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EXTRACTOS DE LAS transmisiones de radio DE EL HERALDO DE LA CIENCIA CRISTIANA

En todas partes del mundo, las transmisiones de radio por onda corta del Heraldo están llegando a un extenso público. Pensamos que a los lectores que no han escuchado estas transmisiones les gustaría leer extractos de algunos de estos programas radiales.

Escuchemos con más atención

Del número de octubre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Anunciador: Este es El Heraldo de la Ciencia Cristiana, auspiciado por La Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana, la actividad de difusión mundial de La Primera Iglesia de Cristo, Científico, en Boston, Massachusetts, E.U.A.

Derek: Hola, soy

Moji: Y yo soy Estamos muy contentos de que usted esté con nosotros en esta transmisión de El Heraldo de la Ciencia Cristiana.

... Nuestro invitado conversa con un miembro de nuestro equipo, ... sobre algo que le ocurrió en los comienzos de su actividad como hombre de negocios.

Arthur: Esto sucedió hace aproximadamente trece años... Tenía esposa y una pequeña hija... y tenía una casa bonita y confortable...

Deborah: ¿Qué clase de negocios tenía usted?

Arthur: Negocios relacionados con la construcción de empresas públicas y la compra de sociedades comerciales... El resultado fue que llegué a ser, cada vez más, un experto en el fracaso de los negocios. Fue en ese momento que comencé a trabajar como vendedor a comisión, pero esto no me proporcionaba ingresos regulares y ya no me quedaban bienes personales; además, había contraído una cantidad considerable de deudas. La situación parecía ir empeorando y sentí que estaba como atrapado... Así que, en medio de esto, parecía no haber a quien recurrir, sino a Dios; y así lo hice.

Deborah: ¿Era usted Científico Cristiano?

Arthur: Sí.

Deborah: ¿Había estado usted orando hasta ese momento?

Arthur: ¡Continuamente!... De noche no podía dormir. Iba con cuidado a la sala, para no molestar al resto de la familia, me sentaba allí y humildemente, en silencio, oraba a Dios, diciendo: “Padre, muéstrame el camino, porque yo realmente no sé hacia dónde debo ir, y no sé si voy a ser capaz de levantarme mañana y enfrentar todo lo que debo enfrentar”. Recuerdo un día en que me sentía aterrado, porque ese día debía pagar algunas cosas, o, de lo contrario, enfrentaría serias consecuencias.

Deborah: ¿Qué pensaba en ese momento?

Arthur: Lo único que podía pensar era que tenía que vestirme y estar listo para salir lo antes posible, pararme frente a un cliente y venderle algo para poder obtener un cheque por la comisión lo antes posible, y así poder cumplir con esos compromisos muy específicos que me estaban agobiando. En esas condiciones, me dirigí precipitadamente hacia la puerta. Me paré en seco, como si me hubiera tomado a mí mismo por el cuello. Y pensé: “Estás encarando esto en forma equivocada”.

Subí a mi cuarto, cerré la puerta y comencé a estudiar la Biblia, orando sinceramente. Comencé a orar reconociendo que Dios era Todo. La Biblia nos dice que el hombre es Su imagen y semejanza... Por lo tanto, este hombre tiene que ser la semejanza de Dios, el Espíritu. Pareció que el pánico simplemente comenzó a esfumarse. Pude sentir la tranquilidad de que Dios estaba allí mismo conmigo.

Continué leyendo, y sonó el teléfono. Era un conocido con quien había efectuado una transacción comercial; estaba tan excitado que casi no podía hablar. Conocía mi situación, y esto fue lo que dijo: “Art, acabo de recibir una llamada de alguien que está buscando desesperadamente a una persona para ocupar un puesto”. Había dado mis antecedentes a la perfección... Me dio el nombre y el número telefónico de ese hombre, y dijo: “Tienes que llamarlo”.

Deborah: ¿Lo llamó usted?

Arthur: Bueno, por supuesto que mi primera reacción fue: “¡Hurra!” Rápidamente, tomé el teléfono e iba a discar el número; y nuevamente me detuve y colgué el auricular. Sentí una urgente necesidad de simplemente quedarme tranquilo y escuchar lo que Dios me estaba diciendo. Entonces oré en silencio. Dije: “Padre, dime Tú qué necesito saber”. La respuesta vino muy, muy rápido y fue como una suave voz dentro de mí que me dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.

