Comence A Subir la alta escalera. Cuando me detuve casi al llegar al tope, sentí las manos húmedas y me costaba un poco respirar. Pero supe que estaría bien. Me solté de la escalera y me lancé hacia abajo de espaldas, justo para caer en los brazos abiertos de amigos listos para recibirme. La caída fue un ejercicio de confianza que hicimos en una clase de actuación que estaba tomando. La experiencia fue una lección gráfica.
Una tarde leí una sorprendente declaración que me recordó la experiencia. Decía así: “Osad ser leales a Dios y al hombre” (The First Church of Christ, Scientist, and Miscellany por la Sra. Eddy). Nunca antes había pensado en la fe en términos de “osadía”, pero cuanto más pensaba en esta declaración tanto más me ayudaba a comprender lo que es la fe.
A veces pensamos que la fe en Dios es simplemente algo que uno tiene o no tiene. Tal vez no pensamos muy a menudo en cultivar seriamente tal confianza. No obstante, la declaración antes mencionada muestra la necesidad de desempeñar una función activa — hasta valerosa — para ser leal. La verdadera fe no consiste en negar la realidad de una manera débil e ignorante, ni tampoco es una devoción superficial y fingida. La verdadera fe es intrépida y requiere fortaleza e integridad espirituales porque a menudo exige ir contra los sistemas generalmente aceptados por la sociedad.
Tener fe — en lo que sea — demanda estar dispuestos a “soltarse” y dejarse caer de espaldas, por así decirlo, confiando en que aquello en que tenemos fe no nos fallará. Puede ser difícil hacer esto, a menos que realmente comprendamos por qué podemos confiar. Jamás me habría dejado caer de la escalera si no hubiera sabido que esos amigos — y sus robustos brazos — estaban listos abajo para recibirme.
La fe en Dios puede ser así. Puede que se necesite valor para tener fe en el cuidado de Dios cuando nos sentimos aterrorizados por lo que nos rodea, por enfermedades físicas o hasta por algún hábito destructivo que pareciera hallarse fuera de nuestro control. Pero la Ciencia Cristiana revela que podemos atrevernos a tener fe que el poder de Dios va a ayudarnos y a sanarnos porque la Ciencia muestra por qué podemos confiar en El. Esto no consiste meramente en esperar con una clase de fe ciega, que Dios nos ayude. La confianza espiritual entraña una comprensión de la eterna presencia de Dios, de Su completo poder y de Su infinito amor para con el hombre. Como lo promete un bello versículo de la Biblia: “El eterno Dios es tu refugio, y acá abajo los brazos eternos”.
La Ciencia Cristiana explica que ser leal a Dios incluye ser fiel a la idea de Dios, el hombre. La Biblia revela que el hombre está hecho a la semejanza de Dios, que es Amor, Espíritu, Mente. Por lo tanto, el hombre no es el mortal imperfecto, falible y vulnerable que parece ser. El hombre es, en realidad, espiritual y es perfecto porque es la semejanza de Dios.
Ser leal a Dios y al hombre significa vivir esta verdad, ser el hombre de Dios. Ser leal requiere que, por ser el hombre de Dios, por ser Su expresión, expresemos al Amor divino en lugar de un amor posesivo; que adoremos al Espíritu en vez del dinero, la comida o los automóviles; que pensemos con la Mente del Cristo en lugar de abrigar una colección de creencias y opiniones humanas limitadas y limitativas. Ser leal de esta manera entraña un trabajo arduo que demanda valor, pero es un trabajo que se vuelve cada vez más fácil a medida que dejamos de confiar en los inseguros apoyos materiales y dependemos más y más en el poder inmutable y siempre presente de Dios, el Amor divino.
Un pasaje en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy se refiere a algunas de las influencias que nos impedirían atrevernos a ser leales a Dios y al hombre de Su creación. Dice así: “Los mortales progresan despacio en la actualidad por temor a que se les considere ridículos. Son esclavos de la moda, del orgullo y de los sentidos. .. Debiéramos hastiarnos de lo efímero y falso y no fomentar nada que se oponga a nuestra individualidad más elevada”.
La moda, el orgullo y la sensualidad arguyen tenazmente para evitar — a toda costa — la espiritualidad y la disciplina necesarias para ser leal a Dios y al hombre verdadero. Exageran, alardean y prometen (falsamente) que si los obedecemos seremos populares y felices. Pero lo que realmente hacen es impedir nuestro progreso espiritual — que constituye el progreso de nuestra vida — porque nos llevan a poner nuestra atención y nuestros afectos en la materialidad. Entonces vamos caminando exactamente en la dirección opuesta.
Al adherirnos a los “efímeros y falsos” valores materialistas en favor del orgullo o de los placeres físicos, nos alejamos de Dios y de todo el bien puro y eterno que tanto satisface, y que El otorga. También hace que perdamos de vista nuestra verdadera identidad, que es todo lo que realmente queremos ser, porque esta identidad es perfecta e incluye todo gozo, paz, amor, inteligencia y bienaventuranza. Esta identidad perfecta es nuestra ahora mismo. Pero tenemos que demostrarla. Esto significa que tenemos que rechazar las influencias materialistas y atrevernos a ser leales a Dios y al hombre.
A menos que tengamos el valor de hacerlo, ¿no estamos, acaso, en cierto modo simplemente posponiendo, o dilatando, el proceso inevitable de enfrentar la realidad? La renuencia a ser leales hace que nuestro progreso en la comprensión de la Vida y en el descubrimiento y aplicación de nuestra verdadera identidad, sea lento. Como resultado, nos privamos de sentir la alegría y la paz perdurables del ser verdadero. La Vida es Dios, y el hombre es la expresión de esta Vida perfecta. Con el tiempo, todos tendremos que aprender esto y dejar que nuestra vida sea la prueba viviente de esta verdad. Esto es todo lo que la vida realmente es; de modo que para disfrutar de una vida realizada, de progreso y completa, es esencial ser leal a Dios y al hombre.
En nuestros esfuerzos por ser verdaderamente leales, podemos recordar que no estamos solos luchando contra fuerzas del mal que son inamovibles y reales. Las influencias materialistas son efímeras y falsas. Todo poder real está en las manos de Dios, aquellas manos que nos sostienen permanentemente con amor. A medida que nos atrevemos a demostrar nuestra fe en Dios, tenemos la alegría de comprobar cada vez más quiénes somos realmente: el hombre perfecto de Dios.
