Hace Dos Años, si alguien hubiese cuestionado mi total abstinencia de bebidas alcohólicas, lo último que hubiese contestado habría sido: "Tengo razones religiosas". Eso era, en primer lugar, porque no me sentía particularmente inclinada a tener que dar explicaciones sobre la Ciencia Cristiana. Y, en segundo lugar, porque en la universidad trato a menudo con gente que piensa que la religión es lo menos popular que existe.
Pero últimamente, me he dedicado a pensar bastante sobre el tema, y mi punto de vista, respecto a porqué tomo las decisiones que tomo, se ha vuelto más básico y franco. Empecé a comprender mejor una declaración que Mary Baker Eddy hace en Ciencia y Salud cuando describe la individualidad espiritual del hombre a semejanza de Dios: "Ese concepto científico del ser, que abandona la materia por el Espíritu, de ningún modo sugiere la absorción del hombre en la Deidad y la pérdida de su identidad, sino que confiere al hombre una individualidad más amplia, una esfera de pensamiento y acción más extensa, un amor más expansivo, una paz más elevada y más permanente".
No tomé alcohol en la escuela (cuando estuve pupila o en la escuela secundaria) porque seguía el ejemplo de mis padres. Sin embargo, a veces me sentía aislada, diferente, de mis amigos. Cuando me invitaban a beber, yo decía: "No me gusta el sabor" o "El alcohol es demasiado caro" o "Me gusta tener control de mí misma".
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