La Navidad Se aproximaba. La ciudad estaba iluminada con estrellas decorativas de variadas clases y tamaños, algunas de las cuales colgaban de altos edificios con una impresionante exhibición de luces eléctricas. ¡Nunca antes había visto tantas estrellas de Navidad como ese año! Mientras contemplaba todas las decoraciones, no podía menos que admirar la destreza, invención y variedad de todos los arreglos que tenían estrellas. Claro está que el símbolo de la estrella representa la luz espiritual que indica que el Cristo, la Verdad, ha venido a la tierra.
Si bien deseaba sinceramente sentir un regocijo genuino e inspiración cuando miraba estas estrellas simbólicas, no lo lograba. Lo que deseaba era que la humanidad dejara de ser un idólatra moderno. Deseaba que la luz verdadera, la luz que la Ciencia del Cristo imparte, viniera a todos para hacer que la Navidad fuera una fiesta llena de pensamientos y actos de bondad, de paz, de regocijo espiritual y no llena de nerviosismo y afán comercial.
Aun con la abundancia de luz artificial de estas estrellas, a mí me parecían pálidas e incapaces de disipar la oscuridad del materialismo con que lucha el corazón humano. Claro está que estas luces por sí mismas, no llevan al sentido verdadero del nacimiento celestial, ni preparan el corazón con la humildad y la sabiduría para reconocer que Cristo, el Salvador, viene para demostrar el amor maravilloso que siente Dios por el hombre.
La Ciencia CristianaChristian Science (crischan sáiens) enseña que a través de las épocas, el Cristo, la Verdad, ha iluminado a la consciencia humana con una comprensión del reino de Dios, de la supremacía del Espíritu, y del hombre como el hijo de Dios. Desde esta base reconocemos que el hombre es espiritual y que no está sujeto a la materia sino a Dios.
Percibí la estrella que brilla con luz divina y que nunca deja de brillar, cuando comprendí y acepté la revelación de este hecho verdadero y divino, que el hombre es el hijo de Dios y que Dios lo ha dotado para expresar el bien, para ser feliz porque es inseparable del Padre, y para conquistar con la Verdad todos los temores, limitaciones y creencias falsas.
¿Acaso no es la verdadera Navidad el reconocimiento gozoso del gran regalo que hizo Dios a la humanidad, el Salvador, aun el nacimiento virginal de Cristo Jesús?
¿Acaso no es la verdadera Navidad el aceptar con comprensión que Dios es nuestro Padre?
¿Acaso no es la verdadera Navidad el aceptar que Su amor está siempre con nosotros, como estaba con Cristo Jesús, dándonos paz, rodeándonos con Su tierno amor, iluminando nuestro pensamiento y protegiéndonos?
Nosotros no somos los que debemos traer el amor de Dios a la tierra. Dios, el Amor, nos amó tanto que El “envió a su Hijo unigénito al mundo”, como dice la Biblia en 1 Juan. Este “Hijo unigénito” no nació con un despliegue de gloria humana, sino con señales celestiales: ángeles, una estrella, una paz y un gozo profundos.
En la narración de la Biblia de los tres reyes magos, uno puede ver la diferencia entre el pensamiento materialista del rey Herodes y la sabiduría y búsqueda sincera de los reyes magos. Herodes temía la llegada de un nuevo rey humano. Los tres reyes magos siguieron las señales que los llevaron al lugar donde nació el Mesías que el pueblo hebreo esperaba. Ellos fueron inspirados y guiados por la luz espiritual, la luz del bien de la Mente divina, simbolizada por la estrella. En el Evangelio según Mateo leemos:“... he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño. Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo”.
La humildad del establo y la sencillez de las personas que estaban presentes no impidieron que ofrecieran con gran reverencia los regalos que habían traído con ellos. Ellos sentían que el niño que buscaban iba a ser un rey, aunque tal vez ellos no sabían que estaban contemplando al “testigo”, al “escogido” que por el amor maravilloso de Dios hacia los hombres expresaba al Mesías.
