Susana y Juanito acababan de terminar de hacer sus valijas.
— Mamá — llamó Susana —. ¿Has visto mi traje de baño? Se sentía muy feliz. Ya era verano; y ella, su hermano y sus padres estaban invitados a pasar unos días con unos amigos que habían alquilado una casa grande junto a la playa.
— Mira en el último cajón de la cómoda — le respondió su madre. Y allí estaba.
— Estoy lista — anunció Susana, mientras bajaba corriendo la escalera hacia el auto en donde la esperaban Juanito y sus padres.
Poco tiempo después se encontraban en la playa y, por supuesto, lo primero que Juanito y Susana deseaban hacer era meterse en el agua. Se pusieron los trajes de baño y corrieron a la playa. Aunque Susana había tomado clases de natación e intentado mucho nadar, todavía no lograba hacerlo. Por ello se quedó en la orilla y observó a los otros niños que nadaban y que la llamaban.
Deseaba mucho nadar. Pero le venían pensamientos temerosos de que se hundiría si lo intentaba. En esta ocasión decidió volver a intentarlo: meterse en el agua, mover los brazos y las piernas. Pensó en algo que había aprendido en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. ¿Estaba Dios en todas partes? ¡Sí! ¿Estaba Dios justo allí en ese momento? ¡Por supuesto! Nunca la abandonaría.
Entonces aspiró profundamente y de pronto no tuvo temor. Movió los brazos y las piernas con fuerza ¡y esta vez no se hundió! ¡Estaba nadando! Salpicaba tanto que los otros se reían al verla, pero a ella no le importaba. Sabía que Dios había estado allí indicándole lo que debía hacer, y estaba muy contenta de haberlo escuchado.
Al día siguiente, los padres de los niños se fueron a pasear por la playa.
—¿Quieren venir? — les preguntaron a los niños. Por supuesto que quisieron. Susana se puso los zapatos, y pronto caminaban por la orilla, buscando caracoles y maderas flotantes. En eso Susana sintió que tenía algo clavado en la planta del pie. Miró hacia abajo y vio un pequeño bloque de madera. Trató de quitárselo con sacudidas, pero no pudo lograrlo. Se sentó en la arena y trató de quitárselo con las manos. ¡No salía ! Entonces vio el clavo. Había atravesado el zapato y se le había clavado en el pie. Llamó a su papá, quien al verlo, dijo: "Tendré que quitártelo, Susana". Al principio ella tuvo ganas de llorar. Después se acordó de nuevo de lo que había aprendido en la Escuela Dominical. "Dios está en todas partes, y nada fuera de El está presente ni tiene poder". (Eso es de Ciencia y Salud por la Sra. Eddy.) Susana sabía que Dios es bueno y perfecto, y que la había hecho semejante a El. ¡La obra de Dios no podía alterarse ni lastimarse! Susana comprendió que eso era verdad tanto en el agua como en la orilla, no importaba donde estuviese. El clavo salió fácilmente sin que le doliera. Se lavó la arena del pie, se puso de nuevo el zapato, y corrió a buscar más caracoles.
Más tarde por la noche, cuando su madre vino a darle las "Buenas noches", Susana le contó lo sucedido; y a pesar de que el zapato tenía un agujero que atravesaba la suela, no había agujero en el pie de Susana. Había sanado por completo, y Susana comprendió que Dios también había estado con ella ese día.
Al día siguiente, el padre de Susana y los otros hombres alquilaron un bote para ir a pescar por unas horas. Tomaron sus cañas de pescar y los baldes con carnada y partieron temprano por la mañana, esperando estar de vuelta al mediodía. Pero una espesa niebla surgió después de algunas horas haciendo muy difícil la visión. Llegó el mediodía y los hombres no habían regresado. Después fueron las cuatro de la tarde. La niebla no se había levantado y aún no había señales de ellos. La madre de Susana y todas las esposas oraban sabiendo que Dios estaba con los hombres y que se encontraban a salvo donde quiera que estuviesen.
Había pasado la hora de la cena cuando pudieron ver, a lo lejos en la playa, tres figuras difíciles de distinguir con cañas y baldes, caminando con dificultad a través de la niebla. ¡Eran el papá de Susana y los otros hombres! Se sentían muy agradecidos por estar de vuelta y muy hambrientos. Después de comer, les contaron que debido a la espesa niebla no les fue posible saber dónde se hallaba la costa. Entonces habían orado. Dijeron que ellos sabían que sus esposas también estaban orando. Poco tiempo después un bote Guarda Costa, enviado a buscar a la gente en la niebla, los había encontrado y remolcado de vuelta.
Se sentían muy agradecidos porque todo estuviese bien, y Susana comprendió que nunca se olvidaría que Dios siempre está con nosotros: en casa, en la escuela o cuando estamos de vacaciones. ¡Dios nunca sale de vacaciones!