El Habia Estado a su lado casi cincuenta años. Tenían hijos, nietos, muchas alegrías; habían avanzado espiritualmente (¡y ocasionalmente habían retrocedido!), habían tenido crisis y aun disputas. Pero en el fondo ambos sentían el “amor verdadero” con plenitud.
Entonces, sin mucho aviso, él se fue. Luego de su fallecimiento, su familia y amigos le brindaron inolvidables muestras de aliento, cartas, llamadas telefónicas, invitaciones sociales. Su nieto fue a pasar el verano con ella. En algunas semanas pudo estar serena en público. Pero por dentro, estaba desconsolada, aun después de un año.
Como cristiana, esta mujer (una querida amiga mía) sabía que su marido estaba a salvo, que su vida era para siempre, porque Dios es eterno. De hecho, Dios era la Vida de su esposo. Aceptó sin titubear la promesa de la Biblia: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Ella sabía que nada podría cambiar eso.
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