Si uno no se extasía y regocija con los símbolos de la Navidad, si bien los admira y usa, ¿quiere esto decir que ha perdido el gozo sobre este gran acontecimiento de la aparición del Cristo, la Verdad? No, nadie puede perder este profundo gozo cuando ha modelado sus pensamientos y su vida de acuerdo con las enseñanzas de la Biblia y de la Ciencia Cristiana. El abandonar el materialismo y el mero fervor por la Navidad humanizada y mantener el pensamiento en los acontecimientos divinos, nos ayuda a sentir un profundo gozo y gratitud por lo que significa la verdadera Navidad. Así la ocasión se aprecia mejor y nos permite expresar más libremente belleza, afecto y amor. ¿Y acaso este amor y gozo espirituales no encuentran la expresión externa correcta que traerá felicidad tanto al niño como al adulto por igual?
Aquel que aloja al “niño” en su corazón y al resplandor de la estrella en su pensamiento — la luz verdadera que el nacimiento de Jesús trajo al mundo y que no se puede oscurecer ni su mensaje olvidar — no puede perder el gozo genuino porque percibe continuamente el resplandor del amor.
Es de belleza singular lo que Mary Baker Eddy escribió acerca de la estrella de la natividad en su artículo “Navidad” en Escritos Misceláneos: “La estrella que con tanto amor brilló sobre el pesebre de nuestro Señor, imparte su luz resplandeciente en esta hora: la luz de Verdad, que alegra, guía y bendice al hombre en su esfuerzo por comprender la idea naciente de la perfección divina que alborea sobre la imperfección humana — que calma los temores del hombre, lleva sus cargas, lo llama a la Verdad y al Amor y a la dulce inmunidad que éstos ofrecen contra el pecado, la enfermedad y la muerte”.
Estas palabras de la Sra. Eddy sobre la estrella, o la luz de la Verdad, que calma los temores y la angustia, fueron importantes en algunas ocasiones en mi vida. En la víspera de una Navidad fui a visitar a una amiga cuyo hijo se había suicidado pocos días antes. Cuando oscurecía me preparé para salir con un sentido de tristeza y frustración porque todo lo que le había dicho a ella acerca del amor de nuestro Padre celestial por Su hijo, y de la inmortalidad del hombre como la idea de Dios, no la había consolado ni aligerado su tristeza. Ella me acompañó al jardín, pero como aún me hablaba de su tristeza y de lo que había sucedido, nos detuvimos. Levanté mis ojos como pidiendo inspiración a Dios para poder calmar su llanto. Vi una estrella entre las copas de dos árboles, que brillaba tan claramente como la Verdad brilla en el pensamiento. Señalando la estrella le dije: “¿Ves esta estrella? Así como brilla y no hay mal terrenal que la pueda tocar, sabremos que el bien de Dios y Su amor infinito permanecen invariables, eternamente”. Ella sonrió por primera vez. Me abrazó, no con ojos llenos de lágrimas sino con el resplandor de la esperanza y la luz del Amor.
No es la estrella física la que tiene el poder de superar el sufrimiento y el temor. Es la consciencia de la presencia de Dios, de Su poder y reino, que se expresa eternamente en lo que es perfecto, hermoso, puro, invulnerable y eterno. Es el reconocimiento de que Dios lo gobierna todo.
No encontramos la Verdad “abajo” en la tierra. Tenemos que elevar el pensamiento de la tierra y mirar a lo alto. La estrella que aparece solitaria en los cielos puede, en un momento de necesidad espiritual, parecernos que está más cerca y más brillante, y tener un impacto en nosotros como si la hubiéramos visto por primera vez.
Sus claros rayos nos hacen regocijar al hacernos recordar que Dios es la única Mente, y su esplendor afirma que el Principio divino, Dios es inmutable. La ley de Dios es armonía, el eterno bien invariable. Frente a esta percepción, podemos perder el sentido falso del temor y el sufrimiento.
Todos los cristianos reverenciamos el nacimiento de Jesús y amamos el mensaje de la Navidad. Dejemos que la estrella de Belén llena nuestros pensamientos con inspiración y descanse calladamente en nuestros afectos, llenándolos con la paz que trae amor por nuestro prójimo. Así el resplandor eterno del Amor brillará esplendorosamente en nuestros pensamientos y traerá felicidad a nuestro corazón.