Cuando Era Niña, había una tradición religiosa según la cual cuando un niño llegaba a cierta edad — alrededor de los siete u ocho años — participaba de una ceremonia que era considerada un acontecimiento importante. Se invitaba a familiares y a amigos íntimos a una pequeña reunión y cada uno le daba un regalo, un objeto de oro: alguna joya, como un anillo, un broche, pendientes.
El país europeo en que yo vivía antes de radicarme en Brasil, era pobre, y estos regalos tenían un propósito muy práctico. Constituían una especie de fondo de reserva para un niño. Si él o ella, en alguna oportunidad, necesitaba dinero para sobrevivir o para alguna emergencia, podía vender alguna de esas joyas.
Cuando llegó mi turno, yo también tuve mi parte: una pulsera, un prendedor con mi nombre grabado y algunas otras cosas pequeñas. Pero uno de mis tíos, a quien yo quería mucho, no podía comprarme algo de oro, ni siquiera una medallita. El me regaló un libro. Su título era La Biblia para niños. Su contenido abarcaba casi toda la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento, transcrita en un lenguaje más simple. Era un libro voluminoso, impreso en caracteres pequeños y con muy pocas ilustraciones en sepia. No parecía muy atractivo para una alumna de segundo grado. Sin embargo, lo leí del principio al fin en unas semanas, lo que era realmente una hazaña para una niña de esa edad. No pude dejarlo hasta que lo terminé. ¿Cuál era la razón de que ese libro despertara en mí tanto interés?
Permítanme explicarles. Cuando yo nací, mi país acababa de ser devastado por la guerra. Los primeros recuerdos de mi niñez fueron áreas bombardeadas y gente sin hogar. Vecinos y familiares hablaban con frecuencia acerca de miembros de sus familias que no habían sobrevivido. Yo me sentía realmente asustada por el mundo que estaba conociendo. Las personas que me rodeaban se consideraban víctimas indefensas. Se sentían víctimas de las circunstancias, de otros países, de la pobreza y hasta de Dios. Pero en los relatos de la Biblia comencé a conocer gente que había tenido que hacer frente a toda clase de dificultades y las había vencido. No eran víctimas. Y la Biblia mostraba también cómo habían superado las dificultades, confiando en que Dios era su amigo y auxilio y siendo fieles a El.
Recuerdo vivamente la impresión que me produjo la historia de José. En el libro del Génesis, la Biblia nos dice que sus hermanos lo vendieron como esclavo y fue llevado a Egipto. En esa época él era muy joven, tenía alrededor de diecisiete años. Su padre, Jacob, lo amaba más que a sus otros hijos. En un rapto de odio y envidia sus hermanos primero conspiran para matarlo y luego deciden venderlo como esclavo a unos mercaderes. ¿No diríamos que esta experiencia es traumática? A José lo separaron del amor de su padre y de su hermano menor Benjamín, de su entorno familiar y de una vida probablemente fácil. A partir de ese momento, tuvo que vivir rodeado de extraños y sin duda haciendo tareas diferentes que él nunca había hecho antes; después de todo, era un esclavo.
Sin embargo, no actuó como una pobre víctima del destino. El hizo bien las tareas que le encomendaban. Tanto fue así que “vio su amo que Jehová estaba con él”. En otras palabras, José expresaba las cualidades de Dios en todo lo que hacía y estas cualidades divinas eran evidentes para los que lo rodeaban. Sin duda, las cualidades que él expresaba y que producían resultados tan hermosos, no eran la autocompasión, el resentimiento, planes de venganza, ni otros sentimientos por el estilo. Podemos pensar que habría sido comprensible que él tuviese esa clase de sentimientos después de la experiencia por la que tuvo que pasar, pero esos sentimientos no hubiesen producido los resultados de los que nos habla la Biblia. El debe de haber expresado cualidades derivadas de Dios, tales como alegría, buena disposición, dedicación a su trabajo, honestidad, el estar alerta y otras semejantes. Al expresar estas cualidades, José no estaba actuando como “víctima”, por lo tanto, no lo era.
Después tuvo que enfrentar que lo calumniaran y lo enviaran injustamente a prisión. Pero la Biblia dice que aun estando en prisión “Jehová estaba con José y le extendió su misericordia y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel”. Los resultados lógicos fueron que todos confiaron en él y que pudo realizar una actividad útil y tener amistades. Ni aun en los momentos más difíciles de su vida, como esclavo y como prisionero, José dejó de manifestar su habilidad y buena disposición para expresar el bien. Por eso es que él nunca fue una víctima.
Aunque yo era apenas una niña, fue muy claro para mí que yo podía hacer como había hecho José. O sea, yo podía expresar buenas cualidades, cualesquiera fueran las circunstancias. Yo me había sentido humillada en la escuela por ser la alumna más pobre de mi clase. Pero en lugar de seguir rumiando eso en mi pensamiento como había estado haciendo hasta entonces, comencé a concentrarme en ser una buena alumna, en ser útil a mis compañeros y maestros. No fue nada extraordinario ni espectacular, pero tuvo el perdurable efecto de extirpar el sentimiento terrible de ser “víctima”. El ejemplo de José tuvo un efecto duradero en mi vida.
Así fue como comencé a descubrir la Biblia y el poder del bien, el poder de Dios. Más tarde, en los comienzos de mi adolescencia, cuando pude obtener una Biblia completa, fue muy natural para mí, ahondar en su contenido con mayor profundidad. Nunca tuve necesidad de recurrir a las joyas que recibí cuando era niña. Pero el obsequio que me dio mi tío, o sea, el ponerme en contacto con la Biblia, ha sido un fondo de reserva del cual he extraído beneficios todos los días. Y nunca se agotó.
