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La misión del sanador en la curación

Del número de octubre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Poco Despues De que Mary Baker Eddy (en aquel entonces Mary Patterson) descubriera que el poder sanador del Cristo estaba aún intacto y aún disponible para cualquiera que lo comprendiera, ella aprendió una valiosa lección, una que le sirvió de guía de allí en adelante. Una de sus alumnas, Sue Harper Mims, relata esto en sus reminiscencias de la última clase de la Sra. Eddy.

La Sra. Eddy les contó que en esos primeros días después de su descubrimiento, su familia y amigos reconocían que si estaban enfermos y mandaban por ella para que orara por ellos, sanaban. Pero nunca admitían qué había hecho la obra sanadora. Como la Sra. Mims recuerda, la Sra. Eddy dijo: “Algunas veces, tan pronto como mandaban por mí, sanaban, antes de que yo llegara a verlos, y entonces no sabían que era Dios quien lo había hecho”. Un día, en que la llamaron para que viera a un niño enfermo, la embargó un sentido de responsabilidad personal al apresurarse para ir al hogar del niño.

“Estaba yo tan deseosa de que reconocieran el poder de la Verdad”, continúa, “que me dije: ‘No debe sanar hasta que yo llegue allí’. Por supuesto, eso no era correcto, porque yo sabía que debía dejar todo en manos de Dios, pero el orgullo se había apoderado de mí y yo había perdido mi humildad, y el paciente no sanó. Entonces vi mi reprimenda, y cuando llegué a casa me tiré en el piso, puse mi cabeza en las manos, y oré para que no fuera tocada ni por un momento con la idea de que yo era algo o hiciera alguna cosa; me di cuenta de que esto era obra de Dios y que yo Lo reflejaba. Entonces el niño sanó”. (Véase We Knew Mary Baker Eddy, pág. 133.)

Esta experiencia de nuestra Guía es instructiva. En algún momento, en virtualmente toda curación mediante la Ciencia Cristiana, empezamos a comprender esta gran verdad: que únicamente Dios, y no una persona, es el sanador. Las palabras de Cristo Jesús explican todo: “No puedo yo hacer nada por mí mismo” y “El Padre que mora en mí, él hace las obras”. En las curaciones de Jesús y de sus discípulos y apóstoles, vemos que con pocas palabras, algunas veces sin ninguna palabra, ocurría la curación. Es la comprensión espiritual, dando testimonio verdadero, lo que sana. No son las palabras, ni siquiera las encumbradas declaraciones metafísicas, las que efectúan la curación, aun cuando tales palabras o declaraciones reflejen comprensión espiritual o nos sirvan de ayuda invalorable para alcanzar puntos de vista espirituales más elevados.

¿Qué es, entonces, la misión del sanador en la curación? En cada caso, su misión principal es conocer la verdad: dar testimonio y reconocer que Dios, el infinito y del todo perfecto, es el único poder en operación en el proceso sanador. Nuestra misión es ser el hombre de Dios, eliminar del cuadro el sentido personal de manera que nuestro conocimiento de la verdad sea literalmente el reflejo de Dios. Todo poder y autoridad vienen de Dios y son reflejados en Su hombre. El trabajo del sanador es estar de acuerdo humildemente con ese gran hecho, someterse a él e insistir en él, y así demostrar al Cristo, la idea verdadera de Dios y Su poder.

He aquí un ejemplo de cómo la misión del sanador entra en operación. Un hombre llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana y le dijo que tenía en la espalda, a lo largo de la espina dorsal, un tumor que lo preocupaba. Le dijo que estaba aumentando de tamaño y le molestaba mucho y tenía mucho temor. El practicista estuvo de acuerdo en orar por él.

Esa noche, al estar orando acerca de este caso, el practicista salió a dar un paseo por su vecindario. Al ir caminando, empezó a declarar firmemente a sí mismo, casi como si fuera un argumento, declaraciones sanadoras de la Verdad divina de la Biblia y de los escritos de la Sra. Eddy.

Algunas veces tales argumentos y vehemencia en cuanto a la Verdad es justamente lo que se necesita. Pero muy pronto comprendió que estaba trabajando bajo un sentido de responsabilidad personal y humana por esta curación. El paciente lo había llamado con confianza, con la completa seguridad de que el practicista sabía qué hacer acerca del caso. La sugestión continuó manifestándose de que él, el practicista, ahora estaba personalmente a cargo de la salud de ese hombre, de que si sanaba este hombre o no, todo dependía de que el practicista supiera lo suficiente acerca de Dios para efectuar la curación.

De repente le vino esta inspiración al practicista: “Este paciente es completo y perfecto, no porque yo esté expresando declaraciones de la Verdad, sino porque su vida está completamente a salvo e intacta en Dios, cuya ley es el irresistible poder sanador”. Después sintió un gran regocijo y un gran sentido de liberación, un torrente de gratitud que ni el paciente ni el practicista podían jamás ni por un momento estar separados de Dios o de la salud completa y total. En humildad se sintió liberado de todo sentido personal de responsabilidad. Se vio a sí mismo en su verdadera misión: un testigo fiel y confiable del poder divino. Sintió la seguridad de que la curación se había efectuado.

Pocos días después, el hombre lo llamó para decirle que el tumor simplemente había desaparecido. Había sanado.

El hecho de que la Ciencia Cristiana niega la validez y realidad de la enfermedad, y de toda forma de mal, no significa que los Científicos Cristianos pasen por alto las gravosas pretensiones de los sentidos materiales y del mundo material. ¡Lejos de ello! El sanador científico encara esas pretensiones como un matemático podría encarar algunos problemas en aritmética o cálculo. El Científico no se siente impresionado o desalentado por las agresivas pretensiones del mal contra la realidad, sino que trabaja estrictamente sobre la base de la perfección de la Ciencia. Sabe que esta Ciencia está basada sobre el Principio divino, Dios, y que, por lo tanto, cuando se comprende se puede demostrar.

El metafísico tiene que estar muy imbuido en el hecho espiritual de la totalidad y el todo-poder de Dios y del estado del hombre como reflejo de Dios; de esta forma comprende que las pretensiones de los sentidos son nada, sólo conceptos erróneos. Dicho en otras palabras, un sanador verdadero está tan espiritualmente consciente de lo que es, que abandona en cierto grado el falso concepto de lo que no es y siente el gozo de lo que es verdadero.

Como se comprende en la Ciencia Cristiana, la curación no es cuestión de que una persona se “imagine” una curación. No se trata de “pensamiento positivo” o de “mente sobre materia”. No es cuestión de persuasión personal o de una creencia humana en la verdad que prevalece sobre una creencia en un error material. Sobre todas las cosas, no es cuestión de restaurar la perfección del hombre, sino de reconocer e insistir en la perfección creada por Dios de la cual el hombre jamás ha estado separado, y de incluir ambos, al practicista y al paciente, en esa perfección.

En la metafísica divina, el sanador es un testigo de la totalidad de Dios, el Espíritu, y de la perfección del hombre a Su semejanza. En el reflejo de Dios, el sanador abraza al paciente con esta verdad que imparte el Espíritu. El sabe que nada existe fuera del Espíritu, sino que todos están incluidos en el Espíritu. En esta clase de testimonio la Sra. Eddy promete: “Si el Espíritu o el poder del Amor divino da testimonio de la verdad, éste es el ultimátum, el procedimiento científico, y la curación es instantánea”.

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