Hace Muchos Años que tengo una concesionaria de automóviles. Siempre creí que negociaba a un elevado nivel de ética comercial, decía las cosas clara y honestamente, y trataba de ser justo con todos mis clientes. Pero hubo una época en la que en toda la industria se hacía algo que no era correcto, y yo también la acepté en mi compañía: atrasar el kilometraje de los automóviles antes de ponerlos a la venta.
Los gerentes de mi concesionaria y yo justificábamos esto al razonar que nuestros clientes generalmente lo aceptaban, y tal vez les agradaba porque estaban comprando un automóvil de poco kilometraje por un precio que era demasiado bueno para ser cierto. De hecho, sabíamos que muchos de nuestros clientes atrasaban el kilometraje de sus automóviles antes de dar su automóvil como parte de pago por uno nuevo o mejor que el de ellos, sabiendo que obtendrían un descuento mayor. Era, en el mejor de los casos, mero autoengaño, y todas las concesionarias que yo conocía lo estaban haciendo también.
En esa época, la práctica de atrasar el kilometraje de los automóviles usados no estaba específicamente en contra de la ley. Muchos vendedores de autos usados comprendían que el atrasar los odómetros era un error, pero tenían temor de dar el primer paso para corregir el mal. Los argumentos que nos enfrentaban en un mercado muy competitivo eran: “Si dejo de atrasar los odómetros, la competencia va a echar abajo mi negocio”. “Todos lo están haciendo”. “Si no lo hago, mis colegas me caen encima”.
Los llamados “negocios turbios” como éste existen en todas las ramas de los negocios: prácticas que pueden no ser ilegales, pero hablando honradamente no son correctas. Aun cuando en aquella época no se hacía referencia específica al manipuleo de odómetros en la ley, realmente no cabía duda de que no era honesto. No obstante, el momento crucial se presentó en una forma inesperada.
Por más difícil que parezca comprender esto ahora, durante la lucha personal y presión que esta situación me trajo, me consideraba a mí mismo un cristiano activo. Iba a la iglesia con regularidad y enseñaba en la Escuela Dominical, básicamente con mi consciencia tranquila. Pero entonces una noche un comité de la iglesia, del cual yo formaba parte, estaba examinando un estatuto respecto a “la manera de vivir de un Científico Cristiano”. De pronto la frase me produjo un impacto tremendo. Hasta sentí que me ruborizaba. Me pregunté: “¿Cómo pude ser tan ciego, dejándome llevar por una práctica comercial tan carente de ética?”
Yo había estado luchando con un problema físico por algún tiempo. Tenía un dolor bastante agudo en los hombros y en la espalda, y sentía como si tuviera un nervio contraído. Aun cuando había orado para sanarme, no había tenido alivio. Durante el resto de la reunión del comité de la iglesia y al manejar de vuelta a casa, empecé a ver que había una relación entre el problema físico y el dilema ético. Me di cuenta de la carga de culpa y temor que llevaba a cuestas. Oré entonces para tener la fortaleza para hacer lo que era correcto en mi vida y en mi negocio.
A medida que recapacitaba acerca de la situación y oraba, comprendí que Jesús no tenía dificultad con sus prioridades en la vida. Pensé en lo que el Evangelio según Lucas dice que dijo cuando era apenas un niño, como de la edad de mis alumnos de la Escuela Dominical: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?”
Supe entonces que sólo podía hacer lo que estaba bien, que la obediencia al bien es, de hecho, la naturaleza verdadera del hombre por ser el linaje de Dios. El mortal temeroso, tímido y comprometedor con el cual me había identificado no es la verdadera naturaleza del hombre. Dios es la Mente y Vida del hombre, y yo tenía que reflejar esta Mente y Vida en todo lo que hiciera. Entonces, y sólo entonces, también demostraría que estaba en los negocios de mi Padre y que el verdadero negocio del hombre es expresar a su Padre celestial. Esto traería el único buen éxito que vale la pena tener.
La Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud acerca de la verdadera determinación que se necesita para demostrar la identidad espiritual que deriva de Dios. Ella dice: “Tenemos que resolvernos a tomar la cruz y con sincero corazón salir a trabajar y velar por la sabiduría, la Verdad y el Amor”. Y continúa más adelante: “Tal oración es respondida en la proporción en que llevemos nuestros deseos a la práctica. El mandato del Maestro es que oremos en secreto y dejemos que nuestra vida atestigüe nuestra sinceridad”.
Examiné seriamente mi conciencia. Descubrí que por muchos años no me había sentido orgulloso de mi profesión. De hecho, me sentía avergonzado y a veces temeroso de que alguien me llamara para que explicara mi concepto acerca de los “negocios turbios”. Empecé a examinar todo aspecto de mis actividades comerciales para ver si estaba transigiendo en otros aspectos. Tomé los Diez Mandamientos como punto de partida en mi trabajo. La declaración de Moisés en el libro de Deuteronomio me habló: “He puesto delante de ti hoy la vida y el bien, la muerte y el mal; ... te mando hoy que ames a Jehová tu Dios, que andes en sus caminos, y guardes sus mandamientos, sus estatutos y sus decretos, para que vivas y seas multiplicado, y Jehová tu Dios te bendiga en la tierra a la cual entras para tomar posesión de ella”.
Al continuar en esta oración y examen de conciencia, cambiaron muchas cosas. Comprendí que la respuesta a mi oración estaba en la promesa de que podía seguir adelante y vivir correctamente.
A la mañana siguiente convoqué a una reunión de gerentes. Les dije que teníamos que obedecer la Regla de Oro en la práctica de nuestros negocios. No sólo íbamos a dejar de atrasar los odómetros, sino que íbamos a rechazar tratos comerciales con clientes y otras concesionarias que llevaban a cabo esta práctica. Incluso si perdíamos la oportunidad de hacer negocios debido a esta decisión, nuestra decisión de obedecer la Regla de Oro era de capital importancia.
A partir de esta decisión hubo mucha curación en el negocio. Nuestra concesionaria ganó más respeto. El hacer lo correcto resultó en ganancia y no en pérdida. La decisión estaba realmente basada en el sincero interés por los vecinos y toda la comunidad. Y estaba basada en el reconocimiento espiritual de que el hombre es linaje de Dios, que refleja Su bondad y ley.
Además de esto, ocurrió algo inesperado. Descubrimos que nuestra conducta comercial estaba dando un buen ejemplo en la comunidad. Los vendedores y gerentes empezaron a decir a los clientes y competidores acerca de nuestra norma ética comercial.
Durante los siguientes dos años continué orando y trabajando por una legislatura que ayudara a nuestra industria a elevar su norma ética. Primero nuestro estado aprobó leyes prohibiendo el atraso de odómetros. Poco después el Congreso de los Estados Unidos de América aprobó leyes federales similares. Y podría agregar que el dolor del que había padecido por tanto tiempo, desapareció cuando empecé a reflejar la luz espiritual por la que había estado orando.
Cuando un intérprete de la ley le preguntó a Cristo Jesús qué tenía que hacer para heredar la vida eterna, el Maestro le preguntó qué creía él que debía hacer, cómo leía él la ley. El intérprete respondió: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo". Jesús confirmó su respuesta: "Bien has respondido; haz esto, y vivirás".
¡Qué meta y promesa por la cual vivir! Esta debe ser la manera de vivir: amar verdaderamente a nuestro prójimo. Esta es la única ética comercial que conozco por la cual podemos verdaderamente vivir y servir provechosamente a Dios, a otros, y a nosotros mismos.
Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová,
que anda en sus caminos.
Cuando comieres el trabajo de tus manos,
bienaventurado serás, y te irá bien.
Salmo 128:1, 2