Siendo ya una mujer joven, encontré la Ciencia Cristiana
Christian Science (crischan sáiens) y comencé a leer Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana y entonces, este fondo de reserva se multiplicó repentinamente. Comencé a descubrir la lógica, es decir, las reglas o leyes inherentes a los relatos bíblicos. Esa es la razón por la cual la ayuda de Ciencia y Salud para comprender y poner en práctica el mensaje de la Biblia es inapreciable. Por ejemplo, la Sra. Eddy escribe: “El bien que hacéis e incorporáis os da el único poder obtenible. Este bien al que ella se refiere, es el reflejo de Dios. Explica lo que hizo José. El estaba reflejando el bien de Dios, que es el único poder que existe. Así es como él elevó su vida por encima de las circunstancias, devolvió la armonía a su familia y salvó del hambre a toda una nación, como asimismo a gente de países vecinos.
Conocer el bien, es fundamental para nuestra habilidad para hacer el bien. La Ciencia Cristiana nos enseña que Dios es el bien; por lo tanto, es básico que conozcamos a Dios en primer lugar. Y eso es precisamente sobre lo que trata la Biblia: Dios y la totalidad de Su poder, la totalidad de Su bien, Su eterna presencia y el hombre que Lo refleja.
Alguien podrá decir: “Muy bien, pero la Biblia es demasiado difícil para entender. Hay tantas interpretaciones ¿cómo puedo saber cuál es la correcta?
Debemos recordar que el mensaje de la Biblia es espiritual, no material. Por lo tanto, no es posible comprenderlo simplemente por medio de razonamientos y análisis humanos. La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Las Escrituras son muy sagradas. Nuestro objetivo debe ser el de contribuir a que se las comprenda espiritualmente, porque sólo mediante esa comprensión se puede llegar a la verdad”. Y más adelante dice: “Es esa percepción espiritual de las Escrituras lo que saca a la humanidad de la enfermedad y la muerte e inspira fe”. Por lo tanto, debemos utilizar nuestro sentido espiritual a fin de comprender la Biblia.
La Ciencia Cristiana nos enseña que el sentido espiritual es lo opuesto del sentido material; es la capacidad de discernir “las cosas del Espíritu” y comprender el bien espiritual. Todos poseemos sentido espiritual. En realidad, es una manera natural de pensar porque somos hijos de Dios y Dios es Espíritu. Por lo tanto, al reflejar a Dios, podemos comprender las cosas espiritualmente; podemos discernir el mensaje divino de la Biblia.
La Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios”. Por consiguiente, esta capacidad es consciente y constante; no nos falla. Pero, debemos ponerla en práctica. La lectura y el estudio de Ciencia y Salud nos ayuda a desarrollar nuestro sentido espiritual, en razón de que haciendo esto, nuestro pensamiento se espiritualiza, o sea, se concentra más en las cosas del Espíritu.
Cristo Jesús, el personaje principal del Nuevo Testamento, es un ejemplo extraordinario de sentido espiritual. Su pensamiento estaba siempre tan centrado en Dios que él podía rápida y naturalmente contemplar cualquier situación o cualquier asunto desde el punto de vista espiritual. Era esta visión espiritual la que le permitía sanar al enfermo instantáneamente y hacer todas las demás obras maravillosas que llevó a cabo. Por ejemplo, cuando sintió que se les debía dar alimento a las multitudes antes de despedirlas, sus discípulos, cuyo pensamiento tenía como base el sentido material, sólo pudieron ver unos pocos peces y panes. Pero Jesús “dio gracias”, reconoció que Dios era la fuente que provee al hombre del bien, de su provisión; él sabía que todo aquello que puede bendecir a unos pocos debe también bendecir a todos. Y ese pequeño puñado de alimento fue suficiente para saciar a más de cuatro mil personas.
A veces uno escucha decir a la gente: “¡La Biblia es un libro tan antiguo! ¿Qué sentido pueden tener esos relatos hoy en día? ¡El mundo ha cambiado tanto!” Ciertamente, el mundo ha cambiado muchísimo; la ciudad en donde vivo, San Pablo, en Brasil, ha atravesado por muchos cambios profundos durante los últimos años. Pero en primer y último lugar, Dios no ha cambiado un ápice. El sigue siendo supremo sobre Su creación. Todavía ama a Su creación y aún cuida de Su hijo, el hombre. Por lo tanto, Sus leyes son todavía las mismas. Las mismas leyes divinas que operaban en la época bíblica, siguen operando hoy.
Tengo que admitir que hoy en día es difícil que haya la posibilidad de que alguien sea vendido como esclavo, como ocurrió con José. Pero puede suceder que nos encontremos entre extraños en una escuela nueva, o en un trabajo nuevo y, tal vez, con sentimientos de inferioridad, como los que yo había sentido. O podemos vernos frente a un castigo injusto y sentirnos llenos de resentimiento. Podemos incluso sentirnos “prisioneros” de un trabajo insulso o de una tarea menor y pensamos que merecemos algo mejor. ¿Qué podemos hacer? Podemos expresar las cualidades de Dios, tal como lo hizo José. Podemos perseverar en ello con gozo y esperando el bien. Sabemos cual fue el resultado en el caso de José. Nosotros también podemos esperar buenos resultados, porque la misma ley divina del bien que estaba operando en el caso de José, continúa operando hoy; y esa ley consiste en que Dios posee todo el poder y El es el bien.
