En El Verano de 1987, en mi lugar de trabajo se llevó a cabo una amplia remodelación, razón por la cual departamentos enteros se debieron mudar de un lugar a otro dentro del mismo edificio. Todos los empleados tuvieron que soportar mucho ruido y el polvo provenientes de la construcción, y realizar trabajo extra. Debido a eso, muy a menudo, varias personas estaban impacientes o irritadas.
Un día observé que en la parte posterior de mi cabeza se había formado un pequeño bulto. Al principio no le presté mayor atención, pero su tamaño fue en aumento y a menudo sentía una presión en la cabeza. La situación me obligó a decidir si tenía suficiente confianza en Dios como para apoyarme en El para la curación, o si iba a recurrir a la medicina. Me llevó cierto tiempo dar una respuesta definitiva.
La condición parecía amenazadora. Para superar el temor, mi esposa y yo oramos para volvernos más conscientes de la omnipresencia de Dios. Nunca tuve que faltar a mi trabajo. Una y otra vez recurrí a Dios a fin de lograr una mayor comprensión de El. Mi pensamiento estaba ocupado con las siguientes preguntas: “¿Cuántas veces he leído las curaciones que hay en la Biblia? ¿Creo verdaderamente en ellas? ¿Tengo fe en este Dios? ¿Tengo suficiente afecto y amor por El, el creador del hombre?”
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