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Perdonemos a nuestros deudores

Del número de octubre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Dos de mis amigas estaban emprendiendo valiosos proyectos, cada una en forma independiente. Yo me sentía contenta de poder ayudarlas prestándoles algunos fondos, en el entendido de que cada una devolvería el préstamo en pequeñas cuotas. Durante un corto tiempo ambas cumplieron con lo convenido; pero de pronto las dos dejaron de hacerlo sin ninguna explicación. Esperé, preguntándome si esas deudas serían pagadas alguna vez. Aunque yo no podía permitirme perder ese dinero, la amistad de ellas era mucho más valiosa para mí. Me di cuenta de que la respuesta era obtener una mejor comprensión de lo que verdaderamente significa perdonar a nuestros deudores, perdonar a aquellos que se han comportado mal con nosotros. ¡Me encontraba en una situación en la cual debía, por supuesto, perdonar a quienes eran literalmente mis deudoras!

En la Biblia encontré una maravillosa ayuda. Por ejemplo, el Evangelio según Lucas nos relata el encuentro de Jesús con un publicano llamado Zaqueo, del que aprendí una lección muy importante. Al igual que los otros recaudadores de impuestos de la época, Zaqueo se había hecho rico cobrando impuestos excesivos a las personas y guardando una porción para sí mismo. Esto no era ético, pero era una práctica habitual, y él no se había sentido en deuda con los demás hasta que se encontró con Jesús. Como resultado de este encuentro con el Cristo, él no sólo reconoció su deuda, sino que declaró además que estaba dispuesto a devolver el cuádruple a quienes hubiese defraudado.

¿Qué fue lo que impulsó a Zaqueo a pagar espontáneamente su deuda, y con intereses? ¿Qué hizo Jesús para producir una reacción tan radical? La respuesta se hizo evidente a medida que fui comprendiendo el amor que el Maestro manifestó hacia un hombre a quien los demás temían y odiaban. Quienes conocían a Zaqueo lo llamaban pecador, pero Jesús se refirió a él como un “hijo de Abraham”. Este punto de vista más elevado no canceló su deuda, pero despertó en Zaqueo su sentido de obligación hacia los demás, y su deseo de cumplirla. Al meditar sobre la historia de Zaqueo, comencé a percibir un concepto completamente distinto sobre quién debe qué a quién.

Cristo Jesús enseñó que lo que más nos debemos es amarnos los unos a los otros. Este amor realmente cumple con la ley de Dios. El mostró a través de su ejemplo que este amor semejante al Cristo es mucho más que afecto o simpatía humanos. Incluye el reconocimiento del hombre que Dios creó, una afirmación de la individualidad genuina y espiritual de cada persona. Esta fue una influencia tan poderosa para el bien en el ministerio del Mostrador del camino, que realmente cambió la vida de las personas. Los enfermos sanaban, los ciegos veían, y quienes estaban presos de la inmoralidad, se regeneraban y purificaban.

Si bien Jesús veía que era necesario que hubiera cambio o arrepentimiento, él amaba a las personas que sanaba lo suficiente como para ver en ellas al hombre recto de Dios, y para ayudarlas a reconocer la rectitud en ellas mismas. Mientras otros veían en Zaqueo a un publicano avaro, Jesús iba más allá de la apariencia del materialismo, y discernía la identidad del hombre a semejanza de Dios. Este concepto completamente diferente del hombre no fue una excusa para el comportamiento pecaminoso, ni lo pasó por alto, sino que sacó a luz el verdadero carácter de Zaqueo, derivado de Dios, lo cual resultó en reforma y curación.

La Lección era muy clara para mí. Si yo deseaba encontrar una respuesta al problema que estaba enfrentando, no debía preocuparme tanto por lo que otros me debían a mí, sino más bien reconocer mediante pensamientos elevados e imbuidos del espíritu del Cristo, lo que yo les debía a ellos. De la misma manera en que consideramos que cada esfuerza por amar, comprender y obedecer a Dios con gratitud es en pago de lo que Le debemos, así podemos considerar cada esfuerzo por comprender al hombre como la semejanza espiritual de Dios — y por amar lo que percibimos de la verdadera naturaleza de los demás — como una disminución de nuestra deuda para con nuestro prójimo.

