Poco Despues De que Mary Baker Eddy (en aquel entonces Mary Patterson) descubriera que el poder sanador del Cristo estaba aún intacto y aún disponible para cualquiera que lo comprendiera, ella aprendió una valiosa lección, una que le sirvió de guía de allí en adelante. Una de sus alumnas, Sue Harper Mims, relata esto en sus reminiscencias de la última clase de la Sra. Eddy.
La Sra. Eddy les contó que en esos primeros días después de su descubrimiento, su familia y amigos reconocían que si estaban enfermos y mandaban por ella para que orara por ellos, sanaban. Pero nunca admitían qué había hecho la obra sanadora. Como la Sra. Mims recuerda, la Sra. Eddy dijo: “Algunas veces, tan pronto como mandaban por mí, sanaban, antes de que yo llegara a verlos, y entonces no sabían que era Dios quien lo había hecho”. Un día, en que la llamaron para que viera a un niño enfermo, la embargó un sentido de responsabilidad personal al apresurarse para ir al hogar del niño.
“Estaba yo tan deseosa de que reconocieran el poder de la Verdad”, continúa, “que me dije: ‘No debe sanar hasta que yo llegue allí’. Por supuesto, eso no era correcto, porque yo sabía que debía dejar todo en manos de Dios, pero el orgullo se había apoderado de mí y yo había perdido mi humildad, y el paciente no sanó. Entonces vi mi reprimenda, y cuando llegué a casa me tiré en el piso, puse mi cabeza en las manos, y oré para que no fuera tocada ni por un momento con la idea de que yo era algo o hiciera alguna cosa; me di cuenta de que esto era obra de Dios y que yo Lo reflejaba. Entonces el niño sanó”. (Véase We Knew Mary Baker Eddy, pág. 133.)
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