a Dios, pero como la enfermedad se extendió, tuve temor. Entonces le pedí a una parienta que me ayudara con su oración. (La práctica pública de la Ciencia Cristiana estaba prohibida en esa época en nuestro país.) Juntos combatimos el temor al reconocer que Dios es el único creador y que El solo crea el bien por consiguiente no había creado la enfermedad; de tal manera que no podía ser la verdadera condición de Su hijo. Poco tiempo después, la piel en la cadera regresó a la normalidad.

Estoy muy agradecido a nuestro Padre-Madre Dios por la Ciencia del Cristo, que nos libera de los errores de la carne y nos lleva a la realidad del ser espiritual. Estoy agradecido por todo el bien que he experimentado por medio de la Ciencia Cristiana.


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