Desafiando toda tentación de pensar que mis amigas estaban en deuda conmigo, y que no estaban dispuestas o no podían pagarme, reconocí constantemente la relación que tenían con Dios. Cada vez que lo hacía, me daba cuenta de que también estaba afirmando la integridad y solvencia que Dios les había dado. A medida que iba cumpliendo con la considerable deuda que tenía con ellas de verlas como hijas de Dios, la pequeña deuda que tenían conmigo me preocupó cada vez menos.

En pocos días ambas me entregaron, el mismo día, el doble del monto que se habían comprometido a pagar. Si bien estaba contenta de que los pagos se habían reanudado, ocurrió algo más que me produjo mucha más satisfacción. Mis amigas, que no se conocían entre sí, expresaron ambas su gratitud porque sus proyectos de pronto habían comenzado a progresar más que antes. De hecho, una de ellas me contó que ese mayor progreso se había extendido incluso a los negocios de su esposo, que prosperaban a pesar de ciertas limitaciones relacionadas con la estación y con una economía inestable en el área. Yo había orado para liberar mi propio pensamiento ansioso de una visión limitada del hombre, y la libertad que logré dio lugar a nuevas oportunidades para ellos y amplió su capacidad de prosperar honestamente.

La Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) nos ayuda a ver que perdonar a nuestros deudores requiere un deseo de dejar de lado algo sin valor con el fin de obtener algo de inestimable valor. Es necesario que renunciemos a un sentido temeroso y receloso de limitación respecto a los demás, trabajando con diligencia para alcanzar una estimación más elevada del hombre por ser el linaje de Dios, completo, con las infinitas oportunidades que el Amor divino siempre provee.

Sólo al comprender que la naturaleza de Dios es amor incondicional, Vida ininterrumpida y Verdad infinita, podemos realmente ampliar y elevar nuestra comprensión de lo que constituye Su imagen, el hombre. Con este concepto más espiritual y elevado del hombre, obtenemos naturalmente una mejor percepción de los talentos y capacidades de los demás. Este proceso basado en la oración revela un enfoque completamente nuevo de lo que significa amar y perdonar a nuestros deudores.

Pero ¿y si nosotros estamos en deuda con otros? ¿Podemos esperar la misma paciencia, amor y consideración de aquellos con quienes tenemos esa deuda? Es posible, si estamos dispuestos a expresar nuestra propia identidad verdadera, semejante a Dios, en cualidades tales como sabiduría y en ser dignos de confianza. Incluso si hemos cometido errores en nuestras relaciones con los demás, podemos comenzar inmediatamente a cumplir con nuestra deuda con Dios y con Su Cristo, percibiendo y esforzándonos por ser lo que Dios ha hecho que el hombre sea. Entonces, sentiremos que el Amor divino nos libera del arrepentimiento por lo ocurrido en el pasado, de los temores por lo que pudiera ocurrir en el futuro, y de cualquier tendencia a repetir las ofensas. Tendremos así una vislumbre del verdadero perdón que surge del amor espiritual, y que regenera y sana.

Si cada uno de nosotros enfrentara no sólo los desajustes económicos propios, sino también los del mundo, orando con la convicción de que se está expresando la integridad y habilidad derivadas de Dios, ¿cuál sería el impacto sanador? La riqueza del Amor infinito, que revela la capacidad innata del hombre de hacer el bien, no puede ser confinada solamente a la experiencia individual, ni a un área limitada. La maraña de deudas del mundo quizás no pueda ser desenmarañada en un momento. Pero cuando la dimensión de la oración diaria aplica el poder espiritual a los asuntos del mundo, podemos esperar progreso. ¿Por qué? Porque la oración nos ayuda a sacar a luz las soluciones que provienen de Dios y la verdad de que el hombre es gobernado por la sabiduría de su creador.

El amor espiritual puro salda nuestra deuda con Dios y con el hombre, y no hay nada más que pueda hacerlo. Cuando reconocemos y amamos en nuestra propia individualidad verdadera y en la de los demás el carácter del Cristo, estamos cumpliendo en alguna medida con nuestra deuda. Este amor, que se expresa al reconocer la integridad que Dios le ha dado al hombre y confiando en ella, es un recurso espiritual que no debería dejarse sin explorar.

Una respuesta desinteresada, a través de la oración, a las necesidades de las personas y a las del mundo en general, revelará nuevas ideas y formas de progresar. Trae a nuestra vida una seguridad que tiene su fundamento en la certeza de la presencia y provisión de Dios. Y, por encima de todo, expresa el amor y la humildad que brillan con la luz de la curación en el Padre Nuestro y en su interpretación espiritual dada en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. /Y el Amor se refleja en amor”.

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