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La estrella, el resplandor eterno del Amor

Del número de diciembre de 1992 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Navidad Se aproximaba. La ciudad estaba iluminada con estrellas decorativas de variadas clases y tamaños, algunas de las cuales colgaban de altos edificios con una impresionante exhibición de luces eléctricas. ¡Nunca antes había visto tantas estrellas de Navidad como ese año! Mientras contemplaba todas las decoraciones, no podía menos que admirar la destreza, invención y variedad de todos los arreglos que tenían estrellas. Claro está que el símbolo de la estrella representa la luz espiritual que indica que el Cristo, la Verdad, ha venido a la tierra.

Si bien deseaba sinceramente sentir un regocijo genuino e inspiración cuando miraba estas estrellas simbólicas, no lo lograba. Lo que deseaba era que la humanidad dejara de ser un idólatra moderno. Deseaba que la luz verdadera, la luz que la Ciencia del Cristo imparte, viniera a todos para hacer que la Navidad fuera una fiesta llena de pensamientos y actos de bondad, de paz, de regocijo espiritual y no llena de nerviosismo y afán comercial.

Aun con la abundancia de luz artificial de estas estrellas, a mí me parecían pálidas e incapaces de disipar la oscuridad del materialismo con que lucha el corazón humano. Claro está que estas luces por sí mismas, no llevan al sentido verdadero del nacimiento celestial, ni preparan el corazón con la humildad y la sabiduría para reconocer que Cristo, el Salvador, viene para demostrar el amor maravilloso que siente Dios por el hombre.

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