Hace Muchos Años que tengo una concesionaria de automóviles. Siempre creí que negociaba a un elevado nivel de ética comercial, decía las cosas clara y honestamente, y trataba de ser justo con todos mis clientes. Pero hubo una época en la que en toda la industria se hacía algo que no era correcto, y yo también la acepté en mi compañía: atrasar el kilometraje de los automóviles antes de ponerlos a la venta.
Los gerentes de mi concesionaria y yo justificábamos esto al razonar que nuestros clientes generalmente lo aceptaban, y tal vez les agradaba porque estaban comprando un automóvil de poco kilometraje por un precio que era demasiado bueno para ser cierto. De hecho, sabíamos que muchos de nuestros clientes atrasaban el kilometraje de sus automóviles antes de dar su automóvil como parte de pago por uno nuevo o mejor que el de ellos, sabiendo que obtendrían un descuento mayor. Era, en el mejor de los casos, mero autoengaño, y todas las concesionarias que yo conocía lo estaban haciendo también.
En esa época, la práctica de atrasar el kilometraje de los automóviles usados no estaba específicamente en contra de la ley. Muchos vendedores de autos usados comprendían que el atrasar los odómetros era un error, pero tenían temor de dar el primer paso para corregir el mal. Los argumentos que nos enfrentaban en un mercado muy competitivo eran: “Si dejo de atrasar los odómetros, la competencia va a echar abajo mi negocio”. “Todos lo están haciendo”. “Si no lo hago, mis colegas me caen encima”.
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