Deborah: Bueno, esa cita suena familiar.

Arthur: Sí, lo es. Es de una parábola de Cristo Jesús, la del hijo pródigo, relatada en el Evangelio según Lucas, capítulo 15. En la parábola, el padre le dice estas palabras al hijo mayor, no al hijo pródigo. Usted recordará que el hijo mayor estaba bastante molesto, y su padre le dijo: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”. Me di cuenta de que tenemos todo lo que nuestro Padre nos da todo el tiempo. Y para mí significó que la sustancia simplemente no estaba relacionada con el dinero; que no dependía de ninguna circunstancia material, y que el bien estaba siempre disponible porque Dios es siempre nuestro Padre-Madre... No puedo describirle exactamente lo que sentí, pero fue una sensación de que era bendecido por el Padre. Bueno, por supuesto que levanté el teléfono y llamé.

Deborah: ¿De qué clase de empleo se trataba?

Arthur: Era una empresa que... había comenzado aproximadamente un año antes, y necesitaban a alguien para administrarla... y para desarrollarla. Requería de todas las habilidades y del entrenamiento que yo poseía. Pero, más que esto, requería de todo lo que yo había aprendido de esta situación tan difícil.

Deborah: De sus fracasos y demás.

Arthur: Sí. Y he sido capaz de llevar adelante esta empresa a un punto en el cual hoy día es veinte veces mayor que cuando me hice cargo de su conducción. Y ha tenido mucho éxito.

Deborah: ¿Qué ha aprendido usted de esta experiencia que pueda ayudar a otras personas?

Arthur: Lo que veo muy claro es que sean cuales sean las circunstancias en las que nos encontremos, y lo grave que parezcan, nuestro Padre-Madre Dios está siempre diciéndonos: “Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas”.

Deborah: Muchas gracias, Art, por haber charlado hoy con nosotros.

Arthur: Gracias a ustedes...

Derek: Moji, es interesante lo conmovido que estaba nuestro invitado por la historia bíblica del hijo pródigo y, especialmente, la parte en que el padre asegura a su hijo mayor que su provisión es continua. Creo que sería una buena idea comentar esta historia...

Moji: Sí. Bueno, este hombre tenía dos hijos, y el más joven decidió que quería la parte de los bienes de su padre que le correspondía. La tomó y se fue, y gastó todo lo que tenía; la Biblia dice: “viviendo perdidamente”. Después de esto su situación llegó a ser calamitosa...

Derek: Así es. Leemos que había hambre en la tierra, y su situación económica era tan precaria que trabajaba apacentando cerdos; y la Biblia dice: “Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba”. El realmente había llegado a un punto en que no tenía nada.

Moji: Sí, realmente era una situación adversa. De cualquier manera, “volviendo en sí”, como dice la Biblia, decidió, humildemente, regresar a la casa de su padre y rogarle que lo aceptara como uno de sus sirvientes.

Derek: Es cierto. A veces tenemos que atravesar por una experiencia penosa como ésta para despertarnos, y el único camino es ser verdaderamente humildes.

Moji: Fue allí y dijo a su padre que él ya no era digno de ser su hijo... Pero su padre le dio la bienvenida con los brazos abiertos, y lo abrazó, y celebró su regreso con una gran fiesta, diciendo: “Este mi hijo... se había perdido, y es hallado”.

Derek: Fue necesario eso de lo que hoy hemos hablado: escuchar en oración, espiritualmente...

Moji: Sí.

Derek: Ese recurrir humildemente a Dios en busca de guía, poniéndolo a El en primer lugar; eso fue lo que realmente cambió todo...

Moji: Y tú sabes, Derek, no es que la oración sea algo que nosotros como humanos hacemos por Dios, o para El. En realidad, consiste en escuchar...

Derek: Sí, y cuando escuchamos, descubrimos cómo reflejar más aún la naturaleza de Dios en nuestra vida, momento a momento, cómo ser más como nuestro Padre-Madre Dios en todos nuestros pensamientos, palabras y obras.

Moji: De hecho, Derek, es cuestión de desear dejar que Dios sea lo que El ya es: el Principio mismo de nuestro ser. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy escribe: “El tener fe en el Principio divino de la salud y el comprender espiritualmente a Dios sostiene al hombre en toda circunstancia...”

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