La Directora De la escuela secundaria reservó tiempo de su ocupado programa diario para explicar algunas de sus preocupaciones. No fue una sorpresa que estuvieran centradas en la educación. Ella deseaba ver que las escuelas hicieran algo más para facultar a los estudiantes a pensar por ellos mismos, para ayudarlos a no ser influidos con tanta facilidad por las opiniones o preferencias de sus amigos. Y ella ya había observado algunos éxitos notables en dos proyectos que había iniciado en la escuela.
El día anterior, la redactora de un diario local le había dicho que estaba preocupada de que su ciudad se estaba transformando en una "comunidad de dormitorios". La gente se levanta en la mañana, viaja veinticuatro kilómetros para trabajar en la población cercana, vuelve al hogar a la tarde y cierra la puerta. Dijo que ¡era como si la ciudad se hubiera convertido en un hotel! Ella era una antigua residente de la ciudad y quería ofrecer algo que pudiera ser de ayuda, y no simplemente alejarse del problema. Decidió escribir una serie de artículos sobre la historia de la ciudad, y sobre algunos residentes de toda la vida que habían contribuido tanto a la ciudad.
Estas personas, y otras como ellos, se preocupan mucho por la comunidad. Tampoco no fueron los únicos en tratar de encontrar las formas más útiles de enfrentar los desafíos que tienen muchas poblaciones y ciudades.
Aun en las ciudades con las más grandes poblaciones, y con algunos de los problemas más graves, se está percibiendo el mensaje convincente de que no se ha perdido el deseo de cuidar a los demás. Todavía más inspirador, no obstante, es el descubrir que el deseo de cuidar de los demás no se puede perder, porque la verdadera naturaleza del hombre es y siempre tiene que ser espiritual y afectuosa, y expresa la naturaleza de su Hacedor, Dios.
El amor que sentimos por nosotros mismos y por los demás, y que nos mueve a actuar y a apoyar a nuestro prójimo con compasión y sabiduría, es una consecuencia natural de la relación que tiene el hombre con Dios, el Amor divino. Cristo Jesús dijo: "Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor". El Amor que es impulsado por el Amor divino no es algo que viene y se va, ni es jamás inmerecido; sino que es universal, como Jesús lo demostró, y es sostenido y gobernado por la ley divina.
En su Mensaje para el año 1902, Mary Baker Eddy dice: "El cristianismo científico desarrolla la regla del amor espiritual; hace activo al hombre, inspira la bondad perpetua, pues el ego, o yo, va al Padre, y así el hombre es semejante a Dios".
Un amor activo por los demás puede comenzar en casa, dentro de nuestra propia vida y, al principio, se puede expresar de simples maneras. Un poco más de paciencia o cariño con un miembro de la familia, un poco más de atención a las necesidades del cónyuge, hasta un punto de vista más gentil acerca de nosotros mismos, pueden comenzar a hacer la diferencia. Mientras que estos pueden ser nuestro punto de partida, ¡ciertamente nuestro amor no debe terminar allí!
¿Pero qué pasa si no nos resulta tan fácil, o aun deseable, amar y cuidar a los demás, como lo hacemos con nuestra familia y amigos íntimos? Suponga que las personas que nos cruzan en el pasillo de un supermercado o se sientan a nuestro lado en la iglesia, simplemente no parecen muy dignos de recibir amor. ¿Cuál es nuestra responsabilidad?
Tenemos en realidad una responsabilidad importante, y una de las más gozosas, la de descubrir y redescubrir por nosotros mismos la gracia y la bondad que expresa el ser del hombre espiritual, su semejanza a Dios. Sólo lo que nos dice el sentido espiritual sobre el hombre revela la genuina naturaleza e individualidad del hombre, mostrando que es un ser perfecto, tanto amoroso como digno de recibir amor.
Lo que los sentidos materiales nos informan nunca puede ir más allá de un concepto material del hombre que dice que es carne y huesos, un concepto que necesariamente esconde su individualidad y dignidad verdaderas. No nos preocupamos por el sentido carnal de identidad. Muy por el contrario, es de ese sentido que debemos liberarnos porque es limitado, desalentador y no es parte de nosotros mismos ni de los demás. Esto es lo que, a su vez, nos permite ver una mayor evidencia de la gracia, bondad y dignidad del hombre de Dios.
Quizás este es el punto de vista del hombre que Jesús estuvo alentándonos a cultivar en su parábola del buen samaritano. Este es el punto de vista que podría naturalmente impulsarnos a actuar con compasión hacia alguien que está necesitado, alguien a quien los demás han pasado por alto. Al relatar esta parábola, que se encuentra en el Evangelio según Lucas, Jesús dijo que el samaritano cuidó del hombre herido y le pidió al mesonero que hiciera lo mismo. Lo importante de esto fue que el verdadero prójimo debe hacer lo mismo.
El mandato de amar a nuestro prójimo es el mismo que el mandato de reconocerlo como el hijo bienamado de Dios. Nuestro Padre-Madre nos ama a todos incondicionalmente y, ante Sus ojos, somos merecedores de ese amor. Nada puede cambiar eso. Para nosotros, el primer paso que tenemos que dar, y uno de los más importantes, es comenzar a ver y a reconocer esto para nosotros mismos y para los demás.
Y puede ser que, como yo, usted esté pensando que recién acabamos de empezar a percibir el valor y la virtud que son inseparables de cada uno de nosotros. Quizá en nuestro diario vivir y en nuestra comunidad solo hayamos tenido una vislumbre ocasional de "la estatura de la plenitud de Cristo", como escribió uno de los inspirados escritores del Nuevo Testamento.
Pero, como la conmovedora obertura de una gran ópera, esa vislumbre indica lo que hay que reconocer de la bondad y la grandeza que están en todos nosotros. Nos muestra a nuestro prójimo como verdaderamente es, y como a alguien a quien no se le puede pasar por alto.