Un Viento Caliente y seco soplaba del Mar Egeo cuando el guía de nuestra excursión nos llevaba por una vía pública empedrada — Calle Curates, como la llamaban en los tiempos bíblicos — a través de las ruinas del antiguo puerto marítimo de Efeso. Cuando se detenía en el camino para mostrarnos la Fuente de Traján o los baños romanos, nos cobijábamos siempre que podíamos a la sombra de alguna columna o estatua para obtener alivio del sol abrasador del pleno verano. Sólo podía pensar en que me gustaría parar para tomar un refresco con mucho hielo.
De pronto nuestro guía se dio vuelta rápidamente para sacudirnos: "¡Se dan cuenta", dijo casi gritando, "que están caminando en los pasos de Pablo y de Juan, por la misma calle que ellos transitaban diariamente!"
Ninguno de nosotros lo había pensado así. Especialmente para los que éramos cristianos, todo lo que el guía nos mostró a partir de entonces cobró mayor importancia. Y de alguna manera el calor importó menos.
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